¿Cuánto tiempo se tarda en viajar de Suiza a Australia? Lorenz Keyßer y Giulia Fontana necesitaron seis meses de planificación, 200 horas de tren y dos semanas en un buque de carga. Desde visitar la Plaza Roja de Moscú, hacer senderismo por la montaña de Lao Shan, en China, hasta recorrer las estepas de Asia Central: el viaje lo vivieron como todo un privilegio y, a veces, como una prueba de sus principios.
La pareja no conduce ni come carne. Hace tres años, decidieron que los gases que se expulsan a la atmósfera durante los vuelos ya no eran compatibles con sus conciencias. Ambos tienen 23 años y estudian ciencias medioambientales en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH Zürich, en sus siglas en alemán). Lorenz se sorprendió al enterarse de que el 60 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero de la universidad se debían a los viajes de negocios en avión.
Cuando Giulia visita a su familia, en Italia, lo hace en tren. Lorenz también emplea este medio de transporte para visitar a la suya en Alemania. Cuando Lorenz estudió un semestre en la ciudad británica de Leeds, viajó en tren hasta allí. Giulia hizo lo mismo cuando lo visitó. Sus vacaciones son a destinos a los que no es necesario volar. “Solo viajamos por Europa, haciendo senderismo, así que no hay ningún problema”, dice Giulia.
Sin embargo, cuando la mejor amiga de Giulia, que vive en Sídney, le pidió que fuera madrina de boda, tuvo un dilema.
Compartiendo recetas y estrellas fugaces
La pareja reflexionó sobre la distancia y decidió que, dado el largo viaje, sería mejor que se quedaran en Australia durante todo un año. Giulia buscaría un trabajo allí, Lorenz continuaría sus estudios a distancia.
Investigando las rutas en tren, descubrieron que también podían viajar en barco de carga. Así que Giulia podría celebrar con su amiga un día tan especial. Lorenz explica que se dieron cuenta poco a poco de la magnitud del proyecto: “Fue un proceso lento el darnos cuenta de que todo lo que habíamos planeado en los últimos meses se haría realidad”.
Iniciaron el viaje en junio de 2018, después de que Giulia viajara de Zúrich a Berlín para encontrarse con Lorenz. Partieron de Alemania y atravesaron Europa en tren: desde la capital alemana hasta Moscú, pasando por Polonia y Bielorrusia. Luego atravesaron Rusia, Mongolia y China hasta Pekín, antes de dirigirse a Qingdao. Allí tomaron un barco de carga a Brisbane, al sureste de Australia, adonde llegaron seis semanas después.
“Los momentos más extraordinarios, probablemente, los vivimos en el carguero”, recuerda Lorenz. “Conocimos a la tripulación y el ingeniero nos mostró la sala de máquinas. Con él y un oficial aprendimos a “ubicar” estrellas con un sextante. Celebramos los cumpleaños con el equipo, ayudábamos en la cocina y a menudo cantábamos con un karaoke”, cuenta.
Giulia enseñó al chef del barco a elaborar tiramisú y Lorenz preparó ensalada de patatas para una fiesta a bordo con la receta de su abuela. Los miembros de la tripulación los visitaron más tarde en Sídney.
Otro momento estelar fue una caminata a orillas del lago Baikal, por lo que interrumpieron su viaje a través de Rusia en Irkutsk, Siberia. “El bosque era tan denso y exuberante, estaba lleno de insectos y mariposas”, recuerda Lorenz.
Como cualquier aventura a lugares lejanos, el viaje también significó intercambios con personas con experiencias de vida muy diferentes, como cuando un grupo de unos 20 reclutas del ejército ruso se amontonaron en su vagón de tren.
“Estaban muy interesados en conocer nuestra opinión sobre muchos temas políticos delicados relacionados con Rusia”, cuenta Lorenz. Los soldados incluso regalaron a la pareja café y chocolate y, a pesar de las quejas, incluso carne en conserva.
No fue la única vez que su estilo de vida vegetariano hizo que los lugareños movieran la cabeza. El cocinero de un restaurante en China tuvo dificultades para entender el principio. Finalmente los llevó a la cocina y les pidió que revisaran cada ingrediente del refrigerador para ver si podían comerlo.
Una tendencia en auge
En total, la pareja se gastó unos 4.000 euros, la mayoría en billetes de barco y tasas de visado. Lorenz ha calculado algo más de 370 kilogramos de CO2 por persona en el viaje de ida. Un vuelo de clase turística de Zúrich a Sydney produce, en comparación, 1,23 toneladas de dióxido de carbono.
Sin embargo, mantener bajo su presupuesto de carbono requiriere disciplina. “Cuando llegamos a Brisbane, el carguero atracó justo al lado del aeropuerto”, dice Lorenz. “Vimos aviones aterrizando cada pocos minutos. Fue como una bofetada en la cara diciéndonos: podríais haber hecho todo en menos de 24 horas”.
Ahora, la pareja se está preparando para el viaje de vuelta. Su regreso a casa comenzará pronto con un carguero de Melbourne a Japón. En una ruta diferente a la del viaje de ida, atravesarán después China y Rusia.
Lorenz y Giulia pertenecen al movimiento “No Fly Climate Sci”, de 360 personas, que en los últimos dos años se ha comprometido a evitar o limitar sus vuelos. Cada vez más personas están tomando la misma decisión de forma independiente.
Desde que la joven estudiante y activista sueca Greta Thunberg viajó 32 horas en tren a Davos el año pasado, la empresa de ferrocarril estatal sueca ha ampliado su servicio en la ruta Estocolmo-Copenhague-Hamburgo a tres trenes al día. La compañía ferroviaria alemana Deutsche Bahn anunció que por primera vez este año espera más de 150 millones de pasajeros en sus rutas interurbanas e internacionales.
El privilegio de tomar decisiones difíciles
Sin embargo, Giulia y Lorenz son muy conscientes de que este cambio no está ocurriendo lo suficientemente rápido. Subrayan que la urgencia de la crisis climática exige un replanteamiento mucho más profundo de cómo dirigimos nuestras economías.
“Aunque la acción individual es importante, no será suficiente. Realmente necesitamos un cambio de sistema”, dice Lorenz.
También reconocen que poder viajar de la manera en que lo hacen es un gran privilegio. Aún así, solo una pequeña minoría de personas puede permitirse el lujo de elegir contaminar el planeta con los gases de los aviones, y es que poco más del 20 por ciento de la población mundial ha volado alguna vez. A lo largo del viaje, Giulia y Lorenz se han dado cuenta de lo afortunados que son. Muchas personas no pueden viajar por todo el mundo, atravesando fronteras, con la libertad y seguridad con que ellos lo han hecho, simplemente por tener el color de piel, la ciudadanía o la orientación sexual o porque pertenecen a la clase "equivocada".
Viajes como el suyo pueden no ser la “nueva normalidad”, pero la pareja señala que las conversaciones que han tenido con compañeros de viaje a lo largo del camino sugieren que quienes tienen la oportunidad de explorar el mundo son cada vez más conscientes del impacto que tienen en él. “Por supuesto que somos una minoría, pero hay mucha gente que reflexiona sobre nuestra forma de viajar”, dice Giulia.