Fue un escritor, H. G. Wells, el primero en concebir e incluso de dar un nombre a la bomba atómica.

Lo hizo en 1914 en la novela "The World Set Free". Wells imaginó una granada de mano de uranio que "explotaría indefinidamente".

Aunque puede que se equivocara en la forma y el tamaño, la bomba atómica se convirtió en una realidad solo 30 años después. Una vez más, el arte anticipó la historia.

Acto seguido, la historia marcó el arte.

La cultura popular empezó inmediatamente a representar su poder. En Japón, donde el ejército de Estados Unidos lanzó bombas contra Hiroshima y Nagasaki a finales de la segunda Guerra Mundial, la energía atómica creó o resucitó monstruos.

La película original de "Godzilla" (1954) se basó en una historia real: la de la tripulación de un barco de arrastre que recibió radiación tras una prueba nuclear en el Océano Pacífico.

La tormenta de destrucción que caía sobre Tokyo en esa película parecía más un documental que una obra de ficción.

Las mutaciones producidas por la radiación entraron en el imaginario popular. En los Estados Unidos de la Guerra Fría, la radiación producía más superhéroes que monstruos, al contrario que en Japón.

Algunos eran obvios, como el Increíble Hulk, un científico expuesto accidentalmente a rayos gamma durante un ensayo ySpideman, mordido por una araña radioactiva (ambos en 1962).

Para Fantastic Four ("Los cuatro fantásticos", 1961) se trató de exposición a rayos cósmicos en un cohete cuando corrían para vencer a los comunistas en la carrera espacial, mientras que X-Men (1963) celebra el concepto de la mutación como una especie de movimiento de liberación juvenil.

Reino Unido y la bomba

En la literatura de ciencia ficción, especialmente en Reino Unido, donde la bomba atómica se imaginó por primera vez, la visión fue más oscura desde el principio.

The Chrysalids ("Las crisálidas"), de John Wyndham, imaginaba el retorno a la superstición medieval tras una guerra nuclear y la caza paranoica para expulsar a los mutantes por su brujería.

El cine posterior a la guerra se lanzó rápidamente a tratar los dilemas morales de la edad atómica.

En Seven Days to Noon ("Ultimátum", 1950), un científico atómico británico, empujado a la locura por los horrores del poder que ha ayudado a liberar, amenaza con detonar en Londres un dispositivo robado si el gobierno no cierra su programa de armas nucleares.

La película emplea también un realismo típico de los documentales, mostrando una evacuación masiva de Londres por si se produce la detonación.

Sorprendentemente, tras los horrores de la segunda Guerra Mundial, las películas de entretenimiento familiar también trataron la nueva posibilidad de aniquilación.

The Day the Earth Caught Fire ("El día en que la tierra se incendió", 1954) de Val Guest, documenta la destrucción de una sociedad y del medio ambiente que se produce a medida que las pruebas nucleares van moviendo el eje terrestre y la Humanidad se acerca al final debido a la aceleración del cambio climático.

Incluso los dramas que en principio trataban el tema del espacio exterior, y no las bombas, exploraron el potencial de producir un cataclismo con esta nueva capacidad.

George Pal añadió la Bomba a su película The Time Machine ("La máquina del tiempo", 1960) al hacer que el viajero de H. G. Wells presencie una guerra nuclear en 1966. Dr Strangelove ("Dr Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba"; o "¿Teléfono rojo, volamos hacia Moscú", en España) de Stanley Kubrick, todavía nos perturba.

Visión edulcorada

El optimismo sobre el poder atómico coexistió con el miedo a la Bomba. Algunos libros o cómics infantiles, como Eagle en Reino Unido, celebraban su potencial tecnológico de liberación.

Bolas atómicas coloridas aparecían en el diseño de interiores de mediados del siglo XX: relojes, broches y muebles. Incluso la ropa de ocio traía ecos de la bomba. Estaba el bikini, nombrado por el atolón en el Pacífico que se usó como lugar de pruebas.

Y, ¿qué eran las símbolos sexuales de los 50 –las rubias de hielo de Hitchcock o Jayne Mansfield y Marilyn Monroe, en sus sujetadores con forma de misiles y corsés de armadura- sino la encarnación de una especie de carrera armamentística sexual hacia la seducción mutua asegurada? Rubias explosivas, de hecho.

Si hay una imagen que ha cambiado nuestra imaginación es la nube con forma de seta, grabada a fuego con ese primer destello de detonación en nuestra memoria social.

La bomba ha inspirado movimientos artísticos como el arte autodestructivo de Gustav Metzger, que utilizaba ácido para corroer el arte de la creación.

Los cuadros en acción de Jackson Pollock eran, como él mismo dijo en 1950, "energía y movimiento visibilizados" en un instante, ya que el pintor moderno no podría expresar la era de la bomba atómica en las últimas formas de una cultura pasada.

A finales de la década de 1960, Tony Price empezó a recuperar materiales desechados de los laboratorios de Los Álamos para construir sus obras de arte. "La chatarra de Los Alamos es como arte puro en sí misma, ya que trabajas con el principio harmónico de la física nuclear", dijo.

El miedo se pone de moda

Quizás la culpa fue de H. G. Wells. Su libro y la película Things to Come ("Lo que vendrá" o "La vida futura") establecieron esta forma particular de estética futurista. Otros se centraron en la mera supervivencia, como en "Mad Max".

Es posible argumentar que la película definitiva y más infravalorada sobre la bomba atómica es Beneath the Planet of the Apes ("Bajo el planeta de los simios" o "Regreso al planeta de los simios", 1970) en la que astronautas de la Nasa del presente encuentran una tribu de supervivientes mutantes en los restos irradiados de Manhattan que veneran a la propia bomba.

En la década de 1970 y 1980, el optimismo de los 50 se había evaporado. Los miedos de que se produjera un accidente nuclear y se mantuviese escondido mutaron con el thriller post-Watergate "The China Syndrome" ("El síndrome de China", 1979), estrenada 12 días antes del accidente de Three Mile Island, en Estados Unidos, y "Silkwood" (1983).

A medida que aumentaba el alejamiento entre la URSS y la OTAN, las pesadillas atómicas se infiltraron en el entretenimiento infantil.

La novela engañosamente preciosa de Raymond "The Snowman" Brigg y la película del mismo nombre When The Wind Blows ("Cuando el viento sopla") trataba de una dulce pareja de ancianos que perdían sus dientes y su pelo tras el lanzamiento de la bomba atómica.

¿Sobre la música pop? Es difícil para los adolescentes modernos apreciar el poder perturbador de videos como Atomic, de Blonde (1979), que mostraba un mundo de mutantes irradiados que bailaban tras una guerra nuclear.

Hubo un renacimiento de dramas realistas sobre cómo podría tener lugar una guerra: Threads (1984) en Reino Unido y The Day After ("El día después", 1983) en Estados Unidos.

Incluso la película para adolescentes protagonizada por Matthew Broderic War Games ("Juegos de guerra", 1985), encantadora como es, se basa en el terror visceral frente a un ataque nuclear que puede producirse en cualquier momento.

No es hasta 1994 cuando vemos de verdad un decaimiento del miedo a la Bomba. Cuatro años después de la caída de la URSS, James Cameron hizo explotar un misil nuclear en True Lies ("Mentiras arriesgadas"), mientras se besaban Arnold Schwarzenegger y Jamie Lee Curtis, como si estuviese imitando sin ninguna ironía el poster que parodiaba a Reagan y Thatcher simulando "Lo que el viento se llevó" y que se había convertido en un emblema del movimiento de protesta antinuclear.

Es un momento que sorprende por su naturalidad.

Aunque los malos con bombas atómicas suelen aparecer en la ficción, como enKiss me Deadly ("El beso mortal") de Mickey Spillane o "Goldfinger", pasando por el filme reciente de Melissa McCarthy Spy, quizás el terror mayor es aquel al que hemos olvidado tenerle miedo.

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