Según la Red Española de Registros de Cáncer (REDECAN), el cáncer más frecuente diagnosticado en las mujeres en España en el 2024 será el de mama, con 36 395 casos. En el resto del mundo, las cifras son también muy elevadas: la Organización Mundial de la Salud ha estimado una incidencia de 2,30 millones de casos en 2022, y de 3,36 millones en 2045.
Se trata de un enfermedad muy heterogénea: está compuesta por diferentes subtipos, y cada uno de ellos presenta un perfil biológico y molecular característico. Esto conlleva un tratamiento personalizado y un enfoque oncológico cada día más preciso.
Pero ¿es su aparición una cuestión de edad? Clásicamente, se ha considerado que afecta sobre todo a mujeres mayores. De hecho, su incidencia se ha incrementado a lo largo de las últimas décadas debido al envejecimiento de la población.
Sin embargo, la comunidad científica ha observado que los cánceres de mama en pacientes menores de 40 años están aumentando en los últimos años. En 2019, el porcentaje de casos en Estados Unidos que afectaba a este sector de la población se situaba en torno al 4 %, mientras que revisiones sistemáticas más actuales elevan la incidencia global a entre el 5 y el 7 %, variando en función del desarrollo del país y las etnias.
Aunque la edad es, efectivamente, uno de los factores de riesgo no modificables –junto al sexo (ser mujer), la menarquia (primera menstruación) precoz y la menopausia tardía–, las mujeres con cáncer de mama por debajo de los 40 conforman un subgrupo de pacientes con un manejo clínico y unas condiciones psicosociales, de fertilidad y de reinserción sociolaboral específicas.
Factores de riesgo en mujeres menores de 40 años
No hay un factor de riesgo único que aumente las probabilidades de desarrollar esta patología, sino más bien una combinación de variables. Según la Organización Mundial de la Salud, la exposición a factores exógenos y modificables como el sobrepeso y la obesidad, el tabaco, el alcohol, la contaminación y el sedentarismo se asocian a algunos tipos de cánceres, como el colorrectal y el que nos ocupa, el de mama.
Otros condicionantes que pueden explicar el incremento de la incidencia entre la población más joven son de índole reproductivo: la nuliparidad (no tener hijos o no haber llevado ningún embarazo a término), la edad tardía del primer parto y, en general, el retraso de la maternidad en la sociedad actual aumentan el riesgo, aunque no se pueden considerar agentes causales directos.
Entre los factores no modificables, la aparición de la enfermedad en mujeres jóvenes puede deberse a una predisposición genética, sobre todo por la mutación de los genes BRCA 1 y 2. En caso de sospecha de síndrome hereditario, los especialistas de las unidades de consejo genético facilitan las recomendaciones y las medidas de prevención para portadoras sanas.
Además, las mujeres menores de 40 años pueden desarrollar un cáncer de mama asociado al embarazo: a lo largo de la gestación y la lactancia o en el plazo de un año tras el parto. A pesar de los cambios normales y fisiológicos de la mama durante la gestación, es importante detectar anomalías que puedan ser motivo de consulta con especialistas. De todos modos, la lactancia materna también se considera un factor protector.
Por último, una circunstancia que puede aumentar adicionalmente el riesgo es haber recibido radioterapia torácica entre los 10 y 30 años para tratar otro tipo de cáncer.
La importancia del diagnóstico precoz y la prevención
A nivel general, el diagnóstico precoz de cáncer de mama mediante programas de cribado y los tratamientos cada vez más precisos y dirigidos, con enfoque multidisciplinar, han hecho que esta enfermedad tenga unas buenas tasas de supervivencia: por encima del 90 % en perfiles tumorales de bajo riesgo.
Dichos programas de detección temprana se realizan mediante mamografía y suelen comenzar entre los 45 y 50 años.
Además, es conveniente que las mujeres realicen una autoexploración mamaria cada mes a lo largo de toda la vida. Conocer bien sus mamas les permitirá detectar cambios e identificar alteraciones (nódulos, cambios de coloración, retracción de la piel, secreciones…) que sean motivo de consulta al especialista.
En cuanto a la prevención, y como hemos apuntado más arriba, evitar el exceso de peso corporal, no fumar, no beber alcohol y realizar actividad física regularmente reducen el riesgo de sufrir esta enfermedad.
Pero no es suficiente. En las unidades de mama de los hospitales se trabaja día a día no sólo para diagnosticar y tratar la enfermedad, sino también para mejorar la calidad de vida de las pacientes que la superan, promoviendo un estilo de vida saludable antes, durante y después de su diagnóstico, así como un adecuado enfoque psicosocial.
Este artículo fue publicado previamente por la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Juana María Brenes Sánchez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.