En el siglo II, el Imperio romano alcanzó su mayor extensión, abarcando grandes partes de Europa, Medio Oriente y el norte de África. Uno de los lugares más importantes de este vasto imperio era la ciudad de Palmira, en la provincia de Siria.
Palmira tenía una ubicación estratégica al estar justo a medio camino entre el mar Mediterráneo, al oeste, y el río Éufrates, al este.
Esto hacía que fuera una parada obligatoria para las caravanas que transitaban por la ruta de la seda, que conectaba Oriente con Europa, lo que trajo gran prosperidad para la ciudad.
Para el siglo III, Palmira se había convertido en una de las ciudades más ricas.
También tenía una gran importancia militar, ya que hacía de barrera del Imperio romano contra su mayor amenaza, el vecino Imperio persa (o Imperio sasánida, como se llamó durante ese período).
Palmira se hizo tan poderosa que, aprovechando una de las peores crisis del Imperio romano, en el año 268, decidió sublevarse y crear su propio imperio.
Esa gesta libertadora y conquistadora fue liderada por una mujer: Zenobia, la reina regente de Palmira.
Zenobia, que se destacó tanto por su cultura como por su habilidad militar, fundó el Imperio de Palmira, que entre los años 268 y 272 logró apoderarse de Siria, Egipto, Anatolia (o Asia Menor), Palestina y el Líbano.
En 270 Zenobia incluso se proclamó reina de Egipto y llegó a acuñar monedas egipcias con su imagen.
Pero a diferencia de su antecesora más famosa, Cleopatra, de quien decía ser descendiente, la reina palmirana no logró mantenerse en el poder.
Su reinado fue breve, pero su historia capturó la imaginación de muchos escritores del Renacimiento, y ha sido tema de numerosas óperas, poemas y obras de teatro.
Cómo llegó al poder
Zenobia estaba casada con el príncipe de Palmira Septimio Odenato, quien había logrado mucho reconocimiento por parte de Roma por sus exitosas campañas contra los persas.
En agradecimiento por defender la frontera oriental del Imperio romano, Odenato fue nombrado rey de Palmira en 260.
Pero siete años más tarde el sobrino del monarca lo asesinó tanto él como a su hijo mayor y heredero, Hairan, fruto de su primer matrimonio.
La corona la heredó el hijo menor de Odenato, nacido de su segundo matrimonio: Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro, más conocido como Vabalato.
Debido a su corta edad, su madre, Zenobia, asumió como regente.
La joven, de unos 25 años, era extremadamente culta. Algunos historiadores sostienen que su padre era un gobernador romano. Lo cierto es que había recibido la educación de un miembro de la nobleza y hablaba varios idiomas.
Se dice que cautivaba por su inteligencia, además de su belleza.
Indudablemente también era muy audaz: tras la muerte de su esposo no solo defendió la independencia que había logrado Palmira, sino que también decidió desafiar al Imperio romano.
El nuevo Imperio de Palmira
Los planes de conquista del flamante Imperio de Palmira surgieron inicialmente como un presunto intento de defender al Imperio romano de sus enemigos persas.
Pero el propio Odenato había dejado en claro que su ambición iba más allá: el objetivo último era dominar el Oriente.
Zenobia continuó con los planes de su marido.
Con gran astucia militar, logró no solo mantener a raya a los persas sino también conquistar terrenos que pertenecían al Imperio romano.
Se aprovechó de la grave crisis en la que se veía el nuevo emperador romano, Claudio II Gótico, quien al asumir en 268 debió hacer frente a la triple amenaza de los godos, los galos y la tribu germánica de los alamanes.
Con Roma ocupada, Zenobia invadió Egipto en 269 y se proclamó reina. Así logró extender las fronteras de su Imperio desde el Éufrates hasta el Nilo.
Al mando de su poderoso ejército, la "reina guerrera", como se hizo conocida, siguió conquistando ciudades romanas que resultaban vitales para el comercio en Medio Oriente.
Pero la llegada de Aureliano, que sucedió a Claudio como emperador en 270, frenó las ambiciones del Imperio de Palmira.
El experimentado militar logró no solo contener a los godos, galos y alamanes, sino que también reconquistó Egipto y decidió restaurar el poder de Roma en Oriente.
Uno por uno fue recobrando los territorios que había perdido a manos de Zenobia. La emperatriz debió replegar sus fuerzas y se refugió en Palmira. Pero Aureliano fue en su búsqueda.
Logró doblegarla a través de un astuto plan: se plantó frente a los muros de la gran ciudad y la sitió, frenando el ingreso de suministros.
En 272, Zenobia y su hijo intentaron huir hacia Persia pero fueron capturados y llevados a Roma, donde el emperador organizó una marcha triunfal en la que hizo desfilar a su humillada prisionera.
Existen distintas versiones sobre lo que pasó después. La más popular cuenta que Aureliano la perdonó y le permitió llevar una lujosa vida en Tibur (actual Tívoli), como exiliada.
Según esta versión, Zenobia se habría convertido en una destacada filósofa de la alta sociedad romana.
La gloria de Palmira
Más allá de lo que pasó con ella, el legado más tangible que dejó la reina Zenobia fue el esplendor de su ciudad, que hoy sigue siendo considerada una de las joyas de la antigüedad.
Durante su breve reinado, embelleció la ciudad, famosa por sus hermosos templos, edificios públicos, monumentos y jardines.
La belleza e importancia cultural de Palmira se mantuvo a lo largo de la historia, convirtiendo a la antigua ciudad y sus famosas ruinas en uno de los atractivos turísticos más importantes de Siria.
En 1980, Palmira fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Sin embargo, la ciudad también atravesó un gran número de asedios. El primero fue el de los romanos, que tras la caída del Imperio de Palmira y un infructuoso intento de rebelión, arrasaron la capital.
Muchos de los tesoros más valiosos de Palmira fueron llevados a Roma.
Palmira incluso sufrió en tiempos modernos: en 2015 fue destruida por el autodenominado Estado Islámico (EI), que tomó la ciudad durante la sangrienta guerra civil siria.
Los miembros de EI dinamitaron muchos de sus monumentos y joyas arqueológicas, por considerarlos símbolos de idolatría.
Sin embargo, tras retomar el control de la ciudad, el gobierno sirio informó que si bien se destruyeron piezas de amplio valor histórico, muchas de las ruinas de Palmira permanecen intactas.