Hace cinco años una partera en Kenia asistió el nacimiento de un bebé que tenía órganos sexuales femeninos y masculinos.

El padre del bebé le dijo que lo matara pero ella decidió esconderlo y lo crió como propio.

Dos años más tarde volvió a ocurrirle lo mismo y después de un tiempo tuvo que huir para salvar la vida de los niños.

Zainab estaba acostumbrada a asistir partos. Trabajando como partera tradicional en el oeste rural de Kenia había ayudado a traer al mundo a decenas de bebés a lo largo de los años.

Pero ninguno era como el que sostenía ahora.

Había sido un parto complicado, pero nada que Zainab no pudiera controlar.

El cordón umbilical se había enganchado alrededor de la cabeza del bebé y tuvo que pensar rápido, usando una cuchara de madera para desenredarlo.

Después de despejar la vía respiratoria lavó al pequeño y cortó y ató el cordón umbilical.

Fue entonces cuando Zainab vio algo que jamás había visto.

"Cuando miré para ver si era varón o mujer vi dos cosas que sobresalían. Este bebé tenía partes masculinas y femeninas", recuerda.

En vez de decir lo que solía decir en este momento -"¡Es un varón!" o "¡Es una niña!"- Zainab entregó la criatura a su madre y le dijo simplemente: "Aquí está tu bebé".

Cuando la madre exhausta vio que el sexo de su bebé no era claro quedó estupefacta.

Pero cuando llegó su marido no tuvo dudas sobre lo que debía ocurrir.

"Me dijo: 'No podemos llevar este bebé a casa. Queremos que lo maten".

"Le dije que el bebé era una creación de Dios y que no debía ser asesinado. Pero él insistió. Así eventualmente le dije: 'Déjenme al bebé, yo lo mataré".

"Pero no lo maté. Me lo quedé".

Vistos como un mal presagio

El padre volvió varias veces para cerciorarse de que Zainab había cumplido con lo que prometió.

Ella escondió al bebé e insistió en que lo había matado. Pero esto no iba a funcionar por siempre.

"Al año los padres se enteraron de alguna forma que el bebé estaba vivo y me vinieron a ver", dice Zainab.

"Me dijeron que jamás debía revelar que el bebé era suyo. Acordé con ellos y desde entonces he criado al niño como propio".

Fue una elección extraordinaria y muy valiente.

En la comunidad donde vive Zainab, al igual que en muchas otras en Kenia, los bebés intersexuales son vistos como un mal presagio que trae una maldición para su familia y sus vecinos.

Al adoptar al bebé, Zainab estaba yendo en contra de las creencias tradicionales y se arriesgaba a ser culpada por cualquier desgracia.

Esto sucedió en 2012. Pero dos años más tarde Zainab se asombró al asistir nuevamente al nacimiento de otro bebé intersexual.

Aunque no hay estadísticas confiables sobre el número de kenianos intersexuales, los médicos creen que es similar al de otros países: cerca del 1,7% de la población.

"Esa segunda vez los padres no me pidieron que matara al niño. La madre estaba sola y simplemente huyó, dejándome al bebé", recuerda Zainab.

Una vez más, Zainab adoptó al pequeño y lo crió como parte de su familia.

Pero su marido -un pescador en el Lago Victoria- no estaba contento.

"Cuando iba a pescar y no había pique culpaba a los niños", cuenta Zainab.

"Decía que era porque los niños nos habían maldecido. Me sugirió que se los entregue para que los ahogara en el lago. Pero me negué. Le dije que jamás lo permitiría".

"Se puso violento y comenzamos a pelear todo el tiempo", relata.

La huida

Zainab se preocupó tanto por el comportamiento de su marido que decidió dejarlo y huir con sus hijos.

"Fue una decisión difícil para mí porque yo tenía una situación económica cómoda y teníamos hijos ya crecidos e incluso nietos".

"Pero no se puede vivir en un ambiente así, con amenazas y peleas. Me vi forzada a irme", señala.

Las prácticas de alumbramiento están cambiando en Kenia. Cada vez más madres dan a luz en hospitales en vez de en sus aldeas.

Pero hace no tanto la norma era usar parteras tradicionales y había un acuerdo tácito sobre cómo actuar en casos de nacimientos de bebés intersexuales.

"Los mataban", explica Seline Okiki, presidenta de las Diez Queridas Hermanas, un grupo de parteras tradicionales, también del oeste de Kenia.

"Si nacía un bebé intersexual inmediatamente se lo veía como una maldición y el bebé debía morir".

"Se esperaba que la partera matara al bebé y le dijera a la madre que había nacido muerto".

En el idioma Luo había incluso un eufemismo sobre cómo habían tenido que matar al bebé.

Las parteras decían que habían "roto la batata", una referencia a haber usado una dura batata para dañar el delicado cráneo del bebé.

"Los padres no tenían voz ni voto", dice la secretaria del grupo Anjeline Naloh. "La expectativa era que el bebé ni siquiera llegara a vivir lo suficiente como para llorar".

Hoy en día las Diez Queridas Hermanas dejan que las parteras en hospitales se ocupen de los nacimientos.

Ellas se dedican en vez a apoyar a embarazadas y madres recientes y a crear conciencia sobre la transmisión del VIH.

Pero en zonas más remotas donde no hay hospitales cerca, las parteras tradicionales siguen asistiendo partos a la vieja usanza y según las Diez Queridas Hermanas los infanticidios continúan.

"Se hace a escondidas, no abiertamente como antes", dice Naloh.

"Esas cosas aún pasan pero ahora son en secreto", coincide Okiki.

Georgina Adhiambo, directora ejecutiva de la obra de caridad Voces de Mujeres, que trabaja para reducir el estigma que rodea a las personas intersexuales en el oeste de Kenia, afirma que el tema aún es tabú.

"Hemos visto casos de padres que intentan esconder a su hijo intersexual o incluso lo encierran, algunos por vergüenza y otros porque temen que alguien le haga daño" señala.

"Estamos explicando qué son realmente las personas intersexuales. Esta es una sociedad muy religiosa así que explicamos que los niños intersexuales también fueron creados por Dios".

Pero la endocrinóloga pediátrica Joyce Mbogo -parte de una nueva generación de médicos entrenados específicamente para lidiar con lo que llaman Desórdenes del Desarrollo Sexual, o DSD en inglés- afirma que las actitudes ante las personas intersexuales están cambiando.

"Tenemos a un nuevo grupo de padres que está dispuestaoa pedir ayuda", señala.

"Hoy en día hay acceso a internet incluso en las zonas rurales así que cuando se dan cuenta de que algo está mal pueden investigar y ver de qué se trata".

Los tratamientos son variados.

Algunos pacientes no requieren tratamientos, muchos necesitan medicamentos y tratamientos hormonales y otros requieren cirugías.

Esto último suele retrasarse hasta después de la pubertad para que los niños puedan decidir por cuenta propia qué quieren ser.

A los niños adoptivos de Zainab les falta bastante para tener que tomar este tipo de decisiones.

Son sanos y felices y cuando Zainab habla sobre ellos se le ilumina la cara. Está claro que está orgullosa de ellos y de la nueva vida que ha construido a su lado.

Todavía asiste a partos cuando se la requiere pero se gana la vida sobre todo comprando y vendiendo ropa y sandalias.

"Todos comemos bien y puedo ver que son niños normales. Hablamos, el más grande ayuda con las tareas de la casa y mi hijo los considera a ambos como hermanos. Son todos mi familia, es un milagro de Dios".

Cuando se le pregunta si se arrepiente de su decisión Zainab se ríe, como si fuera una pregunta ridícula.

"¿Debería deshacerme de ellos? No, ¡soy su madre! Son seres humanos y yo debo cuidar a las criaturas de Dios".

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