El día que Miguel fue ingresado en el hospital, Carina lo estaba buscando para hacerle una pregunta.
Ambos trabajaban juntos en la sucursal mexicana de una empresa de marketing global. Miguel era gerente de marca y Carina, una de sus asistentes.
Aunque era una empresa grande, su equipo se percibía pequeño y todos se llevaban bien.
"Solíamos salir de vez en cuando. Íbamos a bares después del trabajo casi todos los viernes", recuerda Carina.
Miguel tenía 35 años y era un poco adicto al trabajo. Carina recuerda que su devoción por el deber era increíble, pero le preocupaba que se saltaba el almuerzo con mucha frecuencia o simplemente comía lo que podía en su escritorio.
Al mismo tiempo, Miguel siempre tuvo tiempo para sus colegas: "Era una persona increíble", asegura Carina.
Fiel a su estilo, Miguel siguió trabajando mientras estaba en el hospital.
Los gerentes de la compañía dijeron que no era nada serio y, como seguía respondiendo correos electrónicos, sus colegas lo creyeron.
"Parece que somos desechables"
Pasaban las semanas y Miguel no volvía. Un día dejó de responder correos electrónicos.
"Era un viernes y recibimos un correo electrónico de la nada diciendo que recursos humanos quería reunir a toda la compañía", explica Carina.
El personal ya tenía una idea del motivo de la reunión. Carina dice que no podía creer que estaba a punto de escuchar que su colega de 35 años, que había visto hacía unas semanas, había muerto.
Recuerda que una de las peores cosas ese día fue la forma en que el representante de recursos humanos habló sobre Miguel. Era evidente que no lo conocía, por lo que Carina sintió como si estuviera describiendo un activo que la compañía había perdido.
"Era como si la oficina estuviera en llamas y perdiéramos algunas computadoras. Se sentía impersonal, demasiado frío. Especialmente en las grandes empresas, al final parece que somos desechables", dice.
En buena parte del mundo, la muerte es un tema tabú y en las oficinas este tema es mucho más fuerte.
Una idea preconcebida de profesionalismo hace que las personas piensen que no pueden expresar sus emociones cuando alguien muere.
¿Qué hacer?
A Madelaine Swift la historia de Carina le suena familiar.
Ella es consultora en Focus Oxford Risk Management, una compañía de seguros que también ofrece servicios de consultoría sobre la mejor forma de manejar la muerte de un empleado.
Su trabajo es asegurarse de que las empresas no atraviesen fallas críticas en sus negocios con la pérdida de un empleado, especialmente un empleado clave.
Nadie quiere hablar de eso, pero cuando alguien muere, existen preocupaciones comerciales y personales.
Después de que Miguel murió, Carina dice que su escritorio permaneció intacto durante mucho tiempo. Incluso cuando llegó su reemplazo, algunas de sus cosas todavía estaban en el escritorio.
Obviamente ninguno de sus amigos quería ser el que las quitara, además de que la gerencia no hizo algo al respecto, lo cual fue otra falla, opina.
"Al menos podrían haber limpiado su espacio. Era extraño", dice Carina.
Swift dice que aunque tendemos a pensar en esas personas que hemos querido como "irremplazables", muy a menudo en el lugar de trabajo, un colega necesitará ser reemplazado.
"Se debe ser empático, porque no se trata solo de negocios. Podría ser un mejor amigo, un jefe inmediato, alguien con quien se tenga una relación muy cercana", explica la consultora.
Depende de los gerentes de una empresa el pensar en las decisiones difíciles a tomar y tener planes establecidos.
Pero al mismo tiempo, una empresa necesita pensar en cómo lo está pasando el personal.
"No hay una respuesta correcta o incorrecta. Casi tienes que seguir la corriente. Debes tener un plan, pero debes asegurarte de que puedes seguir adelante", explica la experta.
Consultar a los empleados
Kirsty Minford, una psicoterapeuta que trabaja con organizaciones en momentos de cambio o pérdida, dice que el primer impulso de muchas empresas es decir poco cuando muere un colega.
Esto sucede por miedo a hacer o decir algo incorrecto, o divulgar algo que la familia podría no querer saber.
Pero esa situación puede resultar difícil para el resto del personal: "Cuando hablas con los empleados o las personas que ha afectado, tienden a anhelar más comunicación y más información", explica.
Las relaciones laborales a menudo se perciben como secundarias a las que están fuera de la oficina y un colega puede ser "simplemente alguien con quien se trabaja".
Minford dice que entiende por qué, dada esta percepción y una renuencia general a hablar sobre la muerte, las empresas a menudo fallan en su manejo.
Señala que las compañías necesitan entender que las relaciones laborales son reales y tienen un efecto en sus empleados.
"Muchos de nosotros pasamos una gran cantidad de nuestro tiempo con compañeros de trabajo, a veces más de lo que gastamos con nuestras familias", enfatiza Minford.
Una cosa que los gerentes pueden hacer es consultar con su equipo sobre la mejor manera de honrar la memoria de una persona, ya sea un premio en su nombre, un árbol plantado o una placa.
Y cuando llega el momento de reemplazar a alguien que ha muerto, hay formas de hacerlo con sensibilidad.
Minford sugiere cambiar ligeramente el título de la persona o la disposición del escritorio para que no se sienta como un reemplazo.
"Una organización con la que trabajé trajo a un empleado temporal dos días después", explica.
"El trabajo tenía que hacerse, absolutamente. Pero sentarlo en el escritorio de la persona que había muerto, y no hablar ni con el temporal ni con el equipo de por qué estaban allí y lo que había sucedido antes, realmente pasa por alto algunos aspectos humanos clave sobre el dolor", dice.
Esto no se trata solo de compasión.
El duelo puede hacer que las personas no perduren en sus trabajos si se sienten presionadas a volver a la normalidad demasiado rápido, o sienten que no pueden justificar su dolor por alguien que no fue un familiar directo o un amigo de toda la vida.
Carina dejó su empresa varias semanas después de que se anunciara la muerte de Miguel. Ella ya estaba planeando irse, pero dice que estaba más tranquila de marcharse dada la forma en que se manejó el asunto.
"Cuando pienso en la reacción (de la empresa), siento enojo", dice.
"Pero cuando pienso en Miguel, recuerdo pequeñas situaciones en las que podría haberme dado la respuesta en dos segundos, pero él era más del tipo: 'Ok, déjame explicarte todo'. A pesar de que tenía 10.000 cosas que hacer".
"Era una persona increíble, así que lo recuerdo con mucho respeto".