Las ciudades con carácter tienen elementos que llaman la atención. Pueden ser muchas cosas, desde la música hasta las avenidas o los parques y arboledas, pero suelen ser edificios o grupos de edificios.
Hoy se podría decir que, además de los cerros y la arquitectura colonial del centro, contribuyen decisivamente al carácter y la identidad de Bogotá las iglesias con forma de naves espaciales o cohetes: las iglesias modernas.
La capital colombiana tiene cerca de 900 iglesias católicas, de las cuales unas 20 son edificaciones coloniales, otras 100 republicanas (de la primera mitad del siglo XX) y unas 800 modernas, le dice a BBC Mundo Mauricio Uribe, arquitecto y director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá.
"El patrimonio religioso de Bogotá es muy importante", señala.
Con forma de nave espacial, con sus característicos arcos parabólicos, que son a la vez paredes y techo, hay nueve construcciones que Uribe llama "de gran calidad", lo cual no deja de ser un número muy importante en una ciudad de unos 8 millones de habitantes.
Todas fueron erigidas entre la década del 30 y fines del 60.
"Hangar de Dios"
¿Cómo aparecieron? Lo responde el siguiente párrafo del libro de reciente publicación "Arquitectura sublime: el patrimonio religioso de Bogotá", que Uribe dirigió.
"Las transformaciones sociales, políticas y económicas a partir de los años 30, el desarrollo urbano de las ciudades, las influencias culturales foráneas, sumadas a la búsqueda de una identidad arquitectónica propia y a las posibilidades que ofrecían los nuevos materiales, hacen que, dejado paulatinamente el historicismo propios del período republicano, se pretenda una imagen y una espacialidad decididamente 'moderna' para las iglesias, que hacen parte de los nacientes barrios de una ciudad en permanente expansión".
Uno de los grandes referentes para estas iglesias es el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer y una de sus obras en particular: la capilla de San Francisco de Asís, parte del complejo arquitectónico de Pampulha, erigido en Belo Horizonte a principios de la década de 1940.
Se dice que Niemeyer encontró inspiración en el devoto poeta francés Claude Claudel: "Una iglesia es un hangar de Dios en la Tierra".
La Iglesia en Brasil no pensaba lo mismo, durante años rechazó el edificio y recién aceptó consagrarlo en 1959.
Hay algo más: uno de los grandes exponentes de la arquitectura moderna, el suizo-francés Le Corbusier, trabajó entre 1949 y 1950 en un "Plan Piloto" para Bogotá, que nunca se implementó.
Del campo a la ciudad
Tal vez esa aparición de grandes obras religiosas modernas en Bogotá estuvo asociada a dos fenómenos: un crecimiento del producto interno bruto del 5% anual entre 1945 y 1955; y la necesidad de satisfacer la demanda de espacios de culto para una creciente población urbana, que pasó del 31% en 1938 al 39% en 1951 y 52% en 1964.
O tal vez pueda hallarse un antecedente a esta apertura en lo arquitectónico en la llamada República Liberal (1930-1946), de la que dice Daniel Mitchell en su libro "Palabra colombiana": "Fue una etapa de robustos cambios, de valientes reformas sociales; un capítulo de la historia que rompió con la herencia conservadora que la antecedía, que se enfrentó a los poderes establecidos privilegiados; a los latifundistas, a los comerciantes, a la iglesia, a la burguesía".
"En los espacios católicos dedicados a la educación, los cuales cuentan con sitios dedicados a las celebraciones litúrgicas, buscan renovaciones acordes con las necesidades del momento", sugiere José Reinaldo Tibaduiza Cordero en su tesis de maestría de historia y teoría del arte, arquitectura y ciudad, dedicada a las obras religiosas modernas de Bogotá.
"Se busca la generación de ambientes que a los jóvenes les agraden, que sean áreas amplias de luz y colorido, que les haga poseer una visión de esperanza, de expectativa", agrega.
Juvenal Moya
De acuerdo con todos los especialistas el máximo exponente de las iglesias modernas de Bogotá es la capilla de los Santos Apóstoles, del colegio Gimnasio Moderno, del norte de la ciudad.
Fue construida en 1954 por el arquitecto Juvenal Moya, quien también erigió otras iglesias modernas de arcos parabólicos en la ciudad, cuenta el experto en patrimonio: "Hace unas cinco iglesias de este tipo y otras adicionales".
El mismo Le Corbusier conoció y elogió la obra de Moya en uno de sus viajes a Bogotá, cuenta Tibaduiza Cordero en su tesis que está especialmente enfocada en la obra del arquitecto colombiano.
Pero Moya no fue el único que utilizó este tipo de diseño.
Por ejemplo, en el barrio San Cristóbal, en el sur de la ciudad, hay otra iglesia moderna de Jorge Gaitán Cortés, arquitecto que luego fue alcalde de la ciudad. "Hecha con ladrillos de fábricas de la zona", recuerda Uribe.
La clave, siempre, son las bóvedas parabólicas.
Ahorro en la estructura y gasto en el arte
"Dan una sensación de ligereza", señala Uribe, "y se alcanzan formas y alturas considerables con un recurso técnico muy sencillo, que finalmente es lo que tienen en general las iglesias, en las iglesias históricas hay mucha decoración pero finalmente la solución espacial es muy simple".
Además, agrega: "El método de construcción de una iglesia de estas puede no ser tan costoso, porque las bóvedas que van de piso a cielo y otra vez al piso hacen las veces de muro y cubierta a la vez, tienen diez centímetros de espesor esas bóvedas y están en perfecto estado".
Al ser más económica la estructura, los arquitectos como Moya podían permitirse enriquecer con arte los edificios.
Los enormes vitrales de la capilla del Gimnasio Moderno, por ejemplo, fueron encargados a una fábrica especializada en Francia.
No sólo en la capital hay iglesias modernas, también se construyeron en otros lugares de Colombia (y, por supuesto, del mundo), como en la ciudad de Cúcuta, capital de Norte de Santander, del que era originario Moya, o en Cali o Medellín.
"Pero sin duda las más importantes están en Bogotá", sentencia Uribe.
Son parte de su carácter, de su identidad.