Al pensar en la orina, quizás se nos viene a la mente ese niño que orina en una fuente belga, el Manneken Pis, o tal vez versos del desgarrador "Tango del viudo" de Pablo Neruda en los que expresa cuánto daría por escuchar la respiración de su querida...

Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,

como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada...

En términos más prácticos, sabemos que se ha usado desde tiempos inmemoriales para diagnosticar enfermedades, pero es probable que olvidemos cuán valiosa ha sido a lo largo de la historia.

Tanto, que llegó a ser gravada en la época en la que Tito Flavio Vespasiano (9-79 d.C.) fue emperador de Roma.

En la fullonica

En las lavanderías o fullonicas del Imperio romano recolectaban orina y la dejaban en reposo hasta que se descomponía.

La urea almacenada eventualmente se convierte en amoníaco.

Y ese amoníaco era uno de los detergentes con los que se lavaban las vestimentas de la nobleza.

Cuenta el filósofo y escritor romano Séneca que tras remojar las togas de lana blanca, los trabajadores o fullones saltaban o bailaban sobre ellas, y utilizaban creta fullonica (tierra de batán), orina y azufre, para eliminar la grasa y realzar los colores. (Epístulae 15,4)

Después las volvían a enjuagar para quitarles el olor de los fragantes detergentes.

El trabajo era desagradable y malo para la salud.

El aroma del dinero

Las fullonicas se fueron convirtiendo en tan buen negocio que, cuando Vespasiano llegó al poder se inventó el urinae vectigal, un impuesto que tenían que pagar quienes quisieran utilizar la orina que se recolectaba en la Cloaca Maxima de Roma.

Entre ellos estaban también los que trabajaban con cuero.

La orina era la sustancia perfecta para suavizar y curtir pieles de animales, pues el alto pH del amoníaco descompone el material orgánico.

Remojar la piel de los animales en la orina facilitaba además eliminar el vello y los trozos de carne de la piel.

Cuenta el historiador romano Suetonio, que al hijo del Vespasiano, Tito, le pareció tan asqueroso cobrar por la orina que le reclamó a su padre.

En respuesta, el emperador le acercó una moneda de oro a la nariz y le preguntó si olía feo. Tito respondió que no y su padre le dijo: "Atqui ex lotio est" que quiere decir: "¡y eso que viene de la orina!".

A eso se le conoce como el Axioma de Vespasiano: Pecunia non olet o el dinero no apesta... no importa de dónde provenga.

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