En el verano de 2011, trabajé en una pequeña agencia de viajes en Berlín y tuve que enfrentarme a un gran problema: mis clientes tenían billetess a ningún sitio. El aeropuerto al que debían viajar, el aeródromo de Brandenburgo, no estaba abierto para recibirlos.
De eso han pasado ya seis veranos pero la situación es la misma a día de hoy. Y lo que es peor, el proyecto ha sobrepasado su presupuesto inicial en miles de millones de euros y ni siquiera está cerca de terminarse. Así que me pregunto, ¿qué fue de la aclamada eficiencia alemana?
Si el aeropuerto no le sirve como pista, les voy a contar un secreto: la eficiencia alemana es un mito y sus orígenes están en la religión, el nacionalismo, la época Ilustrada y las guerras mundiales.
La idea de la eficacia alcanzó su punto álgido en el siglo XIX, pero desde entonces ha sobrevivido como una forma útil de explicar al resto del mundo lo que nadie entiende de los alemanes: que a pesar de una guerra que los diezmó, un muro que los dividió, una moneda destinada a debilitarlos y una crisis financiera que podría haber terminado con ellos, consiguieron salir reforzados.
Eso sí, en este esquema no se tiene en cuenta a los aeropuertos.
La eficiencia alemana (o en realidad la carencia de ella) es generalmente un tema de conversación candente entre los visitantes del país germano.
Muchos se maravillan con que los trenes cumplan los horarios al minuto, que las factorías viejas y primitivas sean capaces de construir coches alemanes que viajan a grandes velocidades (a la vez que consiguen reducir el número de accidentes) y quizás lo que más fascina a los extranjeros: que los ciudadanos esperen a la luz verde de los semáforos para cruzar la calle. Incluso te llaman la atención si no lo haces.
Sin embargo, lo que normalmente se confunde con la eficiencia alemana es en verdad un gustoextremo por las reglas. Y esto deja a los extranjeros todavía más desconcertados.
Quizás seguir la reglas ayude a la hora de realizar las tareas del día a día, pero eso no significa que se aplique a la hora de llevar a cabo proyectos grandes y simbólicos de importancia nacional.
Los amantes de la cultura de Berlín que están esperando la extensa y larga renovación de la Staatsoper (la Casa Nacional de la Ópera) estarían de acuerdo conmigo. También aquellos en Hamburgo que vieron cómo aumentaban los costos para la nueva sala filarmónica de la ciudad.
La culpa la tiene Prusia
De alguna manera, la idea de la eficiencia alemana parece provenir de la antigua Prusia. Bien conocida por su militarismo, su nacionalismo y su gran sentido ético inquebrantable, el reino llegó a ocupar gran parte de Alemania y lo que hoy es Polonia en el siglo XIX.
Aparentemente, mientras los prusianos sin sentido del humor estaban ocupados con sus operaciones militares e intentado extraer cultivos de patatas de una tierra árida, los bávaros del sur del país se la pasaban bebiendo cerveza en climas más cálidos.
La gran diferencia entre los territorios del norte y del sur se hizo más pronunciada con la llegada delprotestantismo de Lutero. Fue Martín Lutero quien imaginó una nueva forma de cristianismo alemán, muy alejado del catolicismo del gran Imperio Romano.
Los textos de Lutero dibujaron la idea del alemán como trabajador, respetuoso con las leyes y con la autoridad.
Prusia no sólo hizo suyas estas características, sino que ayudó a que se convirtieran en un rasgo nacional alemán.
Hasta mediados del siglo XIX, Alemania no había sido más que un conjunto de pequeños reinos independientes que de vez en cuando se unían para luchar contra los franceses o los eslavos por conflictos fronterizos.
Prusia cambió todo eso cuando luchó contra Napoleón III en la guerra franco-prusiana (1870-71) y dirigió al país hacia lo que es hoy la Alemania moderna.
De hecho, de acuerdo con James Hawes, autor de "La historia corta de Alemania" (2017), fue esta victoria la que realmente estableció los cimientos de esa imagen de la eficiencia.
Lejos estaban las imágenes de los filósofos románticos y amantes del vino. Quedaron atrás los paisajes de los cuadros de Caspar David Friedrich con bosques oscuros, colinas redondeadas y viajeros de mirada mística.
Toda Alemania estaba por entonces cautivada por el poder militar de Prusia y toda Europa sabía que los prusianos eran gente a la que no había que quitarle ojo.
La propaganda y pósters de la Primera Guerra Mundial, algunos de los cuales se pueden ver en el Museo de Historia de Alemania de Berlín, sostienen este mito, sobreponiendo la cara del Kaiser alemán en el cuerpo de una araña y promoviendo a los alemanes como personas que todo lo saben y todo lo ven, casi omnipresentes.
¿Pero por qué el concepto de la eficacia alemana sigue perviviendo hoy si, después de la victoria Aliada de 1945, debía haber sido aniquilado?
Markus Hesselmann, editor del periódico local Tagesspiegel, tiene la idea, aunque no está muy a favor de admitirlo, de que "en Gran Bretaña, hay una especie de admiración de la Alemania nazi".
"Existe ese deseo de despojar al nazismo de todas las cosas malas pero dejar los aspectos que son dignos de admirar".
Miembros de las antiguas potencias aliadas, entre ellos los dirigentes de EE.UU. y Reino Unido, se maravillaban con cómo los alemanes, a pesar de todas las sanciones que se le impusieron al país tras la Primera Guerra Mundial, lograron recomponerse para luchar en una Segunda.
Se hace creer que el llamado Wirtschaftswunder o "milagro económico" de los 50 y 60 se debió a la tremenda cultura al trabajo alemana pero se pasa por alto todo el dinero que se estaba inyectando en la Alemania Occidental para contener a los rusos.
Quizás nadie sepa esto mejor que los extranjeros viviendo en Alemania. Son ellos quienes se dan de bruces con un sinfín de reglas y la maquinaria burocrática en el día a día. Pero eso sí, las grandes obras públicas como el aeropuerto de Berlín, languidezcan en el tiempo.
Ironías del destino, ahora el calumniado aeropuerto se publicita incluso en los puntos turísticos de la ciudad.
De tal manera que además de los museos de historia de Berlín como el DHM, monumentos como la Puerta de Brandeburgo, la Columna de la Victoria y el escalofriante de Monumento del Holocausto, los turistas pueden agregar el último aeropuerto de Alemania a su itinerario.
Según Joseph Pearson, que explora la idiosincrasia alemanas en el blog "The Needle" y en su próximo libro, el aeropuerto debería ser alabado más que denigrado.
"Precisamente porque contradice todo lo que ha sostenido el mito sobre Alemania: una especie de corrección que se hace la historia a sí misma".
Cuando cosas como el aeropuerto berlinés no funcionan, se "humaniza a los alemanes, muestra que realmente no encajan en los estereotipos de personas prácticas que los extranjeros tienen de ellas", añadiendo que, "cada ejemplo de la falta de eficiencia alemana me alegra y me frustra a la vez".
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