Esta historia está contada por su protagonista, que ha preferido permanecer en el anonimato pero que siente la necesidad de dar a conocer su experiencia a personas en su misma situación y a la gente que las rodea, como ella misma declara al final de estas líneas.
Las cosas, asegura ella, siempre pueden mejorar. Y a veces se trata de conocerse a uno mismo, saber qué apoyos necesita y de encontrar a la persona adecuada.
Su testimonio lo recogió Kate Leaver, colaboradora de BBC Three, un espacio de la BBC para jóvenes.
Tengo trastorno esquizoafectivo.
Esto afecta a cada persona de manera distinta, pero para mí es una especie de mezcla entre esquizofrenia y trastorno bipolar.
Significa que tengo la paranoia y la psicosis de la esquizofrenia, junto con toda la ansiedad y la depresión que conllevan un trastorno de salud mental.
Ahora tengo 41 años y mi diagnóstico lo obtuve hace tan solo diez años, a pesar de que ya había convivido con él gran parte de mi vida sin saberlo.
La esquizofrenia afectiva es un trastorno que afecta a menos del 1% de la población y tienden a padecerlo las mujeres más que los hombres. Los síntomas, de la misma forma que me pasó a mí, suelen comenzar en los primeros años de la adultez.
Justo a una edad a la que comienzan a tenerse las primeras citas y los primeros novios. Fue una etapa realmente complicada para mí.
Primer episodio
Me enamoré por primera vez cuando tenía 15 años. Mi primer novio era un tipo encantador, éramos amigos desde el colegio pero nuestra relación fue muy complicada porque yo atravesaba una depresión y además tenía anorexia.
Rompimos después de cuatro años porque se fue a la universidad, aunque seguimos siendo amigos.
Pero mi primer episodio psicótico de verdad ocurrió cuando tenía 20 años.
Me enamoré de un chico de Estados Unidos que conocí en un festival de música. Después de escribirnos durante seis meses, decidí ir a visitarlo y quedarme con él durante un tiempo.
Fui muy clara sobre mis problemas de salud mental, le dije que estaba tomando antidepresivos y fue muy comprensivo conmigo.
Cuando llegué a Estados Unidos, dejé de tomar la medicación. Me sentía enamorada y feliz, así que tenía la esperanza de que mi depresión hubiera desaparecido para siempre.
Pero después de unos meses empecé a notar los efectos de no tomar la medicación. Hubo una semana en la que tuve varios brotes psicóticos. No podía comer ni dormir. Empecé a tener alucinaciones y paranoias.
No sé cómo describirlo, era como estar dormida y despierta al mismo tiempo. Es como vivir en una pesadilla.
Sentía que todo el mundo me miraba y hablaba a mis espaldas. Empecé a escuchar voces y asumí que la gente de la radio me hablaba. Fue aterrador.
Por fortuna, el que era mi novio en aquel entonces me apoyó mucho. No entraba en pánico si yo hacía o decía algo extraño y se molestaba en hacerme ver lo que era o no era real.
Una década en el hospital
A pesar de su comprensión, los dos nos dimos cuenta de que mi estado de salud mental no era bueno y que debía volver a casa, a Reino Unido, para ver a un médico.
Recorrió en coche tres estados para que pudiera coger un avión. Al mismo tiempo, mi madre viajó hasta ese mismo aeropuerto para poder hacer conmigo el viaje de regreso a casa.
Para superar las horas de trayecto me dieron sedantes. Dormí todo el vuelo, me bajé del avión y todavía seguí durmiendo un poco más. Tardé un tiempo en recuperarme de tanta medicación.
El chico estadounidense y yo seguimos en contacto durante un par de años más.
Tras esa relación, no tuve citas con nadie más. Durante diez años estuve saliendo y entrando en el hospital, así que realmente no era el momento adecuado para tener una relación.
Fue entonces, a los 30 años, cuando los médicos finalmente le pusieron un nombre a lo que me pasaba. Tenía un desorden esquizoafectivo.
Intentó arrojarme del auto
El diagnóstico fue, en realidad, un alivio.
Por fin tenía algo contra lo que luchar y no fue hasta saber qué me ocurría que pude buscar el apoyo que necesitaba.
Empecé a tomarme mi vida amorosa en serio de nuevo. Me registré en varias webs y sitios de citas por internet y salí con varios idiotas, al igual que hacemos todos.
Me acuerdo de un tipo que me dijo que quería acostarse conmigo inmediatamente después de habernos conocido en una cafetería. Se echó a llorar cuando le dije que no.
Luego conocí a un hombre que intentó echarme del carro en marcha cuando le conté mi enfermedad. Nos habíamos conocido unas semanas antes y siempre habíamos tenido encuentros muy agradables. Cuando un día fuimos a dar una vuelta en su auto decidí que era un buen momento para contarle mi historia.
Se asustó muchísimo. Me llamó loca una y otra vez y después me pidió que saliera del coche. Le dije que el auto estaba en marcha pero él estaba tan enojado que seguía pidiéndome que saliera.
Obviamente no lo volví a ver nunca más.
Una nueva vida...
Desde entonces he trabajado muy duro para protegerme.
Me han prescrito dos medicamentos antipsicóticos que nunca me olvido de tomar porque sé lo que pasa cuando no lo hago.
He tenido tal vez unos cinco o seis episodios como el que tuve en Estados Unidos, pero el miedo y la ansiedad la tengo que combatir cada día.
Cuando las personas saben verme más allá del diagnóstico y entienden quién soy, no salen despavoridas. Si eso pasa es más bien porque esa persona no entiende realmente qué es un trastorno esquizoafectivo, no porque yo asuste a la gente.
Por eso sabía que tenía que buscar parejas que sean lo suficientemente maduras y seguras de sí mismas para entender mi situación.
No tengo tiempo o paciencia para salir con alguien que no puede darme lo que necesito.
Probablemente lo más difícil para mí haya sido la soledad. Fui soltera desde mis veinte hasta mis treinta y tantos años, justo cuando la mayoría de personas empiezan a encontrar pareja.
Fue difícil, pero también me alegro de haber tenido tiempo para trabajar en mi salud mental. Lo que he aprendido, y sigo aprendiendo hoy, es que merezco que me quieran.
... y un nuevo amor
A mi novio de ahora lo conocí hace ya tres años.
Se ofreció para ayudarme con una película en la que estaba trabajando y una noche dimos un paseo romántico por el canal. Empecé a tener paranoias y llegué a pensar que me iba a tirar al canal.
Le conté lo que me pasaba y me aseguró que no iba a hacer nada de lo que yo me estaba imaginando. Fue así como acabamos teniendo una conversación sobre mi salud mental. Fue tan cariñoso al respecto que me di cuenta que valía la pena tenerle en mi vida.
No vivimos bajo el mismo techo y llevamos vidas bastante separadas pero nos adoramos y lo que tenemos es real. No se trata de pasión ni romance, sino de apoyo y honestidad emocional.
La única gran tristeza en mi vida es que es poco probable que pueda llegar a tener hijos. Cuando era más joven estaba soltera y mi situación no era nada favorable. Ahora que por fin he conocido a alguien creo que ya es demasiado tarde.
Pero he aprendido que la conexión humana es lo que más importa en esta vida y eso es lo que tengo.
Todo el mundo se enamora. Las personas con problemas de salud mental también.
Yo lo tuve muy difícil cuando era joven y quiero que todas las personas que viven con problemas mentales y tratan de encontrar pareja sepan lo siguiente: las cosas pueden mejorar.