Donald Trump se enfrentará a un juicio político en febrero de 2021, la primera vez que un presidente estadounidense es juzgado dos veces por "graves delitos y faltas".
El 25 de enero se envió al Senado de EE.UU. un único artículo de impeachment, en el que se acusa a Trump de "incitar a la insurrección" antes de que sus partidarios atacaran el edificio del Capitolio el 6 de enero.
Los argumentos formales comenzarán en el Senado en la segunda semana de febrero.
Pero la campaña mediática ya está en marcha, ya que los partidarios del expresidente -y sus adversarios políticos- están ocupando los medios para posicionarse sobre el caso.
Entre los defensores de Trump ha destacado el veterano senador republicano Lindsey Graham, quien dijo al presentador de Fox News, Sean Hannity, que si Trump fuera condenado por el Senado después de dejar el cargo, se abriría la puerta para que los presidentes anteriores fueran enjuiciados.
"Si se puede juzgar a un presidente después de que haya dejado el cargo, ¿por qué no juzgamos a George Washington?", dijo Graham a Hannity. "Poseía esclavos. ¿Dónde termina esto?".
Hay, por supuesto, un fallo obvio en el comentario de Graham: al estar muerto, Washington no puede comparecer para defenderse.
Pero la historia del papado medieval nos enseña que incluso la muerte puede no ser un obstáculo para el enjuiciamiento por mala conducta en el cargo público.
El 'impeachment' medieval
Hace más de 1.000 años, la iglesia occidental estaba en crisis.
Había una amarga disputa entre Roma y Constantinopla sobre cuál era la jefatura de la iglesia cristiana.
Oleadas de inmigrantes se habían asentado en Hungría y Bulgaria, lo que aumentaba las tensiones entre Constantinopla y Roma al rivalizar por la soberanía sobre una población cambiante con lealtades variables.
Estos conflictos plantearon importantes cuestiones sobre las cualidades que se exigían a los líderes de la cristiandad.
Durante este periodo se utilizó con bastante frecuencia el equivalente medieval del impeachment.
Se trataba de un sínodo eclesiástico celebrado en Roma, en el que el titular del cargo más alto de la cristiandad podía ser juzgado por transgresiones de las tradiciones y costumbres de su cargo.
Uno de estos sínodos tuvo lugar en enero del año 897 y en él fue juzgado el por entonces último pontífice, Formoso (Papa desde 891 a 896).
El único problema era que Formoso llevaba siete meses muerto cuando comenzó el juicio.
Pero el nuevo Papa, Esteban VI, era de la firme opinión de que incluso cuando los líderes habían dejado su cargo, podían ser castigado por sus infracciones.
Muerto y sentado en el trono
El sínodo se llevó a cabo en circunstancias un tanto macabras.
El Papa Esteban hizo sacar el cadáver de Formoso de su sarcófago y lo llevó a la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, para ser juzgado.
El cadáver fue ataviado con los ornamentos papales y colocado en un trono para enfrentarse a las acusaciones que sostenían que Formoso había roto las reglas de la Iglesia.
Cerca de él se encontraba un diácono para responder en nombre de Formoso.
Esteban VI acusó al cadáver romper el juramento de no volver a Roma y de haber obtenido ilegalmente el título de Papa porque ya era obispo en el momento en que fue elegido.
Los supuestos delitos tuvieron lugar mucho antes del juicio.
En julio de 876, Formoso había sido excomulgado por inmiscuirse en la política de poderes europeos y se le había prohibido celebrar misa por el papa Juan VIII.
Pero, tras morir este último, la sentencia de excomunión fue retirada por el sucesor de Juan, Marino I, en 878, y Formoso volvió a su cargo de obispo de Oporto.
A pesar de haber manchado su historial, Formoso fue elegido papa el 1 de octubre de 891, e inmediatamente se involucró de nuevo en la política.
En Italia, Formoso alentó la insurrección, persuadiendo a Arnulfo de Carintia para que avanzara hacia Roma y expulsara al emperador reinante.
Arnulfo se apoderó de Roma por la fuerza el 21 de febrero de 896, pero su éxito fue efímero, puesto que antes de tener la oportunidad de avanzar contra el bastión de su adversario en Espoleto, sufrió una parálisis y no pudo continuar la campaña.
La parálisis, por cierto, se consideraba un castigo divino en la Edad Media.
Es importante recordar que ésta era una época en la que el papado cambiaba de manos a un ritmo alarmante: casi todos los años entre el año 896 y 904 había un nuevo Papa, a veces incluso dos.
A Formoso le sucedió el papa Bonifacio VI, quien murió dos semanas después.
Esteban VI fue el siguiente en sentarse en el trono papal.
Había sido partidario de Formoso, pero había cambiado de bando y ahora estaba alineado con la familia Spoleto, en aquel momento todopoderosa en Roma.
Como era de esperar, Esteban VI declaró culpable a Formoso basándose en que no podía recibir legalmente el título papal, ya que era el obispo de otra sede y se había retractado de su juramento de no celebrar misa.
Todas sus medidas, actos y decisiones legales fueron anuladas, así como sus órdenes sacerdotales, que se declararon inválidas.
Sus vestiduras papales fueron arrancadas de su cuerpo.
Los tres dedos que el papa muerto había utilizado en las consagraciones fueron cortados de su mano derecha; y el cadáver, enterrado en una fosa del cementerio destinada a desconocidos, pero solo para ser retirado a los pocos días y arrojado al río Tíber.
Donald Trump, actualmente en su complejo turístico de Mar-a-Lago, en Florida, no sufrirá las indignidades del cadáver del papa Formoso.
Pero, al igual que Formoso, verá revocadas muchas (si no todas) de sus decisiones y nombramientos en estos primeros días de la presidencia de Joe Biden.
Curiosamente, tras la muerte de Esteban VI, Formoso fue rehabilitado y su papado restituido por la Iglesia.
Por su parte, se rumorea que Trump sigue considerando su regreso a la política estadounidense.
Al haber perdido el acceso al equivalente moderno de los tres dedos de Formoso -sus plataformas de medios sociales- ya no puede conceder fácilmente favores o inspirar a sus seguidores.
Pero, como ya sabemos, cosas más raras han sucedido.