En un bar del este de Londres de los que están ahora de moda, un grupo de hackers corporales plantea sus razones para la modificación tecnológica del cuerpo humano a un numeroso auditorio de menores de 35 años, muchos de los cuales lucen pendientes y tatuajes.

Colocar un chip dentro de tu cuerpo no es muy diferente de ponerte un pendiente o sellar sobre tu piel la tinta de un tatuaje, asevera uno de los intervinientes, simplemente, es bastante menos sangriento.

Para algunos, el transhumanismo, la teoría según la cual la raza humana puede ir más allá de sus límites físicos y mentales con la ayuda de la tecnología, es un elemento crucial en el avance de la sociedad.

La biohacker Lepht Anonym tiene nueve implantes tecnológicos en su cuerpo y cree firmemente que lo que ella hace beneficiará tanto a la especie humana como a su propia curiosidad.

Aunque admite que a veces puede resultar doloroso.

"Los imanes que tengo en los dedos dolieron, dolieron de veras, tanto que por un instante empecé a verlo todo blanco. Fue real, realmente doloroso".

Los imanes le permiten sentir la radiación electromagnética, de manera que puede saber si un aparato está conectado o desconectado, si un microondas está funcionando y dónde están las tomas de energía. Lo que, reconoce, "no es que sea enormemente útil".

También tiene un chip subcutáneo que le permite interactuar con su teléfono y desbloquear algunas puertas.

Su esperanza es que los "primitivos resultados" que ella ha conseguido puedan ser usados por otros, gente más capacitada, para construir algo mejor.

"La comunidad del biohackeo es una cooperativa. Se trata de mejorar la calidad de vida de la gente, pero de una manera práctica".

Cuestiones de higiene

No todo el mundo es un entusiasta de esta tendencia.

Andreas Sjostrom, que lidera el ensayo de movilidad global de la multinacional francesa CapGemini, tuvo un implante en 2015 con el que podía descargar su número de pasajero de los billetes de avión y atravesar los controles de seguridad tan solo con deslizar su mano por un lector electrónico.

Pero ahora se ha vuelto más escéptico sobre esta tecnología.

"Para que esto pueda ser ampliamente usado la situación actual debe mejorar", dice.

"El hardware que lee estos chips está diseñado para una superficie lisa, como la de una tarjeta", explica. Según él, con frecuencia los lectores no leen los que están instalados en la mano.

"Y entonces todo el mundo presiona con su mano el lector, lo que es poco higiénico".

Se estima que más de 10.000 personas en todo el mundo tienen chips implantados en su cuerpo. No es una práctica mayoritaria, pero sí una tendencia al alza.

El actual abanico de implantes incluye imanes que se instalan en las yemas de los dedos, chips de identificación de frecuencias de radio que se insertan en la mano, e incluso linternas LED que brillan bajo la piel.

Los chips preparados para la apertura de puertas tienen un número de serie exclusivo que lee un dispositivo que se puede adherir a cualquier cosa que uno quiera abrir. Cada chip puede contener diferentes números de serie, lo que le permite abrir diferentes puertas.

Amal Graafstra suministra esos implantes a través de su firma, Dangerous Things (Cosas Peligrosas, en español), y piensa que hay buenas razones para tener un implante.

"Todos cargamos con las llaves, la billetera y el celular. Estos son cargas, son muy importantes para la vida moderna, pero todo el mundo odia llevarlos encima".

"Con un simple implante que usa menos energía y conlleva menos riesgo que un pendiente en la oreja, puedes reemplazarlos".

Amal puede entrar no solo a su casa, sino también a su auto con el implante que hay bajo su piel, aunque confiesa que hacer que funcionara con el carro requirió "un poco de hackeo".

Prevé un futuro en el que los chips puedan hacer mucho más y en el que mucha más gente se siente atraída hacia la comunidad del biohackeo.

"Si cualquiera pudiera usar un implante para tomar el tren, comprar café proteger su computadora y sus datos, entra en casa o conducir un carro, todas estas múltiples utilidades conllevarían una mayor extensión".

Para Matt Eagles, el implante que tiene en su cerebro no es un lujo, sino una necesidad para sobrellevar la enfermedad de Parkinson que sufre desde que era niño.

Las dos protuberancias de su cráneo indican los 15 centímetros de electrodos que atraviesan su cerebro. El se refiere a ellas afectuosamente como sus "dos cuernos de bebé de jirafa".

Los implantes están conectados a un generador de pulso en su pecho, lo que interrumpe el flujo normal de las señales eléctricas de su cerebro y le permite caminar.

"Me han devuelto la dignidad. Cuando tienes que luchar para darte la vuelta en la cama por las noches o no puedes ni levantarte para ir al baño, de repente ser capaz de hacerlo es un enorme plus ".

El implante le ha dado también la confianza para retomar su amor por la fotografía, que le llevó a ser uno de los fotógrafos acreditados en el torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Quizá lo más importante es que se ha casado.

Muchos consideran que la medicina será la principal aplicación que tendrá en el futuro el biohackeo, con implantes en el oído que recuperen la audición perdida o píldoras inteligentes que, tras ser ingeridas, puedan analizar y manipular funciones del organismo.

Algunos biohackers están listos para ir un paso más allá. El pasado octubre, Josiah Zayner, doctor en Bioquímica y Biofísica Molecular de la Universidad de Chicago se inyectó en el brazo ADN manipulado por una herramienta de modificación del genoma llamada Crispr.

Desde entonces asegura que se arrepintió de su intento de editar sus propios genes. Pretendía desencadenar un cambio genético en sus células para aumentar su masa muscular, lo que acaparó entonces titulares centrados en si semejante experimento era ético.

"Hay una solución de continuidad entre lo que es la terapia y lo que es la mejora, y es difícil trazar la línea donde termina la medicina y comienza la mejora", dice el profesor John Harris, experto en Bioética de la Universidad de Manchester.

"Hay herramientas de edición genética disponibles, relativamente baratas y fáciles de utilizar, pero no se debería aconsejar a la gente que lo intentara".

Las objeciones han llegado también desde ámbitos religiosos y Sjostrom recibió críticas de la comunidad cristiana.

"Ven la tecnología implantable y asumen que ha llegado el fin de los tiempos y esa es la marca de la bestia. Es importante saber cómo manejar esta tecnología desde un punto de vista teológico".


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