¿Alguna vez te has puesto a pensar que las bacterias han desarrollado resistencia a los antibióticos mientras que nosotros no hemos desarrollado resistencia a las bacterias?

¿Será que de tanto cuidarnos del mundo exterior suspendimos el proceso de transformación de nuestra especie?

Es una pregunta que los científicos se han hecho desde que Charles Darwin publicó "El origen de las especies" en 1859.

No hay duda de que los humanos somos únicos en el mundo animal.

Hace decenas de miles de años, algo increíble empezó a suceder: nuestros ancestros empezaron a protegerse del medioambiente de una manera muy distinta a otras criaturas.

Inventaron cosas para hacer que la vida fuera más fácil: refugios, herramientas y otras tecnologías sencillas que no existían en el mundo natural.

Mientras los osos polares desarrollaron capas de grasa cubiertas con pieles gruesas, nuestros antepasados usaron el fuego y se pusieron ropa.

¿Implica eso que las reglas normales de la evolución ya no aplican?

A flor de piel

Si queremos confirmar que hemos cambiado en los últimos 60.000 años sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor: al salir de África todos teníamos piel oscura, ahora hay una gran variedad de colores.

Pero la cuestión es si hemos evolucionado a un nivel menos superficial.

Gracias a los 40 años de trabajo de la antropóloga física Cynthia Beall con poblaciones que viven en montañas extremadamente altas, como los habitantes de los Andes y los sherpas del Himalaya, sabemos que sus cuerpos se adaptaron a las condiciones.

Tienen una densidad más alta de vasos sanguíneos y son más amplios, así que el sistema de circulación les da el oxígeno que necesitan sin correr los mismos riesgos que los foráneos.

Esa es una prueba de que hay algunos humanos que no dejaron de evolucionar.

El gran cambio

Pero hubo un cambio más generalizado, que vino con un desarrollo determinante para nuestra historia y que nos encaminó hacia el mundo moderno: el momento en el que empezamos a producir comida, hace unos 10.000 años.

El paso de cazador recolector a ganadero agricultor transformó la dieta y la cultura y fundamentó nuestras civilizaciones.

Tener un suministro de alimentos estable es precisamente el tipo de desarrollo cultural y técnico que podría frenar la evolución.

Los miembros más débiles de las sociedades empezaron a tener mucho más chance de sobrevivir, así que nos distanciamos un poco de la selección natural.

Pero, ¿frenó la evolución o sólo cambió la manera en la que evolucionamos?

La leche

Uno de los productos que las granjas empezaron a producir fue leche.

Su azúcar se llama lactosa y los bebés producen una enzima llamada lactasa que permite digerirla. Otros mamíferos la dejan de producir con la edad pero los humanos la seguimos secretando cuando somos adultos.

¿La razón? La evolución.

Para nuestros antepasados, poder digerir la leche era cuestión de vida o muerte. Los que podían eran los ganadores en la carrera por la supervivencia del más apto.

¿Por qué fue tan importante?

  • La leche da mucha energía, tiene muchos nutrientes, varias vitaminas, calcio y mucho más.
  • Es un fluido relativamente limpio, menos riesgoso que el agua de un pozo o un arroyo
  • Los cultivos dan cosecha y luego hay que esperar; poder tomar leche ayudaba

Quienes podían digerirla se podían reproducir y su descendencia heredaba esa característica, una de las más ventajosas que los europeos hayan desarrollado en los últimos 30.000 años.

Lo que confirma que es una adaptación evolutiva es que en lugares tradicionalmente productores de lácteos, la persistencia de lactasa es tremendamente común -en Irlanda es el 99% de la población-; en el sureste asiático, por el contrario, hay muy poca tolerancia a la leche.

En el cementerio

Parecería entonces que los cambios que le hacemos a nuestro mundo tuvieron tanto poder para transformar nuestros genes como los que ocurren en la naturaleza.

Pero hay algo fundamental que ha cambiado más recientemente.

En el mundo desarrollado, la forma de vida ha cambiado completamente: si no puedes digerir leche, puedes tomar otra cosa.

Con abundancia de alimentos, medicina e instalaciones sanitarias, una buena porción de la humanidad, sin importar qué número sacó en la lotería genética, puede sobrevivir el tiempo suficiente para pasar sus genes.

Entonces, ¿seguimos evolucionando?

Una visita a un cementerio nos da una pista.

Los patrones de vida y muerte, que son la materia prima de la selección natural, han cambiado dramáticamente con el paso de los siglos.

Si te fijas en las tumbas del siglo XIX, por ejemplo, es típico encontrar que la gente moría antes de los 50 años y que hay muchas de bebés y niños.

Si sufrías de asma, por ejemplo, probablemente morías antes de poder reproducirte... eso era selección natural.

Hasta que hubo remedio.

La vida en las sociedades más ricas o más justas se ha transformado en los últimos 200 años. La medicina y la ingeniería ofrecen una seguridad que le permite a cada individuo tener más posibilidades de sobrevivir.

¿Ya no juega la selección natural?

Sólo si logramos controlar las enfermedades para siempre.

Lo único que se necesita para que la selección natural se vuelva a activar en el mundo desarrollado sería una enfermedad contagiosa y letal.

En la sala de partos

Y hay otro cambio importante: hoy en día sólo tenemos hijos si queremos y cuantos deseamos. Eso puede estar haciendo que la selección natural esté funcionando de una forma distinta.

Darwin formuló la selección natural basándose en la mortalidad, pero a mediados del siglo XX hubo quienes se dieron cuenta de que lo que estaba cambiando la frecuencia genética era la reproducción.

Ya no depende tanto de cuál es el más fuerte para que logre sobrevivir sino de cuánta gente alta, morena, gorda, rubia, menuda, etc. decide tener hijos y pasar sus genes: ya no es sólo la naturaleza o la ciencia, sino también la cultura lo que determina cómo evolucionamos.

Además, estamos al borde de poder diseñar genéticamente nuestra especie, algo sin precedentes.

Así que no hemos dejado ni parece que vamos a dejar de evolucionar. Sólo que la manera en la que lo hacemos no depende sólo de cómo cambia el mundo sino también de cómo cambiamos el mundo.

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