Una teoría conspiratoria en contra de la vacunación avalada por 13 expertos y publicada en una revista de prestigio bastó para generar una crisis de confianza en la comunidad científica que todavía perdura en la actualidad.

En febrero de 1998, el médico británico Andrew Wakefield vinculó la vacuna conocida como MMR por las siglas en inglés para el sarampión, las paperas y la rubéola con los casos de autismo en niños mayores de un año.

"Debería ser eliminada", llegó a decir en rueda de prensa Walkfield, líder del estudio.

Su afirmación estaba motivada por una investigación que firmaban 13 facultativos, entre los que se encontraba él, y que se había publicado en la revista The Lancet.

"La vacuna puede dañar el intestino haciendo que los químicos dañinos del aparato digestivo lleguen al cerebro desencadenando el autismo", decía el documento que especificaba que apenas 12 menores participaron en el estudio.

No importó, la explicación científica caló en la población.

Pánico entre los padres

La comunidad científica no supo cómo responder ante algo sobre lo que no había pruebas que pudiesen demostrar que el estudio estaba equivocado.

"Me encontré en una posición muy delicada porque no encontraba pruebas que pudiesen demostrar lo contrario", cuenta al programa de la BBC Health Check David Salisbury que fue director de Inmunización en el Departamento de Salud de Inglaterra y Gales hasta fines de 2013.

La desconfianza de los padres hacia las vacunas y la comunidad científica comenzó a crecer y los índices de vacunación a bajar.

En ese mismo año, 1998, se dieron hasta 55 casos de niños afectados por sarampión, paperas o rubéola, enfermedades que estaban hasta ese momento erradicadas.

"El problema con el sarampión es que la gente lo identificaba con un sarpullido o una mancha roja y no teníamos esos casos, a la gente no le preocupaba la enfermedad, quería saber si la vacuna era o no saludable", cuenta Salisbury.

Los doctores tuvieron que lanzar un mensaje público advirtiendo de las consecuencias que podía tener en el desarrollo de los niños no someterles a vacunas. En algunos casos podía causarles la muerte, dijeron.

Finalmente, en marzo de 1998 un grupo de 37 expertos del Consejo Médico de Reino Unido, tras recopilar y analizar datos, salió a decir que no había evidencias científicas que probasen vínculo alguno entre la vacuna MMR y el espectro autista.

El doctor Wakefield dio la réplica.

"Siguió compartiendo sus creencias y continuó publicando trabajos que, aseguraba él, apoyaban su teoría sobre la MMR y el autismo", recuerda Salisbury.

Walkfield insinuaba que había una teoría conspiratoria en la que la industria farmacéutica, apoyada por los médicos, predicaba la necesidad de usar vacunas. La desconfianza en la comunidad científica creció.

Los índices de vacunación bajaron al 80% en Inglaterra en 2003, muy por debajo del porcentaje necesario para mantener a la población local a salvo de contagio. En 2008, ya se habían registrado más de 1.000 casos.

Fenómeno global

El rechazo a las vacunas no se restringió a Reino Unido, se extendió a otros países y se prolongó en el tiempo.

En 2017, se dieron casos de sarampión en Rumanía, Alemania e Italia, donde se aprobó una ley que hacía obligatorias hasta 12 vacunas, entre ellas la MMR.

Los movimientos antivacunas llegaron también a Estados Unidos, que en el 2000 había erradicado el sarampión. Tres años más tarde el país vivió un brote de esta enfermedad.

Desde entonces, el número de casos ha ido en aumento de año en año en el país. De acuerdo con datos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, en 2017 se registraron 118 casos de personas infectadas por sarampión en 15 estados.

Al descubierto

El caso se había desatado una crisis en Reino Unido pero un periodista especializado dio un golpe clave a las teorías conspiratorias de Walkfield.

En un artículo publicado en el Sunday Times en 2004, Deer señalaba que el estudio que defendía Walkfield había sido financiado por una firma de abogados que se ofrecía a presentar litigios contra las empresas farmacéuticas y la comunidad médica.

La organización, según el relato de Deer, también fue la que se ocupó de elegir a los niños de entre grupos antivacunación y que formaron parte del estudio.

Casi un año después de la noticia y tras seis años de investigación de Deer, el Consejo General de Medicina de Reino Unido declaró culpable a Walkfield de no haber revelado sus vínculos con esta firma de abogados.

Su nombre fue eliminado del registro oficial de médicos y The Lancet se retractó.

Consecuencias

Pero la figura de Walkfield sigue dividiendo al mundo. Algunos lo ven como un individuo que se ha atrevido a decir la verdad que otros ocultan.

"El miedo a las vacunas está bastante extendido hoy en día Estados Unidos, Australia, Alemania, Italia y en otros lugares donde él se ha presentado a sí mismo como víctima de la industria farmacéutica, culpando a otros de su situación", asegura Deer.

Ha habido casos de una gran oposición a la vacuna del MMR entre la comunidad somalí de Estados Unidos, en contra del polio en Pakistán y hasta en Nigeria, donde se creía que se usaba para esterilizar a los hombres. Son consecuencias de la herencia de Walkfield.

"Es un legado que no debería adoptar ningún país, no sólo el hecho de no querer ser vacunado, sino la desconfianza en las vacunas y en la comunidad científica en general", remata Salisbury.

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