Siempre he cuestionado la existencia de Dios, pero en el pueblo de Lalibela, en el norte de Etiopía, me presentaron pruebas bastante importantes.

Oficialmente cristiana desde 330 d.C., Etiopía afirma ser el país cristiano más antiguo del mundo.

A pesar de estar devastado por la pobreza, la fe se ha mantenido firme allí a lo largo de los siglos; las iglesias medievales de roca de Lalibela son una clara prueba de ello.

Cada una de las 11 estructuras monolíticas está insertada dramáticamente en el paisaje montañoso, hundida de 40 a 50 metros en la tierra y perforada con aberturas cinceladas en forma de cruz para permitir que la luz del sol penetre en su interior vacío.

Quién los construyó

Hay varias teorías en torno a la creación de estos extraordinarios lugares de culto.

Algunos creen que fueron talladas por los caballeros templarios, cruzados cristianos que estaban en la cúspide de su poder, durante el siglo XIII, cuando las iglesias fueron creadas. Pero no hay pruebas concretas de esto.

La hipótesis más difundida -y la propagada por el pequeño museo situado cerca de la entrada de las iglesias- es que fueron talladas bajo las órdenes del rey Lalibela, emperador de Etiopía desde finales del siglo XII e inicios del XIII, quien visitó Jerusalén en 1187 justo antes de que la Ciudad Santa cayera en manos de las fuerzas musulmanas.

El rey Lalibela construyó estas iglesias alrededor de la parte Etiopía en el río Jordán, con la intención de dar la bienvenida a los cristianos a una "Nueva Jerusalén".

Sin embargo, el museo no parece enfatizar esta teoría.

Su exhibición de herramientas de construcción incluye sólo una frágil azuela, una herramienta en forma de hacha que los sirvientes del rey Lalibela supuestamente solían usar para esculpir las iglesias desde el suelo.

Incluso contando con 900 años de desgaste, parece más adecuada para arrancar las malas hierbas de la tierra que para tallar rocas.

En una sola noche

Los miles de fieles que asisten a los servicios diarios dentro de las iglesias aceptan una explicación mucho más divina: que el rey Lalibela fue ayudado por un ejército de ángeles, que completó las 11 iglesias en una noche.

Desde la distancia, el único signo de estos templos subterráneos es el flujo de gente que entra y sale de las grietas.

Las visitas tienen que ser cronometradas para los momentos en que las congregaciones disminuyen, usando los descansos en los servicios diarios para acordar qué pasadizo, a veces apenas lo suficientemente ancho para una sola persona, conduce bajo la tierra.

Con mi mano contra la pared, desciendo lentamente hacia las sombras.

Incluso entre las sesiones de oración las iglesias nunca están vacías.

Un grupo de creyentes ancianos me observa, inclinándose de manera inestable sobre los palos de oración, mientras desato mis botas de caminata y las añado a la pequeña pila de chancletas y zapatillas que yacen afuera.

Cuando entro en Biete Golgotha Mikael, considerado el sitio de sepultura del propio rey Lalibela, la alfombra roja raída hace poco para enmascarar la sensación de piedra fría bajo la planta de mis pies.

Mis ojos se ajustan a la oscuridad y una figura medieval toma forma: es San Pedro, impreso en la pared de Nueva Jerusalén para la eternidad.

La más memorable

Pasadizos estrechos y túneles me conducen de iglesia en iglesia.

Pero una está aparte. De las 11 casas de culto en el complejo, Biete Giyorgis, cerca del laberinto de las otras iglesias interconectadas, es la más memorable.

Su forma de cruz, inmaculadamente enterrada en una suave pendiente rocosa, está coronada por una cruz copta que sólo se puede contemplar desde arriba.

Sus paredes escarpadas han sido bronceadas a lo largo de los siglos y se sumerge 40 metros en el abismo que la rodea.

A pesar de estar expuesta a los elementos naturales la estructura está preservada, y sobrevive con gracia a sus nueve siglos de existencia.

No a todas las les ha ido tan bien.

Biete Medhane Alem, considerada la iglesia monolítica más grande del mundo, está protegida por una plancha de metal de la UNESCO, para evitar una mayor erosión. Y las paredes del Biete Abba Libanos tienen algunas grietas alarmantes.

Al notar estos indicios de decadencia, tuve mis dudas acerca de los orígenes divinos de las iglesias: seguramente si las iglesias de Lalibela hubieran sido construidas por ángeles, todas estarían en perfecto estado.

Pero a medida que salía del túnel tallado que conducía a Biete Giyorgis, me di cuenta de que no importaba cómo se construyeron.

Muy por debajo, una nueva ola de visitantes pasaba a través de las imponentes entradas de piedra de la iglesia, dinteles que han quedado alisados con el paso de los siglos.

Descendían en la tierra, desapareciendo en la oscuridad de los monolitos y emergiendo nuevamente, tras atravesar las estructuras, para regresar a la luz solar.

Al borde de las grietas, los jóvenes ayudaban a los ancianos a navegar por los senderos inclinados.

Permanecí durante varios minutos para ver cómo el flujo de peregrinos, que parecía interminable, regresaba a la superficie.

Ellos tenían fe, y eso era suficiente.

Lee la historia original en inglés en BBC Travel

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