Intensas temporadas de cacería estuvieron a punto de acabar con las ballenas jorobadas que todos los veranos llegan a la Península Antártica. Ahora, en cambio, se están reproduciendo a niveles sorprendentes.
Desde fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, estos cetáceos fueron el blanco predilecto de cazadores que llegaban a zonas australes.
Eran animales abundantes, cazarlos era relativamente fácil y una vez muertos flotaban en el agua lo que ayudaba de recolectarlos.
Es imposible trazar la evolución demográfica de las ballenas jorobadas debido a la ausencia de series históricas de datos. Sin embargo, se estima que su número había decrecido a menos del 10% del total existente antes del inicio de las cacerías a gran escala.
Cambio de tendencia
La reducción de la población de ballenas jorobadas comenzó a revertirse en los últimos años.
Así lo revela un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Oregon, en EE.UU., y de otras instituciones científicas, publicado por el sitio Royal Society Open Science.
Los científicos lograron identificar 239 machos y 268 hembras y recabaron datos entre los años 2010 y 2016.
Durante ese período, el porcentaje de hembras preñadas ascendió del 36,36% al 63,53%, siendo 2014 el año en el que se alcanzó el mayor índice con un 86,27%.
Acuerdos de protección
La entrada en vigor de leyes y tratados internacionales que protegen a las ballenas es uno de los factores citados por los investigadores para explicar esta recuperación de la especie.
En 1959, 12 países firmaron un tratado de protección de la Península Antártica.
En la década de los años 80, la Comisión Ballenera Internacional logró imponer una moratoria a la caza comercial de cetáceos, que con el tiempo logró vencer la resistencia inicial de algunos países y reducir drásticamente los volúmenes de caza.
Los autores del informe estiman que la mayoría de las ballenas jorobadas actualmente con vida, nacieron después del fin de la era de las cacerías masivas.
Cambio climático
El calentamiento de la Península Antártica Occidental tuvo un impacto positivo, al menos para las ballenas.
El aumento de las temperaturas hace que los cetáceos tengan 80 días más sin hielo por año.
La ampliación del tiempo en que pueden acceder a aguas abiertas amplía las posibilidades de alimentación.
Es allí donde las ballenas encuentran abundante cantidad de kriles de los que se alimentan y así logran ampliar sus masas de grasa, que son reservorios de energía que les permiten realizar largos viajes y reproducirse.
A diferencia de otros cetáceos, las jorobadas maduran más rápido y tienen períodos más cortos entre embarazos.
Estas ballenas llegan cada verano a las aguas antárticas para alimentarse junto a sus crías y en invierno migran hacia el norte, a zonas que van desde Ecuador a Centro América, donde se reproducen.
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