Dejaron sus hogares en Asia Central para pelear contra el ejército nazi. Luego, vestidos en harapos, fueron llevados prisioneros a un campo de concentración en Holanda.

Pocos ahora recuerdan a los 101 hombres, principalmente uzbekos, que fueron asesinados en un bosque cerca de Amersfoort en 1942.

Y si no fuera por un curioso periodista holandés seguramente hubieran sido completamente olvidados.

Cada primavera cientos de holandeses, hombres y mujeres, se reúnen en un bosque cerca de la ciudad de Amersfoort, cerca de Utrecht.

Allí encienden velas para conmemorar a los 101 soldados soviéticos desconocidos que fueron acribillados por los nazis en ese mismo lugar y luego fueron olvidados por más de medio siglo.

Su historia fue descubierta hace 18 años cuando el periodista Remco Reiding volvió a la ciudad después de haber trabajado varios años en Rusia y escuchó de un amigo que había un cementerio de guerra soviético cerca de la zona.

"Me sorprendió ya que nunca antes había escuchado de este cementerio", dice Reiding.

"Visité el lugar y comencé a buscar archivos y testigos".

Resultó que 865 soldados soviéticos estaban enterrados allí y todos, con excepción de 101, habían sido llevados a ese lugar desde otras partes de los Países Bajos o de Alemania.

Pero 101, todos sin nombre, habían muerto allí, en Amersfoort.

Fueron capturados cerca de Smolensk en las primeras semanas después de la invasión alemana de la Unión Soviética y los nazis los transportaron a la Holanda ocupada por cuestiones de propaganda.

"Eligieron meticulosamente a los que tenían aspecto asiático para exhibirlos ante los holandeses que se resistían a las ideas nazis", cuenta Reiding.

"Los llamaron untermenschen (personas inferiores) y contaron con que una vez que los holandeses vieran la apariencia de los soviéticos, querrían unirse a los alemanes".

El objetivo principal de los alemanes era convencer a los holandeses comunistas, que habían sido detenidos en un campo de concentración en Amersfoort junto con los judíos locales, desde agosto de 1941.

Pero el plan no funcionó.

Henk Broekhuizen, quien hoy tiene 91 años, es uno de los pocos testigos que quedan de lo ocurrido.

Recuerda cuando era adolescente y vio llegar a los prisioneros soviéticos.

"Cuando cierro los ojos veo sus caras", dice.

"Estaban envueltos en harapos, ni siquiera parecían soldados, solo podías ver sus caras", recuerda.

"Los nazis los desfilaron por la calle principal, desde la estación de tren hasta el campo de concentración".

"Se los veía débiles y pequeños, sus pies estaban cubiertos en telas viejas. Algunos apenas podían caminar y eran ayudados por sus amigos", rememora.

Algunos prisioneros pudieron establecer contacto visual con los locales y usaron gestos para indicar que tenían hambre.

"Les llevamos un poco de agua y pan", dice Broekhuizen. "Pero los nazis nos los sacaron de las manos y no nos dejaron ayudarlos".

Nunca más los volvió a ver y no oyó nada sobre lo que les ocurrió.

Pero Reiding logró hallar evidencias en los archivos holandeses.

Una de las cosas que descubrió es que la mayoría de los soldados eran uzbekos.

Y que las autoridades del campo de concentración no lo supieron, hasta que llegó un agente de la SS que hablaba ruso y los entrevistó.

La mayoría era de Samarkand, según Reiding. "Quizás había algún kazako, kirguís o baskir, pero la mayoría eran uzbekos".

El periodista también averiguó que los soldados de Asia Central fueron tratados peor que todos los otros prisioneros.

"Durante los primeros tres días en el campo de concentración los uzbekos fueron dejados a la intemperie, sin comida y rodeados de alambres de púa", señala Reiding.

"Los alemanes tenían listo un equipo de filmación para captar el momento en que estos 'bárbaros subhumanos' se pelearan por comida, una grabación que querían usar como propaganda.

"Así que los nazis les lanzaron una rodaja de pan a los hambrientos uzbekos".

"Para sorpresa de ellos, uno de los prisioneros tomó el pan y con calma lo dividió en pedazos iguales con una cuchara".

"Los otros esperaron pacientemente. Nadie se peleó. Luego se dividieron los pedazos de pan de manera igualitaria. Los nazis estaban decepcionados", asegura el periodista.

Pero luego vendrían cosas peores.

"A los uzbekos les daban la mitad de comida que al resto y si algún otro prisionero los ayudaba todo el campo de concentración se quedaba sin comida, como castigo", cuenta Bahodir Uzakov, un historiador uzbeko.

Uzakov, quien vive en la cercana Gouda, también ha estado investigando lo que ocurrió en el campo de concentración de Amersfoort.

"Cuando comían sobras y cáscara de papas los nazis los golpeaban por comer comida de cerdos", asegura.

A partir de las confesiones de los guardias de la prisión y de los recuerdos de los prisioneros -los que compiló en el libro "Child of the Field of Honour" (Niño del Campo de Honor) en 2015- Reiding también averiguó que a los uzbekos les daban las peores tareas.

Por ejemplo, cargar la albañilería más pesada o arena o troncos, en temperaturas heladas.

Una de las historias más horrorosas que descubrió es sobre el médico del campo de concentración, un holandés llamado Nikolaas Van Nieuwenhuysen.

Cuando dos uzbekos murieron, obligó a otros prisioneros a decapitarlos y a hervir sus cráneos hasta que estuvieran limpios, cuenta Reiding.

"El doctor guardó las dos calaveras en su escritorio para estudiarlos, ¡qué locura!", señala.

Muertos de hambre y débiles, los uzbekos comenzaron a comer ratas, ratones y plantas.

Veinticuatro de ellos no sobrevivieron el duro invierno de 1941 y los restantes 77 no le servían a los nazis una vez que se pusieron demasiado débiles para trabajar.

Así que una mañana en abril de 1942 los alemanes les dijeron que los trasladarían al sur de Francia, donde el clima más cálido les sentaría mejor.

En realidad los llevaron a un bosque justo afuera del campo de concentración donde los fusilaron y los enterraron en una fosa común.

"Algunos comenzaron a llorar, otros juntaron las manos y enfrentaron su muerte. Los que trataron de huir fueron perseguidos y acribillados", dice Reiding, basándose en lo que contaron los guardias que presenciaron la ejecución.

"Imagina estar a 5.000 km de tu hogar, en un lugar donde no hablas el idioma y nadie entiende el tuyo".

"Y nunca entiendes por qué estas personas te tratan como si fueras un animal", reflexiona.

No hay mucha información que ayude a identificar a estos prisioneros. Los nazis le prendieron fuego a los archivos del campo de concentración cuando huyeron en mayo de 1945.

Hay una sola foto que muestra caras -las de dos hombres, que no están identificados-.

También hay nueve retratos dibujados en lápiz por un prisionero holandés, pero solo dos tienen nombre.

"Los nombres están mal escritos pero suenan uzbekos", dice Reiding.

"Uno es Kadiru Xatam y el otro Muratov Zayer. Así que lo más probable que el primero sea Kadirov, Hatam y el segundo Muratov, Zair".

Los retratos muestran a hombres de unos veinte años o quizás más jóvenes.

Seguramente en Uzbekistán sus madres habían comenzado a buscarles esposas apropiadas y sus padres ya habrían comprado un ternero para arriar para su fiesta de casamiento cuando explotó la guerra y cambió todo.

Se estima que un tercio de los 1,4 millones de uzbekos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial no regresaron y 100.000 permanecen desaparecidos.

Hay varios motivos por los cuales los 101 soldados uzbekos que fueron enterrados en Amersfoort no fueron identificados, salvo los dos de los dibujos.

Uno fue la Guerra Fría, que llegó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y convirtió a Europa Occidental y a la Unión Soviética en enemigos ideológicos.

Otro es la decisión de Uzbekistán de olvidar su pasado soviético cuando se independizó en 1991.

Los veteranos dejaron de ser considerados héroes.

Un monumento dedicado a una familia que adoptó a 14 huérfanos de la guerra fue retirado de una plaza en el centro de Tashkent, aunque el nuevo presidente uzbeko dijo que será devuelto a ese lugar.

En resumen, podría decirse que buscar a soldados que desaparecieron hace varias décadas cuando formaban parte del Ejército Rojo no ha sido una prioridad del gobierno uzbeko.

No obstante, Reiding mantiene la esperanza de encontrar los nombres en los archivos de ese país.

"Los documentos sobre soldados soviéticos que no murieron o cuyas muertes no eran conocidas por las autoridades soviéticas fueron enviadas a la KGB local (la agencia de inteligencia soviética) así que es probable que la identidad de los 101 prisioneros esté guardada en Uzbekistán", asegura.

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