Caminamos en una Tierra aparentemente plana pero la sabemos esférica y eso es toda una proeza del intelecto humano, a pesar de que nos resulte familiar.

El horizonte mismo parece decirnos que estamos en un mundo horizontal, y es precisamente eso lo maravilloso de la idea de que es redondo: su contrasentido.

Piensa en la inmensidad imaginativa requerida para estar con los pies en la Tierra, sin la tecnología con la que contamos hoy en día, y deducir cómo es algo que nunca podrás ver.

"¡Ah! pero un hombre debe abarcar más de lo que tiene al alcance de la mano, si no, ¿para qué está el cielo?", como escribió el poeta Robert Browning.

Desde que logramos ir a ese cielo, nos hemos ido acostumbrando a ver imágenes como la que mostró NASA esta semana, tomada por OSIRIS-REx, la nave espacial que está tras un enorme asteroide que orbita el Sol.

Seguimos maravillándonos al ver esa hermosa bola veteada suspendida en ese vasto espacio negro pero, ¿te imaginas lo que habría significado contar con esa imagen para los científicos del pasado remoto?

La forma de la Tierra y su lugar en el Universo ha intrigado al hombre desde la noche de los tiempos.

Llegar a saber que era así como la conocemos requirió de las mejores mentes.

¿Qué hay más allá de lo que alcanzamos a ver?

La curiosidad es una constante en los seres humanos y este interrogante, aunque no le preocupaba a todas las sociedades tribales, ha sido compartido por una extraordinariamente amplia gama de culturas.

Muchas de ellas, a pesar de tener sistemas metafísicos y cosmologías muy distintas, partieron de la creencia de que la Tierra es plana.

Fue una visión común en la antigua Grecia, India, China y varias culturas indígenas.

Los antiguos griegos, antiguos egipcios y mesopotámicos pensaban que la Tierra era un enorme disco rodeado por un gigantesco cuerpo de agua. Los antiguos nórdicos concurrían, sólo que en ese mar vivía una gran serpiente.

Para los chinos, la bóveda celeste era esférica pero nuestro planeta era plano y cuadrado, forma que también le asignaban los más antiguos amerindios.

¿Cómo se explican las estrellas?

En el siglo VI a.C., en la imaginación griega el planeta todavía era un disco plano rodeada por un océano, pero además estaba cubierto con una cúpula hemisférica, pues el camino que recorrían las estrellas tenía forma de arco.

Lo que les intrigaba era que día tras día sucediera lo mismo.

Algunos pensaban que cuando las estrellas se hundían en el horizonte, sencillamente desaparecían, y las que aparecían el día siguiente eran nuevas que habían sido encendidas en algún lugar del planeta; otros creían que se sumergían en el mar y retornaban al lugar del que salían diariamente.

Sin embargo, había una cuestión quizás aún más compleja que aclarar: ¿qué sostenía a la Tierra para que no se cayera del cielo?

Uno o más pilares parecía ser una respuesta válida en varias culturas.

Según los textos más antiguos de la literatura india que son la base de la desaparecida religión védica, la Tierra está sostenida por 12 pilares que a su vez descansan sobre los "12 sacrificios de los virtuosos", y colapsará si la humanidad, guiada por los monjes vedas, no le ofrece sacrificios a los dioses.

Los griegos también imaginaron un pilar, pero en el siglo VI, Tales propuso que ese disco circular flotaba sobre agua, lo que explicaba fenómenos como los terremotos.

En ese mismo siglo, Anaximander se atrevió a concebir que la Tierra flotaba en el aire, sin ningún apoyo más que el equilibrio que le proveía estar en el centro de un cielo completamente esférico, por el que las estrellas podían viajar sin interrumpir su camino.

¿Será que, como el cielo, la Tierra también lo es?

Una vez introducido el concepto de la esfera en este universo, la idea de que la Tierra misma tuviera esa forma no tardó en llegar.

Se debate si fue Pitágoras mismo o alguien conectado con él quien originó la idea, pero lo que sí se sabe es que la escuela pitagórica fue la responsable de la teoría de la armonía de las esferas según la cual todos los cuerpos celestes entonces conocidos son esféricos.

Aunque la idea de que el mundo es plano sigue viva hasta nuestros días, de ahí en adelante el concepto de que la Tierra es una esfera empezó y no cesó de ganar adeptos.

Uno de ellos fue Platón (428-348 a.C.) quien lo demostraba señalando que:

  • Durante los eclipses de Luna, la sombra que proyecta la Tierra es circular.
  • La curvatura de la Tierra -que dificulta una visión completa del cielo- es lo que explica el cambio en la configuración de los cielos estrellados (altura de las estrellas en el horizonte) durante los desplazamientos de latitud.

Más tarde, el geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a.C.-24 d.C.) dio una prueba que sólo requiere de observación:

Cuando un barco se aleja de un puerto, su popa desaparece en el horizonte antes que su mástil... por la curvatura de la Tierra.

¿Perfectamente esférica?

A finales del siglo XVII, tras siglos de experimentos, mediciones, teorías y avances, la acumulación de conocimiento parecía indicar que la Tierra no era perfectamente esférica.

Para entonces ya se sabía, por ejemplo, que nuestro planeta no sólo gira alrededor del Sol sino que gira sobre su propio eje, como los demás planetas.

Eso llevó al polímata Robert Hook (1635-1703) a afirmar que los planetas eran elipsoides. Señaló que había dos fuerzas que actuaban sobre la superficie de la Tierra en diferentes direcciones: la gravedad, que halaba hacia el centro, y la fuerza centrífuga, una fuerza expulsiva.

Uno de los que decidió explorar el tema fue el físico Isaac Newton (1642-1727).

Si la Tierra no tuviera su movimiento diario, reflexionó, sería perfectamente esférica pues la fuerza de gravedad es igual en todas partes. Pero como rota, toma una forma elipsoidal.

Al hacer sus cálculos con un ingenioso método, en el que imagina dos canales con líquido -uno del polo y otro en el ecuador- que se unen en el centro, encontró que el aplanamiento en los polos es de 1/230.

Pero no era el único en intentarlo. El prominente matemático y científico holandés Christiaan Huygens (1629-1695) utilizó su propio método y obtuvo un resultado distinto al de Newton: 1/578.

¿Cómo verificar sus propuestas experimentalmente? ¿Cómo determinar la forma del planeta?

Para despejar las dudas y evitar desacuerdos teóricos, la Academia Francesa decidió enviar, bajo el mando del rey, dos equipos a hacer mediciones en latitudes muy diversas.

Uno salió en 1735 con destino a Perú y el otro, en 1736 Laponia.

La expedición a Laponia regresó sin problema y reportó sus resultados de 1737: sus mediciones indicaron claramente que el aplanamiento era 1/178.

Sin embargo, eso no acalló el debate.

Entre tanto, en Perú...

La expedición en Perú no corrió con la misma suerte que la de Laponia.

El equipo zarpó con la idea de pasar 3 o 4 años tomando medidas en el virreinato del Perú. Pero pasaron nueve años antes de que algunos de ellos volvieran a pisar suelo europeo, y varios nunca lo hicieron.

Al cirujano de la expedición lo mataron con una espada, el más joven del equipo sucumbió a la malaria, se pelearon entre ellos, se enfermaron pues fueron preparados para el calor húmedo de las selvas y los afectó la altitud y el frío, y se gastaron el presupuesto, por lo que tuvieron que abandonar a dos en el Nuevo Mundo por falta de dinero.

Finalmente regresaron en 1744, con resultados científicos que despejaron todas las dudas y le dieron la razón a Newton.

Desde entonces se supo que la Tierra no es una esfera perfecta: el diámetro de polo a polo es más corto que el diámetro en el ecuador. La diferencia es pequeña: el diámetro ecuatorial es de unos 12.700 kilómetros, y el de polo a polo es sólo unos 40 kilómetros más corto.

La razón de esta diferencia no son sólo las fuerzas de gravedad y centrífuga perpendicular al eje de rotación, sino de su consistencia.

Si la Tierra fuera de un material sólido, esas fuerzas no tendrían ningún efecto en la forma.

Pero nuestro planeta tiene un interior fundido, tiene placas tectónicas en su fina corteza que se pueden mover, por lo tanto, no es una bola sólida.

La Tierra es "viscosa" y esto explica el ligero aplanamiento en los polos.

Y saber eso es toda una proeza del intelecto humano, a pesar de que nos resulte familiar, pues del interior del planeta conocemos menos que del espacio.

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