El puente de Carlos, con sus estatuas barrocas, es el más antiguo de Praga y el emperador que lo construyó en 1357, Carlos I de Bohemia y IV de Alemania (1316-1378), también fundó en esa ciudad la primera universidad de habla alemana.

Durante siglos, Praga estuvo en el corazón de la vida cultural e intelectual alemana.

La Universidad Carolina sigue siendo una de las más prestigiosas, pero el alemán ya no es una de las lenguas dominantes.

Unos 1.600 kilómetros al norte hay otra gran ciudad universitaria, Königsberg ahora, Kaliningrado, igualmente central para la historia intelectual de Alemania, pero en la que tampoco se habla alemán.

Dos ciudades que ya no son alemanas, pero que, en todos los sentidos, siguen siendo parte de la conciencia cultural alemana.

Aunque están más allá de las fronteras actuales de Alemania, desempeñaron un papel importante en su historia intelectual y literaria. Y en la memoria de ese país, como en la de otros, a menudo hay lugares que no se circunscriben a las realidades políticas.

La Königsberg de Kant

Si estás buscando evidencia en la moderna Kaliningrado rusa de que alguna vez fue una gran ciudad alemana, probablemente irás a la catedral gótica, un ejemplo típico de la arquitectura de ladrillo báltico alemana, destruida por la fuerza aérea británica (RAF, por sus siglas en inglés) en la Segunda Guerra Mundial y cuidadosamente reconstruida en la década de 1990.

En su esquina noreste se encuentra la tumba del hijo más famoso de la ciudad, el "Sabio de Königsberg", Emanuel Kant, nacido en 1724.

El gran filósofo nunca viajó a más de 20 kilómetros de la ciudad; de hecho, nunca puso un pie en lo que hoy es Alemania.

Sin embargo, la filosofía alemana, y la europea, serían impensables sin él.

El Königsberg de Kant estaba en el borde del mundo de habla alemana, del cual era el puesto de avanzada más oriental.

Había sido fundado en la violencia en 1254 por los Caballeros Teutónicos (o Teutones), feroces cruzados alemanes que se propusieron conquistar y convertir a los prusianos bálticos paganos.

El nuevo estado alemán que crearon, Prusia, se enriqueció gracias al comercio sobre todo de una mercancía: el ámbar.

Los elaborados regalos de ámbar le permitieron a la Casa Hohenzollern de Brandenburgo, tan ostentosamente frugal en su propia corte, a lucirse extravagantemente en sus regalos a los demás.

Porque esta era una casa en ascenso con grandes ambiciones reales y, paradójicamente, la periférica Königsberg era central para esas ambiciones: su lejanía era su mayor ventaja.

"Königsberg quedaba fuera del Sacro Imperio Romano Germánico de la nación alemana, por lo que se volvió muy importante para el reclamo de los electores de Brandenburgo a un título real", le explicó a la BBC Christopher Clark, el historiador de Prusia.

"No podían obtener un título real sin pedirle permiso al emperador austriaco del Sacro Imperio Romano Germánico, algo que no querían hacer, así que lo buscaron afuera: Königsberg se convirtió en la sede de la realeza prusiana".

Fue un momento crucial en la historia de Alemania y de Europa.

De 1701 a 1918, a medida que el nuevo estado de Prusia creció en fuerza e importancia, la marginal Königsberg conservó su lugar especial, casi mítico, como sede de la monarquía.

Si bien era cierto que la residencia real estaba en el palacio de Berlín, esa ciudad oriental gozaba de un estatus propia.

Por eso en 1806, cuando Napoleón entró triunfante en Berlín, la familia real se refugió, naturalmente, en Königsberg.

Y fue allá donde el rey y sus consejeros reimaginaron el reino prusiano, redactaron reformas e idearon la reestructuración que le permitió al ejército y al Estado prusianos equiparse primero para llevar a sus aliados alemanes a la victoria sobre Napoleón, y luego ?en 1871? para unir a toda Alemania al norte de Austria bajo el liderazgo prusiano.

Fue en Königsberg donde se fabricó Prusia en 1701 y donde se rehizo en 1806.

La Praga de Kafka

En 1878, mientras Kant trabajaba en Königsberg en su "Crítica de la razón práctica", el compositor Wolfgang Amadeus Mozart se dirigía a Praga a estrenar su ópera Don Giovanni, confiando en encontrar una ciudad que fuera ?a todos los efectos? tan alemana como Königsberg.

"La apariencia externa de Praga habría sido típicamente alemana, no diferente del tipo de lugares desde los que viajarías en Sajonia o en Austria para llegar a ella", le contó a la BBC R.J.W. Evans, historiador del Sacro Imperio Romano Germánico.

"Y el idioma de una gran parte de relaciones sociales estándar era el alemán", agregó.

Pero Praga, por supuesto, nunca fue una ciudad enteramente alemana. No obstante, la capital del antiguo Reino de Bohemia, centro de la conciencia checa, tuvo una larga y compleja relación con el mundo alemán.

Las invasiones mongolas de Europa central habían resultado en una grave despoblación, y los reyes de Bohemia, ansiosos por reconstruir sus pueblos y ciudades, alentaron el asentamiento alemán.

Desde el principio, la comunidad alemana desempeñó un papel destacado en la vida intelectual y cultural de la ciudad.

Cuando se fundó la Universidad Carolina, en 1357, la mayoría de los maestros y estudiantes eran de habla alemana, y cuando -en los años alrededor de 1600- el emperador Rodolfo II estableció su residencia principal en Praga, la ciudad se convirtió en la capital intelectual del mundo alemán, atrayendo artistas y eruditos, científicos y astrónomos de toda Europa.

Durante los siguientes 200 años, la ascendencia alemana permaneció esencialmente sin cuestionar, hasta que, como el resto de Europa, Bohemia fue agitada por los anhelos nacionalistas que siguieron a las Guerras Napoleónicas.

Entonces las cosas cambiaron muy rápido. Entre 1848 y 1880, Praga pasó de ser una ciudad mayoritariamente de habla alemana a una de habla checa.

En 1882, los últimos alemanes renunciaron a sus puestos en el Ayuntamiento en protesta ante el discurso inaugural del nuevo alcalde, en el que habló de "nuestra amada Praga eslava dorada de 100 torres".

Al año siguiente nació Franz Kafka.

Un extraño en su ciudad

"Kafka es uno de los escritores más importantes del alemán", le dijo a la BBC Karen Leeder, especialista en cultura alemana de la Universidad de Oxford.

"Detalla en muchos sentidos la inquietud y la desolación espiritual del hombre moderno, y se ha convertido en sinónimo de alienación y de la pérdida de sí mismo moderna.

"Para mí, el siglo XX es impensable sin Kafka, no sólo en la literatura alemana, sino en la mundial.

"La gente te dirá que es un escritor checo, un escritor austriaco, un escritor judío... definirlo es ya entrar en los problemas que rodean su voz única.

"Vivía en Praga y hablaba alemán y checo. Pero escribió en alemán y en ese sentido muchos de sus puntos focales están en alemán".

La Praga en la que nació Kafka en 1883 era un lugar donde el alemán ya estaba en declive terminal.

El Ayuntamiento había determinado que iba a ser una ciudad de un solo idioma. Los letreros callejeros de la infancia de Kafka estaban escritos exclusivamente en checo.

Cuando llegó a la Universidad Carolina en 1901 para estudiar derecho, la universidad ya se había dividido en una parte de habla alemana y una parte de habla checa, con los estudiantes usando entradas separadas.

Así que Kafka, como hablante de alemán, era un forastero en su propia tierra, pero no sólo en ese sentido.

En el Altstädter Deutsches Gymnasium, la escuela secundaria de lengua alemana a la que asistió, más de la mitad de los estudiantes eran, como él, judíos, en una tierra que durante 300 años había sido militantemente católica.

Kafka era doblemente forastero, bien situado para entender las alienaciones y las opresiones de los sistemas políticos modernos.

Las novelas de Kafka "El castillo" y "El juicio", y sobre todo su cuento "La metamorfosis", cuyo héroe se despierta un día transformado en un enorme escarabajo, se han convertido en parte del canon de la literatura mundial.

Son el último florecimiento duradero de la Praga de habla alemana.

"Praga era un crisol extraordinario en ese momento de influencias checas y alemanas y judías y yiddish, y Kafka se movía en la cultura del café donde había un verdadero espíritu creativo, todas estas personas diferentes unidas trayendo fragmentos de todo tipo de tradiciones diferentes", resaltó Leeder.

El fin

Pero para cuando Kafka murió en 1924, solo el 5% de la población de Praga era nativa alemana, y casi todos, como el propio Kafka, judíos.

15 años después, la mayoría de ellos, como las tres hermanas de Kafka, fueron asesinados en el Holocausto.

Durante la ocupación nazi de Checoslovaquia, fueron, irónica y trágicamente, los propios alemanes quienes finalmente eliminaron su idioma y su tradición en Praga.

En 1945, el nuevo gobierno de Checoslovaquia expulsó a la población que quedaba de habla alemana del país, que sumaba a unos 3 millones de personas.

Los expulsados se refugiaron en una Alemania que la mayoría nunca había visitado y después de 700 años, la historia de la Praga alemana había terminado, viviendo solo en las páginas de la ficción de Kafka.

La pérdida de la identidad alemana de Königsberg ocurrió al final de la misma guerra.

En 1945, la población alemana que aún no había huido fue deportada por la fuerza o asesinada.

Una nueva población de la Unión Soviética fue traída y la ciudad misma, rebautizada como Kaliningrado, se convirtió en territorio soviético, un enclave que albergaba una base naval militarizada.

Entre 1945 y 1989, las autoridades soviéticas, en lo que debe ser un caso clásico de la erradicación estalinista de la memoria, demolieron la mayor parte de lo que aún no había sido destruido. Cada topónimo y cada nombre de calle fueron cambiados.

El Königsberg de Kant desapareció.

Hoy en día, ni el Kaliningrado de habla rusa ni la Praga de habla checa son en ningún sentido alemanas.

Pero Praga, capital imperial y hogar de Kafka, y Königsberg, ciudad de Kant y la monarquía prusiana, permanecen en la conciencia alemana como recuerdos cruciales y entrañables.

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