Desde los albores de la humanidad, hemos querido ver más allá y más acá.
Hemos mirado las estrellas y nos hemos preguntado: "¿Qué hay allá arriba?". Y al observar lo que nos rodea, nos hemos esforzado por detectar cada detalle, por diminuto que sea.
Y lo hemos logrado gracias a cristales forjados en el interior de la Tierra, la curiosidad de los pueblos antiguos, la fertilización cruzada de ideas de Oriente y Occidente, que fueron tomando forma a lo largo de miles de años.
En esa larga historia, una planta que crece junto al mar tuvo un papel protagónico, pues poseía la clave para que pudiéramos ver mejor, más allá y más acá.
Se llama Salicornia europaea, que significa "cuernos salados de Europa", y se le conoce por muchos nombres comunes, entre ellos alacranera de las marismas, lechuguinas, polluelos ramosos y salicor.
Pero tal vez el más hermoso, y definitivamente el más apropiado en este caso, es hierba de cristal.
En pos de la belleza
En el siglo XIII, Venecia era el centro mundial de la fabricación de vidrio y gran parte de la innovación con este material brotaba de una pequeña isla llamada Murano.
La feroz competencia de los fabricantes de vidrio hacía de ella un paraíso para los perfeccionistas.
Por primera vez se le prestó gran atención a cada detalle técnico para crear las piezas más bellas posibles.
En las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, Venecia podía obtener fácilmente los principales ingredientes del vidrio: dióxido de silicio o arena, y varias sales minerales de sodio y calcio.
Pero la mayoría del vidrio en ese momento era opaco, debido a las burbujas e impurezas en la mezcla.
El Santo Grial para los artesanos en Murano era descubrir cómo hacer un vidrio que fuera perfectamente transparente, a través de una experimentación cuidadosa y meticulosa con ingredientes nuevos y viejos.
La hierba de cristal
El gran acierto fue el cambio del uso de sales minerales a sales de plantas que crecen en ambientes salados.
Y la Salicornia europaea en particular atrapa la sal pero casi nada más, así que, cuando la quemas, obtienes un material puro muy limpio que agregaron al sílice para hacer vidrio.
Sorprendentemente, la ceniza de esa planta marina redujo significativamente el punto de fusión del silicio y eso les permitió mantenerlo a una temperatura en la que el vidrio estaba lo suficientemente líquido como para que las pequeñas burbujas e impurezas llegaran a la superficie y explotaran.
Ese fue el secreto que le permitió a los artesanos de Murano hacer vidrio claro y puro.
Y fue ese cambio el que posibilitó que los venecianos crearan un cristallo -como habían llamado los griegos al cristal de roca translúcida- muy, muy transparente.
Para verte mejor
Fue la primera vez que se produjo vidrio transparente en masa, una revolución tecnológica que tendría muchas consecuencias para la sociedad.
Y quizás lo más impresionante fue cambiar la forma en la que veíamos el mundo... literalmente.
En el Convento de San Nicolás en Treviso, justo al norte de Venecia, se encuentra evidencia de lo que debe haber parecido un invento sorprendente en ese momento.
En la sala capitular hay un fresco pintado por Tommaso da Módena en 1352, con 40 retratos de dominicos ilustres -entre ellos san Pedro Mártir y santo Tomás de Aquino-, cada uno en un scriptorium (lugar para escribir) del monasterio, estudiando detenidamente sus manuscritos.
Uno de ellos lleva gafas.
Esa imagen del exquisito fresco de hace casi 700 años es la más antigua que hemos encontrado del uso de anteojos en sociedad.
Los espejuelos le permitieron a los monjes seguir leyendo y escribiendo durante más décadas que antes.
Ya no tenían que aceptar la vista defectuosa como la voluntad de Dios irremediable; dejaron de verse obligados delegar la importantísima tarea de adquirir conocimiento a los más jóvenes. Simplemente podían continuar con su labor y así lo hicieron.
No sabemos quién creó las primeras gafas, pero no es exagerado decir que se puede trazar una línea directa desde ellas hasta los extraordinarios instrumentos ópticos que usamos para observar el espacio, así como los que nos abrieron las puertas del insospechado mundo microscópico.