Grant Macdonald salió de aquel palacio real en Medio Oriente caminando como si sus zapatos "apenas tocaran la alfombra".
Acababa de conseguir un inesperado y gigantesco contrato que transformaría su negocio.
Han pasado 40 años y el recuerdo aún le pone la piel de gallina.
"Fue un sentimiento increíble. El simple hecho de contártelo me genera una sensación de éxito, lo mismo que sentí aquel día a comienzos de los 80", cuenta el británico de 71 años.
Había fundado su negocio de joyería en la década de los 60 en Londres, pero a finales de los 70 tuvo que salir de Inglaterra en busca de clientes debido a los problemas económicos de la época.
A partir de 1979 consiguió pequeñas compras desde un país en el golfo Pérsico, que por razones de confidencialidad no puede revelar.
Un par de años después, durante una de sus visitas regulares a la nación, le preguntaron a Grant si le gustaría ver el mejor regalo que la familia real daba a los dignatarios visitantes: una espada ceremonial.
Él dijo "sí", y aunque ensalzó sus virtudes por cortesía, no estaba particularmente impresionado con la mano de obra. Entonces Grant sugirió que tal vez podría hacer algo aun mejor.
Volviendo a su habitación de hotel, elaboró un diseño en papel y a partir de ahí se le encargó hacer una espada de prueba.
El único problema era el costo de los materiales, que podrían haber aniquilado su negocio. Sin inmutarse, Grant se arriesgó y compró todo el oro, diamantes y rubíes que necesitaba. Él y su equipo se pusieron a trabajar.
Afortunadamente, a la familia real le gustó tanto la espada, valorada a precio actual en unos US$240.000, que le pidieron fabricar 15 más.
"El taller puso tanto esfuerzo en hacer que esa espada de muestra quedara perfecta que nuestra recompensa fue un pedido masivo que puso a la compañía en una trayectoria diferente", recuerda Grant.
Hoy, su multimillonaria compañía, Grant Macdonald London, todavía obtiene gran parte de su negocio de Medio Oriente, con Grant volando a la región casi todos los meses durante más de 30 años.
"Medio Oriente ha sido muy bueno con nosotros", subraya.
El negocio, además, ha recibido órdenes del Príncipe de Gales.
Hijo de un médico, Grant nació y creció en el norte de Londres. Cuenta que se interesó por primera vez en trabajar con plata y otros metales preciosos cuando era un adolescente.
"Todo comenzó cuando uno de los pacientes de mi padre me mostró cómo hacer una cuchara de plata cuando tenía 14 años".
Luego, el joven Grant retocaría sus diseños en un taller debajo del consultorio de su padre. Su progenitor golpeaba el piso cuando quería que dejara de martillear.
Después de cinco años en la Escuela de Arte de Londres, trabajó por primera vez en una joyería reparando anillos. Comenzaron a llegarle comisiones privadas y pronto formó su compañía, Silverform, a mediados de los años 60. El cambio de nombre a Grant Macdonald London se produjo en 1971.
El negocio actual tiene 18 empleados que hacen de todo, desde gemelos de plata de US$200 hasta grandes pedidos que pueden llegar a los US$300.000. Los trabajos más grandes pueden tardar muchos meses en completarse.
Si bien la compañía ahora utiliza tecnología, como el diseño e impresión en 3D, Grant dice que la habilidad de la fuerza laboral humana sigue siendo fundamental. "Hoy dependemos enormemente de la tecnología, pero sin la gente en el taller, estaríamos perdidos, solo serían un montón de máquinas".
Peter Taylor, director del Goldsmiths Centre, una organización benéfica del Reino Unido que capacita a joyeros y orfebres, dice que el empresario es "uno de los principales plateros y diseñadores de esta generación".
"Grant es conocido y respetado en toda la industria, y ha desarrollado un negocio que opera con éxito en el Reino Unido y en el extranjero".
Actualmente, Grant está preparando el negocio para llevarlo a su próximo nivel, cuando su hijo George tome las riendas de la firma.
George ha trabajado con la compañía desde 2003, después de haber hecho una carrera en la industria editorial, donde fue diseñador gráfico y fotógrafo.
Grant dice que tener a su hijo a bordo es una gran comodidad, ya que significará que el negocio continúa.
"Después de haber trabajado toda mi vida, tener que vender el negocio, pagar a todos y caminar hacia el horizonte, es un pensamiento terrible".
Sin embargo, aún no está fuera de la puerta y todavía trabaja tres días a la semana en la oficina y taller de la compañía en Blackfriars, Londres. También tiene un taller en casa, donde tiene la intención de enseñar a la próxima generación.
"Enseñar a mis nietos cómo hacer una cuchara de plata definitivamente está en mi lista de cosas por hacer", dice.