Estoy sentada en mi cocina en Londres, tratando de encontrar un mensaje de texto de mi hermano. Él vive en nuestro país natal, Alemania. Entre nosotros hablamos alemán, un idioma que es rico en palabras extravagantes, pero nunca había escuchado esto antes: fremdschämen. "¿Extraño-avergonzado?", me pregunto.

Soy demasiado orgullosa para preguntarle qué significa. Sé que, eventualmente, encontraré su significado. Aun así, es un poco doloroso darme cuenta de que después de años de vivir en el extranjero, puedo sentir que mi lengua materna es más bien extraña.

La mayoría de los inmigrantes que han vivido en los países de acogida por mucho tiempo saben lo que es ser un hablante nativo ligeramente oxidado.

El proceso parece obvio: cuanto más tiempo estás lejos, más sufre tu primer idioma. Pero no es tan sencillo.

De hecho, la ciencia de por qué, cuándo y cómo perdemos nuestro propio idioma es compleja y, a menudo, va en contra de nuestra intuición.

Resulta que el tiempo que has estado fuera no siempre importa. Socializar con otros hablantes nativos en el extranjero puede empeorar tus propias habilidades nativas.

Y los factores emocionales como el trauma que hemos vivido puede ser el factor más importante de todos.

Desgaste del idioma

Los inmigrantes a largo plazo no son los únicos que resultan afectados. Hasta cierto punto, cualquier persona que escoge un segundo idioma.

"En el momento en que comienzas a aprender otro idioma, los dos sistemas comienzan a competir entre sí", dice Monika Schmid, lingüista de la Universidad de Essex, en Inglaterra.

Schmid es una investigadora líder en lo que se denomina desgaste de idiomas, un campo de investigación en crecimiento que analiza qué es lo que nos hace perder nuestra lengua materna.

En los niños, el fenómeno es algo más fácil de explicar ya que sus cerebros son generalmente más flexibles y adaptables.

Hasta los 12 años, las habilidades lingüísticas de una persona son relativamente vulnerables al cambio.

Los estudios sobre los niños que son adoptados y llevados a vivir a otros países han encontrado que incluso los niños de nueve años pueden olvidar casi por completo su primer idioma cuando son sacados de su país de nacimiento.

Pero en los adultos, es poco probable que el primer idioma desaparezca por completo, excepto en circunstancias extremas.

El trauma de la guerra

Por ejemplo, Schmid analizó el alemán de ancianos judíos refugiados tras la Segunda Guerra Mundial en Reino Unido y Estados Unidos.

El principal factor que influyó en sus habilidades lingüísticas no fue cuánto tiempo estuvieron fuera de su país o cuántos años tenían cuando se fueron de él, sino la cantidad de trauma que habían experimentado como víctimas de la persecución nazi.

Aquellos que abandonaron Alemania en los primeros días del régimen, antes de que se cometieran las peores atrocidades, tendían a hablar mejor alemán, pese a haber estado más tiempo en el extranjero.

Los que se fueron más tarde, después de 1938, tras las matanzas de Reichskristallnacht, solían hablar alemán con dificultad o no hablarlo en lo absoluto.

"Parecía ser claramente el resultado de ese trauma", dice Schmid.

Aunque el alemán era el idioma de la infancia, del hogar y de la familia, también era el de recuerdos dolorosos. Los refugiados más traumatizados lo habían reprimido.

Uno de ellos lo resumió así: "Siento que Alemania me traicionó. Estados Unidos es mi país y el inglés es mi idioma".

Entre interrupciones

Tal pérdida dramática de nuestra lengua es una excepción. En la mayoría de los inmigrantes, el idioma nativo coexiste más o menos con el nuevo.

Qué tan bien se conserve ese primer idioma tiene mucho que ver con el talento innato: las personas que generalmente son buenas en los idiomas tienden a ser mejores en la preservación de su lengua materna, independientemente de cuánto tiempo hayan estado ausentes de su país.

Pero la fluidez nativa también está fuertemente relacionada con la forma en que manejamos los diferentes idiomas en nuestro cerebro.

"La diferencia fundamental entre un cerebro monolingüe y bilingüe es que cuando se convierte en bilingüe, tiene que agregar algún tipo de módulo de control que le permita cambiar (de uno al otro)", dice Schmid.

Me da un ejemplo: cuando mira el objeto que tiene delante, su mente puede elegir entre dos palabras, 'desk' en inglés y 'schreibtisch' en alemán (Schmid es alemana). En un contexto inglés, su cerebro suprime 'schreibtisch' y selecciona 'desk' y viceversa.

Si este mecanismo de control es débil, el hablante puede tener dificultades para encontrar la palabra correcta o seguir deslizándose en su segundo idioma.

Entre amigos

Mezclarse con otros hablantes nativos en realidad puede empeorar las cosas, ya que hay pocos incentivos para apegarse a un idioma si sabes que ambos serán entendidos.

El resultado es a menudo un híbrido lingüístico.

En Londres, una de las ciudades más multilingües del mundo, este tipo de híbrido es tan común que casi se siente como un dialecto urbano.

Aquí se hablan más de 300 idiomas y más del 20% de los londinenses hablan un idioma principal que no es el inglés.

En un paseo dominical por los parques del norte de Londres, puedo escuchar alrededor de una docena de ellos, desde polaco hasta coreano, todo mezclado con inglés de diversos niveles.

Estirados en una manta de picnic, dos amantes están conversando en italiano. De repente, uno de ellos se sobresalta y exclama: "¡Me olvidé de cerrar la finestra!"

En un patio de juegos, tres mujeres comparten bocadillos y hablan en árabe. Un niño pequeño corre hacia uno de ellos, gritando: "¡Abdulá está siendo grosero conmigo!". "Escucha...", su madre comienza en inglés, antes de pasarse otra vez al árabe.

Cambiar no es, por supuesto, lo mismo que olvidar. Pero Schmid argumenta que, con el tiempo, este intercambio informal puede dificultar que el cerebro permanezca en una sola pista lingüística cuando sea necesario:

"Se encuentra en una espiral acelerada de cambio de lenguaje", añade.

Hablar claro

Laura Domínguez, lingüista de la Universidad de Southampton, en Inglaterra, encontró un efecto similar cuando comparó dos grupos de inmigrantes a largo plazo: españoles en Reino Unido y cubanos en los Estados Unidos.

Los españoles vivían en diferentes partes de Reino Unido y la mayoría hablaba inglés. Todos los cubanos vivían en Miami, una ciudad con una gran comunidad latinoamericana y hablaban español todo el tiempo.

"Obviamente, los hispanohablantes de Reino Unido dijeron: 'Ah, me olvido de las palabras'. Esto es lo que la gente suele decir: 'Tengo dificultad para encontrar la palabra correcta, especialmente cuando uso el vocabulario que aprendí para mi trabajo'", indica Domínguez.

Como una española que ha pasado la mayor parte de su vida profesional en el extranjero, reconoce esa lucha: "Si tuviera que tener esta conversación en español con una persona española, no creo que pudiera hacerlo".

Sin embargo, cuando analizó cómo usan el idioma, encontró una gran diferencia: los españoles aislados habían preservado perfectamente su gramática subyacente. Pero los cubanos, que constantemente usaban su lengua materna, habían perdido ciertos rasgos distintivos nativos.

El factor clave no fue la influencia del inglés, sino de otras variedades de español existentes en Miami. En otras palabras, los cubanos habían comenzado a hablar más como colombianos o mexicanos.

De hecho, cuando Domínguez regresó a España, después de su estadía en Estados Unidos, donde tuvo muchos amigos mexicanos, sus amigas en España dijeron que ahora sonaba un poco mexicana.

Su teoría es que cuánto más familiar sea otro idioma o dialecto, más probable es que cambie nuestro idioma nativo.

Nada malo

Ella ve esta adaptabilidad como algo para celebrar, una prueba de nuestra inventiva como humanos.

"Ese desgaste no es algo malo. Es solo un proceso natural", señala la experta. "Estas personas han realizado cambios en su gramática que es consistente con su nueva realidad. Lo que nos permite aprender idiomas también nos permite hacer estos cambios".

Es bueno recordar que, desde el punto de vista de una lingüista, no existe tal cosa como ser terrible en su propio idioma.

El desgaste del idioma nativo es reversible, al menos en los adultos: un viaje a casa generalmente ayuda. Aun así, para muchos de nosotros, nuestra lengua materna está ligada a nuestra identidad más profunda, a nuestros recuerdos y a nuestro sentido de identidad.

Por eso, por mi parte, estaba decidida a descifrar el misterioso texto de mi hermano sobre 'fremdschämen' sin ninguna ayuda externa.

Para mi alivio, lo descubrí bastante rápido: Fremdschämen describe la sensación de ver a alguien hacer algo tan vergonzoso que te avergüenzas por él o ella.

Aparentemente, es una palabra popular y existe desde hace años. Simplemente, a mí me pasó de largo, como muchas otras tendencias en mi país. Después de 20 años en el extranjero, no debería sorprenderme por esto.

Aun así, tengo que admitir que hay algo un poco triste acerca de que mi propio hermano use palabras que ya no entiendo: una sensación tenue de pérdida o un distanciamiento inesperado.

Probablemente haya una palabra alemana para eso también. Pero necesitaré un poco más de tiempo para recordarla.

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