Al nacer, el ser humano promedio pesa un poco menos de 3,5 kilos y tiene unos 45 centímetros de largo. A partir de ese momento, durante las primeras semanas de vida crecemos más rápido que nunca: casi un centímetro por semana.

Y el único alimento para mantener ese impresionante ritmo de crecimiento es la leche materna, un líquido asombroso que contiene todo lo necesario para el desarrollo de un bebé humano.

Pero además es un fluido caro, pues la madre tiene que descomponer su cuerpo para producirlo. Así como suena: tiene que, por ejemplo, derretir la grasa que tenga almacenada -empezando por la de las caderas y trasero-.

Es por eso que el hecho de que uno de los principales ingredientes de la leche materna sea uno que no puede ser digerido por los humanos es tan extraño.

"¡Mucho más!"

"La leche materna, básicamente, es todo lo que el bebé necesita nutricionalmente... y mucho más", señala Bruce German, del Departamento de Ciencia y Tecnología Alimentaria de la Universidad de California en Davis, Estados Unidos.

"Está llena de agua, llena de proteínas, llena de grasa, llena de azúcar... Pero lo más sorprendente para nosotros era que tiene una enorme cantidad de oligosacáridos complejos, que son totalmente indigestibles para los bebés".

Pero ¿cómo supieron que el bebé no las puede digerir?

"Medimos los que entraban y medimos los que salían".

Fue hace más de medio siglo que los científicos descubrieron estas moléculas complejas de azúcar llamadas oligosacáridos, que son completamente inabsorbibles por el intestino humano y no tienen ningún beneficio nutritivo para el bebé.

El enigma

Bruce German y su equipo se propusieron resolver ese rompecabezas de larga data y descubrir por qué la madre produce grandes cantidades de estas moléculas.

"La idea que nos inspiró fue que si esas moléculas no alimentaban al bebé, debían alimentar otra cosa: bacterias", explica German.

Así que aislaron unos oligosacáridos y se los entregaron a David Mills, un microbiólogo mundialmente famoso.

"Él trató con bacteria tras bacteria hasta que por fin encontró una que crecía en ellos".

Era bifidobacterium infantis la única bacteria que puede alimentarse de los oligosacáridos de la leche humana.

Dedujeron que la razón por la que esas moléculas indigeribles estuvieran en la leche era para que la bacteria pudiera crecer y florecer.

¿Por qué?

Ponte en los zapatos -o bueno, las boticas- de un recién nacido.

Estuviste en un ambiente estéril y protegido, y de repente saliste a este sucio mundo.

Empezaste a adquirir bacterias de tu entorno que desde entonces y por el resto de tu vida te cubrirían por dentro y por fuera.

El intestino delgado es particularmente susceptible a las bacterias infecciosas patogénicas.

Así que en virtud de que esta bacteria florece en esos oligosacáridos, el intestino delgado se llena de Bifidobacterium infantis, cubre el intestino del bebé e impide que cualquier patógeno crezca.

Las madres literalmente reclutan otra forma de vida para que cuide a sus bebés.

Fue así como este equipo de investigadores desveló el enigma de la presencia de oligosacáridos en la leche materna.

Un secreto útil

En la unidad neonatal de Sacramento, en California, EE.UU., los doctores están probando un nuevo tratamiento para ayudar a los bebés prematuros.

Uno de los más grandes desafíos que enfrentan los bebés que nacen demasiado pronto es lograr que las bacterias adecuadas colonicen sus intestinos.

De no ser así, corren el riesgo de desarrollar una grave infección intestinal llamada enterocolitis necrotizante o necrosante.

Si sus tejidos intestinales se infectan, pueden desarrollar huecos en las paredes de los intestinos, lo cual puede llegar a ser fatal.

Es por eso que los doctores empezaron a alimentarlos con una mezcla de la leche de sus madres y Bifidobacterium infantis.

Encontraron que el número de bacterias que podían medir en las muestras de excremento de los bebés se elevó.

Ahora ya hay evidencia acumulada de que la bacteria puede prevenir la enterocolitis necrotizante.

Nuestro, único y esencial

El avance científico de Bruce German y su equipo está liderando el camino en nuestra comprensión sobre cómo las bacterias beneficiosas nos pueden ayudar a crecer.

Hay una comunidad diversa de microbios que viven con cada uno de nosotros. Hasta tiene nombre: microbioma.

A medida que crecemos, crece con nosotros: la comida que comemos, los lugares que visitamos, la gente con la interactuamos, cada nueva experiencia modifica nuestro microbioma.

Es tan individual como nuestras huellas digitales.

Tenemos miles de especies de bacterias viviendo en nuestra piel.

En cada centímetro cuadrado podemos tenermás de un millón de bacterias individuales.

Y en algunos lugares, aún más.

Un estudio identificó más de mil especies de bacterias que hasta entonces desconocidas para la ciencia sencillamente tomando muestras de los ombligos de la gente.

Esos billones de bacterias con las que convivimos no son parásitos.

Hay estudios que muestran que un desequilibrio en tu bacteria intestinal puede tener un enorme efecto en el funcionamiento de nuestros cuerpos.

La obesidad, la presión arterial alta y enfermedades cardíacas han sido vinculadas con microbiomas deficientes.

Es posible que hasta afecten nuestro estado de ánimo, causando depresión.

Así que un microbioma sano es esencial, desde la cuna.

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