La actriz y periodista colombiana Matilde Suescún, autora del blog feminista "Sin pelos en la lengua", escribió en abril de este año la que asegura que es su columna más polémica hasta la fecha: "Por qué no quiero un anillo". BBC Mundo conversó con ella sobre una cuestión que considera "necesaria y relevante" porque "objetiviza a la mujer". Este es su testimonio.
No soy una mujer casada. Pero estuve casa dos veces y nunca tuve ni quise tener un anillo de compromiso.
Si mis exparejas me hubieran pedido la mano creo que me habría entrado la risa. Aunque no creo hubieran llegado a ese punto porque hubo una conversación previa. Fue una decisión mutua en ambos casos y ellos compartían mi punto de vista sobre los anillos de compromiso.
Llevar un anillo de compromiso va en contra del feminismo y en contra de ser mujer. El anillo es un símbolo de una cantidad de cosas que son completamente contrarias al ideal de la mujer independiente y autónoma, capaz de resolverse su propia vida. Es un símbolo de pertenencia a otra persona.
Es también una manera de mostrar el nivel socioeconómico de la persona. Cuanto más grande el diamante, mayor valor se le da a la mujer que lo lleva. Eso me parece grave porque significa objetivizar a la mujer, darle un valor en pesos. Y el valor de la mujer va mucho más allá de lo económico.
La argolla de matrimonio me molesta menos porque se la pone la mujer y el hombre, no es tan ostentosa ni suele ser símbolo de dinero y poder.
Muchas de mis amigas no están de acuerdo conmigo. Creo que todas mis amigas en Estados Unidos tienen un anillo de diamantes. Alardean y lo muestran en Facebook y en las fiestas. Se burlan de mí por mis historias. Les parece que estoy loca.
Incluso mi hija se burla de mí. Ella sueña con un anillo, lo cual me parece chistoso. Lo acepto porque trato de entenderla y entender que hace parte del contexto cultural donde creció, pero no estoy de acuerdo con esa mentalidad.
Yo nací en Colombia, pero me mudé a Estados Unidos hace años. Mi hija nació y vive en Estados Unidos, en donde la anhelada "roca" se ha convertido en una cuestión de estatus. Y esa tradición estadounidense se está imponiendo cada vez más en Colombia y en otros países.
"Rol pasivo"
Mi primer matrimonio fue en Estados Unidos. Él era actor y nos casamos en Los Ángeles. Yo era muy joven y nos divorciamos relativamente pronto, a los dos o tres años.
Mis segundas nupcias fueron en Colombia, con el padre de mis hijos. Pensamos que, por el tema de los papeles, era todo más fácil si nos casábamos. Fue una decisión con implicaciones prácticas.
Casarse con alguien no es solo una cuestión de romanticismo. Es un acuerdo mutuo. Tiene implicaciones económicas y legales... y una cantidad de cosas que mucha gente ni siquiera se plantea.
Además, tampoco estoy de acuerdo con el ritual tradicional de pedida de mano. Pedirle la mano a una mujer es ponerla en un rol pasivo, en una situación de inferioridad.
Muchas veces, la mujer está en un lugar público -como un restaurante o un estadio de fútbol- y entonces se ve obligada a decir que sí. Recuerdo un concierto de Carlos Vives en Miami en el que hubo una pedida de mano sobre el escenario. Ella no pudo negarse.
"Un príncipe azul"
Me molesta todo el ritual, toda la pantomima que algunos consideran romántica y que a mí me parece absurda: que el hombre se arrodille y le pida la mano a la mujer y que ella acepte, en un acto que suele ser sorpresivo y algo estrafalario.
Me parece la cosa más tonta del mundo. La mujer debería también proponerle matrimonio al hombre con libertad, y tener voz y voto en esa decisión. Y normalmente no sucede así.
Me preocupa la manera en que la que la sociedad educa a las mujeres para que sueñen desde chiquitas quién les va a dar el anillo y cuán grande va a ser. A las niñas deberían enseñarles mejor a ser independientes, a estudiar y desarrollarse, a buscar la felicidad por sí mismas.
Pero se les enseña a que vean el matrimonio como una meta, como lo mejor que les puede pasar en la vida, como si su objetivo o su salvación fuera conseguir un hombre que tenga el suficiente dinero para comprarle una roca enorme de diamantes, ponérsela en el dedo y demostrarle al mundo que le pertenece.
Muchas mamás crían a sus hijas así. Esas niñas crecen con esta ilusión del anillo y con la idea de que en el momento en el que se casen la vida les va a cambiar y un hombre les resolverá todos sus problemas.
Yo tuve mucha suerte de que mi mamá me educara de manera muy diferente. Ella nunca llevó un anillo de compromiso y fue cabeza de familia desde que se divorció de mi papá, cuando yo tenía 4 años. Fue una mujer adelantada a su época.
Algunos me acusan de feminista radical y de querer acabar con el romanticismo. Pero eso no es cierto.
El romanticismo es una celebración de la vida y una celebración del otro. Yo quiero que la persona con quien yo esté me quiera y me celebre por lo que soy yo y por las ideas y sueños que tengo. No necesito un anillo de diamantes para eso.
Sí me parece romántico casarse, por ejemplo, a mi edad porque ya no suele hacerse por formar una familia o por tener hijos, sino por un sentimiento profundo de lealtad y amor hacia la otra persona.
El papel no es garantía de nada, pero tomar esa decisión y hacer ese compromiso a estas alturas de la vida me parece lo más romántico que se puede hacer.
También me parece romántico cancelar planes para ir a cenar un viernes a última hora porque estamos cansados y preferimos quedarnos en casa, tomar una copa de vino, darnos un masaje y ver una película abrazados.
Me considero una mujer romántica. Lo que no me parece romántico es esperar que venga un príncipe azul con el anillo. Yo no le veo el romanticismo a eso.
*Este es un extracto de la conversación que Matilde Suescún mantuvo con la periodista de BBC News Mundo Lucía Blasco.
Este artículo forma parte de la temporada de 100 Mujeres #100Women que cada año organiza la BBC.