Cuando Darryle Buchanan despertó ese domingo a finales de julio de 1967 sintió unos ruidos extraños y un fuerte olor a humo.
"Pensé que algún vecino hacía una barbacoa o algo así", recordó en una entrevista con la BBC.
No le dio importancia y comenzó a planchar su ropa. Tenía 12 años y se proponía ir a misa a la iglesia de Santa Inés de Detroit, donde oficiaba como monaguillo.
Pero de pronto, el teléfono sonó.
Era su madre, que trabajaba como enfermera en un hospital de urgencias. Le pidió, desesperada, que no saliera de casa, que cerrara bien las puertas.
A menos de 10 cuadras de distancia, Detroit comenzaba a arder.
Una ciudad en llamas
Todo comenzó en la madrugada del 23 de julio, hace 50 años.
Unos afroestadounidenses celebraban el regreso de Vietnam de unos colegas en un bar sin licencia para vender alcohol, cuando la policía irrumpió en el lugar y pretendió llevárselos a todos presos.
A esas horas, pasadas las 3:00 AM, los agentes esperaban que hubiera pocos trasnochados en el local. Pero aún quedaban 82 personas y todos se les lanzaron encima.
La revuelta no terminó en el bar.
Los disturbios se extendieron como pólvora por Detroit durante los próximos cinco días, al punto que el entonces gobernador de Michigan George Romney se vio obligado a desplegar a la Guardia Nacional.
Pero no tuvo resultados.
Finalmente el presidente Lyndon Johnson tuvo que enviar tropas de la 82da y la 101ra División Aerotransportada del Ejército deEstados Unidos para sofocar la violencia.
Cuando lograron sofocar las protestas, habían muerto 43 personas, mil resultaron heridas y más de 7.000 fueron arrestadas, la mayoría de ellos, afroestadounidenses.
El tema, 50 años después, ha captado la atención de la directora de cine estadounidense Katherin Bigelow, la primera mujer en ganar un Oscar, quien abordará las revueltas desde un hecho particular: cómo se vivieron desde el Motel Algiers, donde la policía mató a tres jóvenes afroestadounidenses.
Sólo un agente fue juzgado por aquellos hechos y quedó absuelto por un jurado integrado por personas blancas. Una espina que se ha quedado clavada por años y que ha renacido últimamente en medio del debate nacional sobre el uso excesivo de la fuerza policial en Estados Unidos.
Cuando volvió la calma
En el transcurso de los días de revueltas, Buchanan vio cómo su barrio de la Calle 12, antes un bullicioso distrito comercial, quedó devastado y en caos.
"La gente iba por la calle con carritos de compras y cosas que se llevaban de las tiendas en las manos. Todos los comercios habían sido saqueados", recordó.
Durante esas noches calurosas de julio, recuerda, una mesa de sus abuelos era el lugar más seguro en toda la casa.
"Dormíamos debajo de la mesa por miedo a las explosiones y los disparos. Debajo de la mesa era el único lugar que sentíamos seguro. La policía allanaba los edificios mientras los saqueadores le prendían fuego a todo", rememoró.
Por eso, dice, la mayoría de los inmuebles de la Calle 12, se quemaron y se vinieron abajo.
"Cuando un edificio se incendia no huele como una hoguera o cuando quemas un papel. Es un olor como después de un terremoto, ese olor a descomposición? Eso demoró tiempo en el aire, porque los escombros se quedaron allí".
Devastación
Partes de la ciudad quedaron en ruinas y cenizas.
Se estima que las pérdidas ascendieron a los US$50 millones y más de 2.000 edificios se redujeron a escombros.
La que una vez fue considerada "Ciudad Modelo" se vio inmersa a partir de entonces en una espiral descendente de pobreza y deterioro.
"Detroit era realmente esa ciudad equilibrada en términos de armonía racial", dice Jeffrey Horner, un estudiante de planificación urbana de la Universidad Estatal Wayn, que imparte un curso sobre los sucesos de 1967.
La ciudad, hogar de los tres mayores fabricantes de coches de Estados Unidos, rebosaba de riqueza y controlaba más del 90% del mercado de automóviles después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero los arrestos y las redadas contra los bares donde se vendía alcohol de forma ilegal fueron la gota que desbordó la copa de las frustraciones de la comunidad negra, víctima de pobreza y, también, de marginación y discriminación por parte de la fuerza policial, predominantemente blanca.
En 1967, los afroestadounidenses constituían sólo el 5% de la policía, pero representaban aproximadamente el 40% de la población.
De los 43 muertos en las protestas, 33 eran afroamericanos y 10 blancos, entre estos últimos un oficial de policía, dos bomberos y un guardia nacional.
La Calle 12, 50 años después
Las protestas marcaron un antes y un después en la historia de Detroit.
La población de la ciudad, que en su apogeo en la década de 1950 fue la quinta más grande de Estados Unidos con 1.8 millones de habitantes, se redujo a 672.000 en la actualidad.
El distrito de negocios de la Calle 12 nunca se recuperó después de 1967. Los edificios que sobrevivieron se deterioraron con el tiempo y la mayoría de los comerciantes abandonaron el área.
La calle está ahora llena de locales vacíos, un parque y complejos de viviendas.
"Sentí esa sensación de pérdida desde el principio. Yo era un niño, pero sentí que la comunidad que conocí nunca iba a volver a ser la misma. Y así fue", confesó Buchanan.