Después de ocho meses de "vivir en Marte", James Bevington y sus cinco compañeros de tripulación volvieron a mediados de septiembre a reencontrarse con sus familiares y amigos y a disfrutar nuevamente de las ventajas de vivir en la Tierra.
El objetivo del proyecto en el que participó Bevington-organizado en un centro de la Universidad de Hawái llamado Exploración Espacial Análoga y Simulación (HI-SEAS por sus siglas en inglés) y financiado por la NASA- era analizar el impacto psicológico en los astronautas en una misión de largo plazo.
Para ello, el grupo se aisló en un pequeño refugio de poco más de 110 metros cuadrados en un rincón árido y remoto de la isla de Hawái, del cual solo podían salir enfundados en trajes espaciales.
Allí, los cuatro hombres y dos mujeres que permanecieron a la vera del volcán Mauna Loa se adaptaron a las limitaciones que supondría vivir en el Planeta Rojo.
Sin Skype, teléfono, aire o alimentos frescos o privacidad, intentaron desarrollar una vida normal mientras llevaban a cabo experimentos científicos, de los cuales eran -al menos en muchos- ellos mismos el foco de la investigación.
Fue un experiencia dura, exigente pero también única. ¿Te imaginas en una situación así? ¿Te someterías a ella voluntariamente o te daría una claustrofobia espantosa estar con un grupo de extraños confinado en un espacio pequeño, lejos de tu gente querida?
James Bevington, de 29 años y comandante esta exitosa misión -la quinta que hace la NASA- accedió a responder las preguntas de nuestros lectores. ¿Qué te gustaría saber?
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