Cuando Émilie du Châtelet se enteró de que estaba embarazada supo que tenía los días contados.
Era 1749 y la marquesa tenía 42 años. En aquel entonces, la expectativa de vida en Francia no llegaba a los 30 años y parir era siempre riesgoso.
Pero lejos de resignarse ante lo que consideró su sentencia de muerte, la noticia del embarazo la llevó a dedicarse incansablemente ala obra considerada su mayor legado científico.
Trabajaba durante 18 horas, con apenas dos descansos de una hora cada uno, y dormía unas 4 horas.
Había cortado toda la vida social que correspondía a una aristócrata de la época y solo interrumpía su escritura para ver a su joven amante y padre de la que sería su cuarta y última hija.
El 4 de septiembre de 1749 Du Châtelet dio a luz a su bebé. Seis días después falleció de una embolia pulmonar.
Su mal presagio se cumplió, pero también su misión. En alguno de los tres primeros días de ese mismo mes, Du Châtelet terminó su obra.
Aquello que empezó como una traducción al francés del famoso libro de Isaac Newton Philosophiae naturalis principia mathematica, más conocido como Principia, terminó por convertirse en un volumen de más de 500 páginas con objeciones y comprobaciones tanto propias como ajenas de las teorías del físico inglés.
Su libro se publicaría 10 años después y marcaría a toda una generación de matemáticos y físicos franceses, al tiempo que sus ideas filosóficas la convertirían en una figura clave del Ilustración europea.
Incluso todavía es la única traducción completa al francés de ese revolucionario y a la vez oscuro texto de Newton.
Sin embargo, a 270 años de su muerte, Du Châtelet es recordada casi exclusivamente por haber sido durante 15 años la amante de Voltaire (quien, por cierto, no era el amante antes citado).
Es cierto que, en vida, él supo ser el autor más famoso de Francia.
Pero como lo muestra su producción intelectual e investigaciones recientes, ella era una talentosa científica e intelectual con mérito propio en las páginas de historia.
El deber ser
Gabrielle Émilie le Tonnelier de Breteuil nació el 17 de diciembre de 1706 en París, en el seno de una familia aristocrática francesa, donde era la única niña de seis hermanos.
Si bien recibió clases con tutores de prestigio y a los 12 años ya hablaba seis lenguas distintas, por ser mujer no tuvo permitido asistir a estudios superiores y tuvo que educarse a sí misma o pedir ayuda a amigos para aprender los temas que más le apasionaban: matemáticas y física.
Tenía tal talento para las matemáticas que en Versailles era famosa por su don como apostadora. El dinero ganado lo usaba para comprar libros y equipamientos científicos.
"Si yo fuera rey", escribió, "reformaría el abuso que minimiza a la mitad de la humanidad. Me gustaría que las mujeres participaran en todos los derechos humanos y, sobre todo, en los de la mente".
Nunca llegó a ser rey (o reina), pero sí marquesa.
"Cuando cumplió 18 años, sabía que tenía que casarse y aceptó la propuesta del marqués Florent-Claude du Châtelet, un distinguido oficial del ejército", dice la biografía que publicó la Sociedad Estadounidense de Física (APS, por la sigla en inglés) en 2008.
"Este fue un arreglo conveniente para Émilie -continúa el texto-, porque él a menudo estaba fuera de casa, dejándola libre de satisfacer sus intereses en estudiar matemáticas y ciencias por su cuenta".
En esos primeros años de matrimonio, tuvieron tres hijos. Ella ejerció su rol de madre y dama de alta sociedad que las normas le dictaban.
Pero a los 26 años decidió que era suficiente.
Más adelante, se cuestionaría esos años en que "gastó su tiempo" en "cosas inútiles": "A dedicarle un tiempo extremo al cuidado de mis dientes, de mi pelo, y a descuidar mi mente y mi conocimiento", escribió.
Una mente libre
Du Châtelet no solo era apasionada en su búsqueda intelectual sino también en la amorosa, dice Robyn Arianrhod, matemática e historiadora de la ciencia, en la revista Cosmos en 2015.
"Era demasiado para la mayoría de la gente de su tiempo: demasiado ambiciosa, demasiado intelectual, demasiado emocional y demasiado liberada sexualmente", explica.
Tal es así que durante toda su vida fue el centro de cotilleos.
Se decía, por ejemplo, que las matemáticas no le interesaban tanto como tener romances con los hombres que le enseñaban. Pero, en su caso, la realidad superaba a la ficción.
Cuando Du Châtelet y Voltaire comenzaron su romance, ella tenía 26 años y él 38.
En la época era normal que los matrimonios arreglados de familias aristocráticas vivieran separados y que tuvieran amantes, agrega Arianrhod, quien en 2011 publicó un libro sobre Du Châtelet y otra científica, Mary Somerville, titulado Seduced by Logic ("Seducidas por la lógica").
Lo inusual es que la marquesa no tenía una relación discreta con Voltaire, sino que convivían.
Él, además, podía ser una celebridad, pero no dejaba de ser un plebeyo.
Por si todo esto no fuera lo suficientemente escandaloso, el marido de Du Châtelet apoyaba el romance y hasta se hizo amigo de Voltaire.
Tal es así que ambos y el joven amante mencionado al principio, el poeta y soldado Jean François de Saint-Lambert, estaban junto a ella el día de su muerte.
Madame Newton
La casa de campo donde Du Châtelet y Voltaire se mudaron se convirtió en centro de reunión de intelectuales y científicos, además de laboratorio para numerosos experimentos.
Solo la biblioteca tenía más de 20.000 libros, "más que muchas universidades de la época", dice el texto de APS.
De acuerdo con APS, una de sus contribuciones más importantes a la ciencia está vinculada a la conservación de la energía, basada en experimentos con bolas de plomo cayendo sobre un lecho de arcilla.
"Mostró que las bolas que golpeaban la arcilla con el doble de velocidad, penetraban cuatro veces más profundamente en la arcilla; aquellos con tres veces la velocidad, alcanzaban una profundidad nueve veces mayor. Esto sugirió que la energía es proporcional a mv2, no mv, como Newton había sugerido", se explica.
Es que su profunda admiración por Newton no le impidió mostrar las limitaciones de la teoría que tanto defendió públicamente y que le ganó el apodo de "madame Newton".
Du Châtelet y Voltaire promovieron las teorías de Newton en tiempos en que la comunidad científica e intelectual francesa se inclinaba por las ideas filosóficas del local René Descartes.
Ellos fueron de los primeros en darse cuenta de que "Principia había cambiado no solo la forma en que vemos el mundo, sino la forma en que vemos la ciencia", escribe Arianrhod en su "Seducidas por la lógica".
Con Newton la ciencia dejaba de ser cualitativa y estar vinculada a especulaciones metafísicas y religiosas, y pasaba a tener métodos y a ser teórica y cuantitativa.
Arianrhod afirma: "Desde entonces, este estilo de una física matemática ha tenido un impacto tan impresionante en la forma en que vivimos y en cómo nos vemos en el universo, que Newton es probablemente el científico más importante de todos los tiempos y Émilie fue una de las primeras eruditas en promover activamente su nueva forma radical de pensar".
Principia englobaba muchos de los valores del Iluminismo y el texto final du Châtelet (que alababa la teoría newtoniana y, a la vez, la criticaba usando esas mismas herramientas), era como el Iluminismo al cuadrado.
Por eso, Arianrhod escribe en su libro que du Châtelet "rompió tantos estereotipos sobre las mujeres y matemáticos, estereotipos que perduraron hasta vísperas del siglo XXI".
"En particular, mostró que es posible ser tanto emocional como racional, tanto intelectual como sexy".