Por Marcelo Hilsenrad
Es 25 de junio de 2015. Ya de noche. Estoy tomando un café en Aeroparque, esperando mi vuelo de regreso a Santiago. Fueron tres días en Buenos Aires con Ernesto Corona, presidente de Anatel, donde expusimos en un seminario internacional que tenía un doble objetivo: primero, sentar las bases del que a la postre sería el primer debate presidencial en Argentina. Y segundo, permear a toda la sociedad trasandina sobre lo importante que era tener un debate entre los candidatos a la Presidencia. Fuimos invitados ya que querían conocer cómo la Asociación Nacional de Televisión de Chile preparaba, negociaba y producía sus debates presidenciales.
Fueron días intensos con los organizadores y expositores de varios países. Decenas de reuniones y presentaciones que aportaron un grano de arena para que la ONG Argentina Debate pudiera organizar el primer debate presidencial en Argentina -sin el oficialista Daniel Scioli-, y seis semanas después un segundo antes del balotaje –ahora sí con el heredero del kirchnerismo-.
Todo el proceso fue documentado por los organizadores. Informes, pautas, planos y visitas a las locaciones preseleccionadas para albergar el inédito debate. No era difícil sacar la cuenta; mientras en Argentina trataban de iniciar esta carrera, en Chile llevábamos 25 años de ventaja, pero de una historia hasta entonces desconocida: no existía nada sobre nuestros debates. Esa noche, sentado en un aeropuerto y con un espresso –y una medialuna, por supuesto- al frente, decidí que yo escribiría esa historia. O al menos lo intentaría.
Poco más de dos años después, los pormenores que dieron vida a los 20 debates presidenciales que se han organizado en Chile -y los 12 debates de primarias-, se publicarán con el nombre de “Luz, Cámara… Elección”. Es un texto que busca tanto narrar cómo se gestaron, negociaron y produjeron cada uno de ellos, como entender el rol de los medios, de los comandos presidenciales y de la sociedad en foros que, después de un cuarto de siglo, ya son un hito en los procesos electorales.
Selecciono tres momentos de tres décadas distintas que reflejan ese espíritu.
1989: Decisión
“Gonzalo [Bertrán] siempre nos planteó que quería hacer un debate —recuerda Juan Agustín Vargas—. A nosotros también nos gustaba la idea, pero debíamos estar seguros de qué hacer y cómo”. El Cucho era uno de los confidentes de “don Eleodoro”, como todavía lo llama, y se entusiasma mientras afloran los recuerdos de esos años. “Una vez que decidimos hacer el debate, y lo hablamos con el rector [Juan de Dios Vial], nos pusimos a trabajar. Vimos distintos formatos, tanto de lo que hacían en Estados Unidos como los debates en España y Francia. El americano es el que más se acercaba a lo que Gonzalo [Bertrán] tenía en mente”.
Una de las primeras definiciones que se tomaron fue que el debate se realizaría entre los dos candidatos con más opciones. Errázuriz, indirecto causante del término de De Cara al país, quedaría fuera. El equipo a cargo definió el protocolo y las condiciones con los representantes de Aylwin y Büchi. Por decisión de Eleodoro Rodríguez, Gonzalo Bertrán quedaba fuera del equipo negociador con los candidatos. “No quería que su temperamento pudiera afectar la realización del debate”, recuerda Vargas, quien junto a Jaime Pereira, director de programación, serían los representantes del canal. Al otro lado del mesón estarían Cristián Larroulet y Fernando Alvear, por el comando de Büchi, y Carlos Figueroa y Jaime Ravinet por el de Aylwin.
No por quedar fuera del equipo Bertrán no participó. “Se juntaba igual con los asesores de los candidatos, pero fuera del canal. Estaba encima de todo”, recuerda Cristián San Miguel, por entonces asistente de dirección y una de las tantas manos derechas de Bertrán en la sala de control.
Vargas preparó las carpetas. Las hojas eran blancas y llevaban el azul logo del entonces canal del angelito. Ordenadas, llevaban impresos los criterios básicos y la forma como se llevaría a cabo el debate. Debía ser un día lunes, ya que utilizarían el espacio en pantalla de Decisión 89, que había comenzado con éxito su ciclo. El acuerdo inicial con los comandos era que negociarían todo, pero Vargas y Pereira debían llevar una propuesta inicial para discutir. Carlos Figueroa había sido jefe de comunicaciones y publicidad del comando del “No” un año antes, y se repetía el plato en el de Aylwin. “Acordamos que se negociaría, primero, la realización del debate. Después, que este sería solo entre don Patricio y Büchi, dejando fuera a Fra Fra. También el formato, la cantidad de invitados y quién sería el moderador y los periodistas”. Desde la oficina de Figueroa se siente el perpetuo trajín del Paseo Ahumada; sigue yendo a diario al estudio de abogados que lleva su apellido; sus 85 años no son excusa. Para refrescar su memoria, el fin de semana antes de esta entrevista bajó al subterráneo de su casa, donde tiene su escritorio. De uno de los estantes sacó el archivador donde guarda las minutas de las reuniones y los preparativos del comando para el debate presidencial. Se coloca los anteojos y recorre con la vista las ya amarillentas pero ordenadas páginas y continúa su relato: “Hubo dos cosas en que no fue necesario negociar, ya que estábamos todos de acuerdo: primero, que las reuniones serían siempre en Canal 13, y, segundo, era que Fra Fra no participara”.
Los acuerdos sobre el formato, bloques y tiempos se tomaron sin mayores contratiempos. El nombre de Hernán Precht como moderador no solo no generó reparos en los comandos, sino que ni siquiera Canal 13 tenía otra persona; por defecto, el moderador de los programas políticos debía asumir esa responsabilidad. (…)
Donde sí hubo problemas —y polémica— fue en la designación de los periodistas. Canal 13 hizo partícipes a los comandos de la decisión de quiénes entrevistarían a los candidatos. ¿El resultado? A menos de una semana del debate, al que ya habían comprometido su asistencia Aylwin y Büchi, sus representantes no se ponían de acuerdo en los nombres. La propuesta inicial del canal había sido que “con el fin de darle mayor solemnidad al debate participarían cuatro periodistas directores de medios escritos”.
1999: Los Gemelos
“La televisión chilena, presenta, Debate Presidencial”. A las 22.00 en punto la voz en off daba inicio al foro leyendo una biografía de los candidatos [Ricardo Lagos y Joaquín Lavín] que segundos después entrarían a escena. Bernardo Donoso, ante los periodistas y los invitados, daba a conocer las reglas del juego impuestas por los comandos. Cuatro bloques: dos con preguntas de los periodistas, uno con las que envió el público y el ya tradicional mensaje final de los candidatos.
(…) Ambos ingresaron juntos al sencillo set en el hotel Crowne Plaza. Un largo —larguísimo— recorrido desde los bastidores hasta que Lagos y Lavín se encontraron en el centro. Tibios y poco espontáneos aplausos recibieron a los candidatos. Lavín dejó su cuaderno celeste y la infinidad de papeles que traía en su podio, mientras Lagos se ubicaba en el propio, a la izquierda de la pantalla. La transmisión dejó en evidencia un detalle: las corbatas de Lavín y del moderador eran azarosamente parecidas.
Carolina Jiménez abrió los fuegos en el denominado “bloque social”. Como los demás, tendría 30 segundos para formular las preguntas, y cada candidato tendría un minuto y medio para responder. Sin contrapreguntas. Sin interrupciones. Su tema era la pobreza y la crisis económica internacional que no dejó indemne a Chile. La bajada para ambos candidatos fue distinta: a Lagos le preguntó si estaría dispuesto a aumentar los impuestos “o [si temía] a la reacción del empresariado”, y a Lavín, cómo iba a resolver la inequidad. Lagos no respondió la pregunta; afirmó que quería disminuir la evasión tributaria, contó cuántos empleos crearía y el crecimiento económico que esperaba para su eventual gobierno. Lavín no quiso ser menos y tampoco contestó. Dijo que quería crecer un 7% —la misma meta a largo plazo de su contendor— y habló de la desigualdad social, centrado en la salud y en la educación, mostrando el folleto “60 soluciones concretas”, que resumía su programa de gobierno.
Por el formato del debate, pasaron 50 minutos y dos cortes comerciales hasta que Carolina Jiménez volvió a intervenir. Su traje verde resaltaba por sobre los blancos-grises-azules de rigor. Y su molestia también. No solo a ella no le habían contestado. Se estaba transformando en una costumbre esa noche que cada uno respondiera su mecanizado discurso, fuera o no atingente a la pregunta que habían recibido. La conductora de Teletrece, antes de la que sería su segunda y última intervención, encaró a ambos. “Una primera petición para ustedes, señores candidatos. Me gustaría que me respondieran exactamente lo que les estoy preguntando. No tengo derecho a contrapreguntarles”, afirmó antes de consultarles por el tema de los derechos humanos. A Lagos le preguntó hasta dónde estaba dispuesto a llegar: “¿A resolverlo en la medida de lo posible, como dijo el expresidente Aylwin, o hasta su total solución, sabiendo que esto le puede generar conflictos con las Fuerzas Armadas?”; a Lavín le preguntó directamente si estaba en condiciones de dar garantías de que no habría punto final en el tema de las investigaciones por las violaciones a los derechos humanos.
Lagos fue el primero en contestar.
—Yo no tendría inconvenientes en que usted contrapreguntara, Carolina…
—No se puede por las bases, señor Lagos —lo interrumpió Jiménez.
—No las impuse esas bases yo… es el hecho —respondió el exministro, antes de entrar al fondo de la pregunta.
“No hay punto final con el dolor de cada persona”, dijo. “El primer gesto humanitario es respecto de aquellos que no saben dónde están, hace 25 años. Yo pediría, en nombre de Chile, que los que saben lo digan”, agregó. Noventa segundos después era el turno de Lavín. “Primero, quiero decirle a Ricardo Lagos que las reglas de este debate no las impuso nadie, sino que fueron de común acuerdo”. Después contestó exactamente lo que le había preguntado Jiménez: que no era partidario de una ley de punto final.
Respuestas sinceras en lo relativo al fondo de la pregunta: los derechos humanos. Pero erróneas en las razones de por qué no había contrapreguntas. Las condiciones del debate las impusieron ellos a través de sus comandos; el formato que armaron buscaba minimizar posibles daños y transformar a los dos, al menos por esa noche, en meros entrevistados de una entrevista conjunta.
2009: Punto de Inflexión
Canal 13 había lanzado, a mediados de septiembre, su nuevo espacio político. Chile debate fue el nombre escogido para el programa donde candidatos a senadores y diputados se enfrentarían. Entre ellos y con sus conductores: Constanza Santa María y Daniel Matamala. También invitarían a los presidenciables. Y albergaban una esperanza: tener a los cuatro juntos. “Teníamos la obsesión de hacer debatir a los candidatos. No solo a tenerlos en el mismo lugar, sino que se confrontaran directamente”. Matamala se entusiasma al recordar cómo se fraguó un debate que marcaría un antes y un después, y que fue el primero que lo tuvo a él frente a la cámara y no detrás, como hasta ese momento.
El canal propuso a los comandos un formato nuevo. Además de preguntas comunes e individuales y de la participación del público —real y virtual—, incorporaría dos elementos inéditos. El primero, que cada candidato contaría con derechos a réplica, que podrían utilizar hasta cuatro veces durante el programa. ¿Cuándo? De acuerdo con el protocolo, “en caso de que un candidato aludiera de manera clara e inequívoca a uno de sus contendores en alguna de sus intervenciones”. Es decir, podrían responder de inmediato. La segunda novedad era que los candidatos podrían interrogarse entre ellos. Cada candidato haría una pregunta a uno de sus rivales y recibiría otra. ¿A quién interrogaría cada uno? Eso se sabría en el mismo programa. Sería sorteado en vivo.
Las negociaciones con los comandos comenzaron poco después del encuentro en TVN [un mes y medio antes]. La rigidez del formato utilizado por el canal público no solo lo aprovechó Frei en su ataque a Piñera, sino que fue el principal argumento de Canal 13 para convencer a los comandos de aceptar esta nueva fórmula. “Eso nos jugó a favor, ya que demostró, sin lugar a dudas, que un esquema tan rígido era ridículo. No solo ridículo. Era injusto, era absurdo, tanto para el público y los televidentes como para los mismos candidatos”, recuerda Matamala, quien también participó en las negociaciones con los representantes de cada comando. El ejemplo de Piñera, que tuvo que esperar una tanda comercial y una ronda completa de preguntas para responder a Frei, fue también usado como argumento. “Esto nos ayudó en validar esta fórmula, donde sí había confrontación directa, donde los candidatos tenían derecho a retrucarse”. El comando de Piñera fue el primero en aceptarlo. Habían vivido, en carne propia, las consecuencias de la rigidez y falta de interacción. “Piñera era el que en teoría tenía mucho más que perder, por ir primero en la carrera, pero como le había pasado que no pudo responder al ataque de Frei, ellos estaban más abiertos en aceptar estos espacios de confrontación”, recuerda Matamala. El equipo de Canal 13 utilizó también otro argumento con el comando de la Coalición por el Cambio: Frei ya había demostrado que su estrategia era atacar a Piñera, por lo que aceptar estas reglas era también un resguardo. Con el comando de Frei, el mensaje fue al revés. Si era Piñera el que quería atacarlo ahora, podría defenderse de inmediato y no esperar 10 minutos.