-Usted fue una de las voces autocríticas sobre el proceso constituyente. ¿Por qué decidió votar Apruebo?
-Tengo varios motivos: primero, voté favorablemente la mayor parte de las disposiciones de la propuesta, y, segundo, como el objetivo es reemplazar de una vez la Constitución de 1980 –que lleva vigente ya 42 años-, me da mayores garantías para cumplir ese objetivo aprobar y luego mejorar la propuesta que hizo la Convención que rechazarla y quedar marcando el paso quién sabe por cuántos años más. Pero no soy ciego: el Rechazo podría imponerse y la falta de autocrítica y cierta fatuidad de nosotros los convencionales sería en tal caso una de las causas.
-De aprobarse el texto constitucional, ¿habría que reformarla de manera profunda o basta un maquillaje o retoque?
-Más que maquillaje, por cierto, y también más que un retoque. Hay cuestiones formales que quedaron mal y también algunas sustantivas, y no hay que incurrir en el narcisismo constitucional de creer que nuestra obra es intocable. El derecho es un orden dinámico que prevé su propio cambio, esto es, que fija instancias, reglas y procedimientos para su modificación, y la propuesta también lo hace. Querer inmovilizar el derecho es propio de talantes altaneros o conservadores..
-¿Cuáles son los elementos más importantes que habría que cambiar?
-Los exiguos plazos que fija la propuesta en sus reglas transitorias para que la Presidencia de la República y el Congreso Nacional lleven adelante iniciativas destinadas a implementar el texto de la propuesta. Habría que partir por eso. En cuestiones de fondo, revisar bien las innecesarias reiteraciones y y no pocas vaguedades en materia de plurinacionalidad, pero sin renunciar a esta; llenar la laguna que quedó en materia de estados de emergencia; revisar la composición del Consejo Nacional de la Justicia; no renunciar en modo alguno a una decidida protección de la naturaleza, de la que la especie humana forma parte, pero pensando mejor si acaso la manera más eficaz y realista de hacerlo sea reconociéndole derechos a la naturaleza.
¿Qué es lo más importante para toda persona? Ser feliz, pero a nadie se le ocurriría que por ello hay que establecer un derecho a la felicidad, algo que por fortuna no hicimos. Derecho a la búsqueda de la felicidad, sin dañar a otros, pero no derecho a la felicidad. No todo deseo es una necesidad ni toda necesidad un derecho.
-¿Cómo es su estado de ánimo tras este intenso y agotador proceso? ¿Cree que logró influir en el resultado final?
-Influí poco, muy poco, pero mis oscilaciones del ánimo dentro de la Convención no tuvieron que ver con eso, sino con el comportamiento que mostramos muchas veces los constituyentes: involucrarnos en la contingencia con desprecio por los actuales poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que tienen que ver directamente con ella, en circunstancias de que lo que nosotros teníamos entre manos era nada menos que el futuro del país a nivel constitucional; declaraciones desafortunadas, agresivas y desafiantes de no pocos constituyentes inflados de sí mismos; mayor conciencia de quién era cada uno de nosotros que de dónde y para qué estábamos; rencillas políticas del tipo que los actuales legisladores tienen cuando discuten sobre un cuarto o quinto retiro. Fui autocrítico, y continuo siéndolo, porque en no pocos momentos tuve la muy incómoda sensación de que, yo incluido, no estábamos a la altura del cometido que se nos había confiado.
-¿A qué atribuye que la Convención haya terminado con bajo apoyo y esté en duda el triunfo de la propuesta? ¿Es por responsabilidades propias de los convencionales?
-Lo es, en alta medida. El hecho objetivo es que la ciudadanía se fue enfriando con la Convención, más tarde tomando distancia y, acto seguido, desarrollando una cierta malquerencia con ella. Justo o injusto, eso es lo que pasó, y nunca nos hicimos cargo de ese fenómeno, que todos palpábamos y al que no le tomamos el peso. ¿Arrogancia? Claro que la tuvimos, o, al menos, una evidente desubicación.
-Si gana el Rechazo, ¿sería decepcionante para usted?
-Claro que lo sería. Constituiría un fracaso. Un fracaso, sobre todo, porque dejaría vigente quién sabe por cuánto tiempo más una Constitución heredada de una dictadura con la que podríamos llegar a enterar medio siglo. ¿No es ese acaso un motivo de rubor para un país democrático?
-¿Piensa que es posible una nueva constitución si es derrotado el texto elaborado por la Convención?
-Tiene que serlo. Hay al menos un compromiso de todos los sectores con que así sea. No más reformas, sino reemplazo de la Constitución del 80, para lo cual se podrán aprovechar, si gana el Rechazo, muchas de las disposiciones de la actual propuesta. No muchas, sino más bien la mayoría. Sí, el objetivo es dejar atrás la Constitución del 80, pero también lo es tener una Constitución para el siglo en que nos encontramos
-En este caso, ¿debería elegirse una nueva Convención con las mismas reglas de la anterior o deben ser muy distintas? ¿Por qué?
-Una nueva Convención elegida por sufragio universal, con paridad de género y representación de pueblos indígenas, y con participación de independientes, pero con algunos cambios en el sistema de elección de los convencionales; por ejemplo, eligiéndose algunos a nivel nacional y otros como representantes de regiones.
-¿Hay extremos vociferantes en ambos bandos? ¿Se siente muy distante de ellos? ¿Piensa que son perjudiciales para una conversación constructiva?
-Totalmente distante me siento, y así me sentí también respecto de esos extremos en el seno de la Convención. La desmesura nos hizo daño y puede continuar haciéndolo, y ella proviene no de un solo lado, sino prácticamente de todos. La furia impide la conversación y en materia constitucional los países solo pueden salir adelante conversando, no en busca de una imposible unanimidad, pero sí de una muy amplia mayoría.