Es uno de los sitios más pintorescos de Santiago. Con 4.500 locales, que venden todos los productos imaginables, desde vinilos a muebles, computadores, ropa, antigüedades, aparte de una oferta gastronómica interesante. En sus mejores tiempos le daba trabajo a 10 mil personas y 30 mil visitantes lo recorrían especialmente los fines de semana.
El Barrio Franklin, como El Rastro de Madrid o San Telmo en Buenos Aires, es un mundo aparte, imposible de recorrer en un solo día. Allí se construyó el Matadero en 1847, pero un incendio lo destruyó en 1976. En 1982 los galpones fueron cedidos por la municipalidad santiaguina a los vendedores ambulantes.
Según el sitio de arquitectura Plataforma Urbana, “entre las calles Franklin, Placer, San Diego y San Isidro de la comuna de Santiago, el barrio se despliega extremadamente diverso y muy difícil de describir en pocas palabras, pues sus 12 Persas, 2 Malls del Mueble y el Mercado Matadero son un universo en sí mismo, donde cada puesto es un mundo muy rico en estética visual, objetos e increíbles historias”.
La pandemia fue un duro golpe para muchos arrendatarios, que terminaron quebrando. En 2019 unos 800 locales debieron cerrar. En los últimos años se había transformado también en un polo cultural. Se hicieron famosos sus locales de comida y espacios de arte. Pero subió la inseguridad.
El 14 de febrero un hombre fue asesinado a balazos en la cabeza en plena calle a la luz del día. Un poco más de una semana después hubo cinco detenidos “en el marco de las denuncias que hemos recibido en el barrio, asociadas principalmente al tráfico de drogas, a personas que se desplazan con órdenes de detención pendientes, y de igual forma la receptación de equipos de alta gama, como teléfonos, tablets y computadores”, explicó el mayor Marco Bahamondes. Homicidios, venta de droga y reducción de celulares son parte de los delitos que ocurren en el sector del barrio Franklin, según la policía.
La última década. Pablo es un tipo joven que trabaja en el sector Las Gangas, donde venden muebles. “Yo estoy de chico. Yo estudio y trabajo. Vendo muebles, todos los modelos que pidas. Me das una foto y te lo hago”. Dice que hace diez años atrás esto era distinto. “Antes puros chilenos trabajaban acá. Hoy trabajan puros extranjeros. No estoy en contra de eso, pero el ambiente se ha vuelto más malo. Mucha droga en la parte céntrica, hacen fiestas con música fuerte, es un cultura muy diferente a la nuestra. Tú caminas y te ofrecen marihuana, cocaína”.
El negocio ha cambiado harto, reconoce. “Antes se vendía mucho, ahora no tanto. Tengo 23 y esta debe ser la peor época. Vendemos muebles chinos y chilenos. Desde la pandemia bajaron totalmente las ventas, muchos colegas quebraron. Hoy yo diría que se vende la mitad de lo que vendíamos antes de 2019. Han bajado mucho los turistas también”.
Un grupo variopinto escucha música en un pasillo del galpón Las Gangas. “Yo soy descendiente alemán”, dice entre risas un chico llamado Jimmy. “En realidad, mi papá es colombiano y mi mamá chilena”. Son 7 amigos, que dan cuenta de la multiculturalidad que se vive en esta parte de Franklin: colombianos, venezolanos, haitianos, dominicanos, chilenos. Las bromas van y vienen, especialmente sobre fútbol.
El que fuma es malo. “La delincuencia ha subido. Hoy es demasiado arriesgado cruzar al galpón del frente”, dice Ramel, venezolano. “Han llegado muchos tipos malos y ya no nos dan pega. Aquí se ha vuelto un mal presagio ser migrante. No es fácil ser buena persona, hay mucho dolor en la gente, por la situación económica, por la inseguridad. Esta es La Ganga. El cliente que fuma es malo, malo y tratamos de evitarlo. Acá ya casi no hay chilenos”.
Jorge vende muebles desde hace 12 años. “El cambio ha sido malo. ¿Por qué? Porque a nosotros acá nos afecta. Aparte del tema de la delincuencia, de la droga, de inseguridad, nos afecta mucho porque no vendemos ni pesos. Porque hay mucha delincuencia y la gente escucha eso. Entonces cree que somos todos delincuentes, y no es así”.
“Los extranjeros no se han apropiado todavía de este sector. No todavía. Los dueños son chilenos. Han sido astutos algunos, han arrendado. El sector malo es cruzando la calle al frente de La Ganga. No compres drogas porque pueden embaucarte. O te pueden dejar tan volado, que ni te das cuenta y pierdes el bolso o el celular”.
Sobre la salud del negocio, comenta: “Ha bajado la venta de muebles, que son nacionales. También se han metido muchos chinos en el barrio que venden muebles de mala calidad a mitad de precio. Te doy 10 por uno”, bromea.
Drogas al paso. Cruzando la calle se encuentra el galpón dominado, según algunos entrevistados, por grupos extranjeros. Apenas cruzar el pasillo central, 4 o 7 jóvenes salen al paso. Dicen que son venezolanos, colombianos, haitianos. Se ríen entre ellos sin pescar las preguntas del reportero. “Esta zona es nuestra”, dice uno de ellos. Veo que fuman sendos cigarros de marihuana. Sin mediar petición, un muchacho ofrece: “¿Quiere fumar?”. “¿Es un pito?”. “Claro. Tengo otras cosas por si quiere, señor”. El cigarro es grande y gordo y exuda un olor penetrante.
Advertido de que a veces drogan a una víctima para luego robarle, doy las gracias y salgo a la calle, bajo el sol de las 4 de la tarde. Todos los restaurantes o fuentes de soda están cerrando. No dejan entrar a ninguno. ¿Por qué cierran tan temprano? “No sabe caballero que la cosa se pone mala después de las 5. Antes uno abría hasta la noche. Ahora imposible”, dice una señora mientras cierra el portón.