Una selfie como el inicio de una nueva etapa. De mascarilla azul y cabello rapado, Rodrigo Lagarini, de 25 años, fue a buscar el pasado viernes la prótesis que lo hace lucir como si nada hubiera pasado, como si ese 22 de octubre de 2019 no hubiese estado en una manifestación en el centro de Concepción. Como si no hubiese tenido que correr para buscar un lugar seguro, como si a eso de las 17:30 horas su rostro no hubiese sido impactado por una bomba lacrimógena, como si ese día no hubiese quedado ciego de su ojo derecho.
Pero la prótesis no es más que una apariencia. Rodrigo, si pudiera elegir, no la usaría. Su ojo derecho, asegura, es un testimonio de lo ocurrido esa tarde de octubre tanto a él como a otras cientos de personas en distintos puntos del país.
Rodrigo es una de las 343 personas que -de acuerdo a las cifras del gobierno- resultaron con traumas o lesiones oculares durante las protestas que se desarrollaron desde el 18 de octubre de 2019 en Chile. Una crisis que generó impacto en organismos internacionales como Human Rights Watch, que advirtió sobre abusos por parte de la policía, y que a nivel interno provocó cambios en los protocolos internos de Carabineros para el uso de armas y la creación de un programa de reparación ocular por parte del Estado.
Rodrigo siente que la prótesis era un paso donde no tenía mucha alternativa, sobre todo por su profesión, pues se encuentra próximo a titularse de profesor de educación física. “Cuando haga clases no quiero distraer a los niños con un ojo así, quisiera que la atención estuviera en lo que les voy a enseñar y no en mi rostro”, explica a T13.cl.
Sin embargo, dice, “no me molesta tener el ojo así (sin la prótesis). De hecho, me gusta. Creo que como sociedad nos falta mucho por aprender, y que quienes me vean con el ojo de esta forma deben pensar muchas cosas. Generar eso en las personas me gusta”.
Pero además de lo profesional hubo un factor de tiempo. Rodrigo sentía que su ojo dañado se iba achicando, perdiendo forma. Temía que si no hacía algo ahora, más adelante no sería posible utilizar una prótesis, que en su caso corresponde una estructura acrílica parecida a un lente de contacto, pero mucho más rígida, y que se coloca sobre el ojo dañado y donde los párpados y músculos oculares permiten desplegar un movimiento en sincronía a su ojo sano.
Aunque desde el Hospital Las Higueras, de Talcahuano, le habían ofrecido una prótesis, la pandemia atrasó los planes, por lo que decidió adquirir una por su propia cuenta. “Ya no podía seguir esperando”. Fue así que hace poco más de una semana Rodrigo fue a una óptica especializada en prótesis, donde logró dar con una parecida a su ojo sano.
Sin embargo, este viernes al verse frente a un espejo, la nueva imagen de su rostro -esta vez con una prótesis- le causó sentimientos encontrados, los que se fueron agudizando con el paso de las horas; al recibir las reacciones de esa selfie donde su ojo mutilado “pasaba piola”.
Rodrigo siente que hoy con la prótesis luce un “ojo falso, sin vida”, una apariencia que le incomoda aún más al ver que ante esta foto nadie le preguntó cómo se sentía. “No quiero ocultar lo que me pasó, no está todo normal: si pudiera elegir no usaría la prótesis”, recalca.
"Los invito a taparse un ojo"
El caso de Rodrigo se hizo conocido el 3 de noviembre de 2019. Ese día entregó su testimonio a diputados y senadores de las comisiones de Derechos Humanos de ambas cámaras, en una sesión especial donde se abordó el actuar policial durante las manifestaciones, en momentos donde la Sociedad Chilena de Oftalmología y el Colegio Médico ya hablaban de una “crisis sanitaria” producto de los daños oculares.
“Los invito a taparse un ojo, a ver cómo vivirían”, dijo Lagarini.
Aunque Rodrigo llevaba un discurso que había escrito horas antes, decidió hablar desde lo que sintió en el momento. “Necesitamos un cambio. Los quiero mirar a todos, con el único ojo que me queda. Soy tuerto. No lo digo con pena, ya superé el trauma, creo”, afirmó.
¿Puede una persona superar un trauma en tan poco tiempo? Visto en perspectiva, Rodrigo lo duda. Cree que ese día llegó al Congreso “con un montón de armaduras mentales para estar estable, porque sentía una necesidad de mostrarme fuerte”.
Fue hace meses que Rodrigo perdió la cuenta de cuántos vasos ha roto, con cuántas personas y paredes ha chocado. La pérdida de su globo ocular alteró su campo de visión y, aunque en un primer momento se lo tomó bien, luego cayó en lo que llamaría “su depresión”. A casi un año de lo ocurrido cree que de no haber sido por sus amigos, familiares y profesores “estaría desecho, a la deriva”.
Tampoco sería el mismo sin ayuda psicológica; proceso de terapia que está realizando con Mariella Norambuena Cid, experta en trauma complejo y manejo del Trastorno de Estrés Postraumático, y quien dirige ICHTA, una de las dos instituciones privadas desde las cuales el Programa de Reparación Ocular Integral (PIRO) del Ministerio de Salud deriva pacientes con trauma ocular, y quienes reciben atención de forma gratuita.
Norambuena Cid cuenta que decidió ofrecer ayuda psicológica a las víctimas de trauma ocular junto a un equipo de voluntarios, entre psicólogos, psiquiatras y terapeutas ocupacionales, en un programa que funciona de manera particular desde marzo, y que desde julio de este año recibe pacientes derivados desde el PIRO y que presentan sintomatología asociada al estrés postraumático.
“Esto es un trauma complejo, donde la persona vivió un momento en que sintió que moría. La sintomatología que empieza a haber es trastornos del sueño, alimentarios, conflicto en relaciones interpersonales, se vuelven irritables, trastornos del ánimo importantes -pueden estar muy tristes y cambian de ánimo muy rápidamente-, y su familia comienza a desconocerlos”, explica la psicóloga. En otros casos, cuenta, “se produce un congelamiento” de las emociones, donde el paciente pareciera estar bien, pero es solo una apariencia.
Norambuena Cid detalla que a través de las denominadas Técnicas de Integración Cerebral (TIC), realizan un abordaje específico para episodios traumáticos, lo que permite a los pacientes “reprocesar” el evento traumático como fue el disparo a la cara y los momentos a partir de ese episodio.
Con esta técnica, explica, el cerebro realiza una "reestructuración cognitiva, es decir, la persona puede recordar el episodio desensibilizadamente, sin emociones desbordadas o sensaciones corporales intrusivas, que emergen a partir del día de la lesión. Además, dentro del tratamiento, también abordamos las instancias futuras del paciente como son las declaración judiciales, dar una entrevista o volver al lugar donde recibieron el disparo que les provocó perder la vista, para que estas situaciones no sean gatilladores ni situaciones retraumatizantes".
Si bien prefiere no hablar de casos específicos, por respeto a las personas con trauma ocular, sostiene que la manera en como Rodrigo ha abordado lo que vivió se debe a su resiliencia. “El caso de Rodrigo es bastante particular, porque tiene que ver con su estructura de personalidad. ¿Qué ayuda a que una persona con trauma ocular pueda verse así, con esa claridad y fortaleza?: principalmente el acompañamiento de sus seres queridos, y la psicoterapia especializada en trauma, en este caso TIC, lo que les permite asumir esta nueva realidad en menor tiempo”, explica la profesional.
En este sentido, detalla la importancia de que “la familia sea un soporte para la persona, y no que la persona tenga que ocultar o reprimir el dolor para que la familia no se afecte. Y eso ha sucedido en muchos pacientes, que han tenido que hacerse los fuertes para que su familia no se vea afectada”.
Ya con la pandemia y las cuarentenas, Rodrigo retomó contacto con sus amistades del condominio donde ambos viven. A esas alturas, incluso, había vuelto a realizar una de sus actividades favoritas: andar en monociclo, y además, le enseñó a su amigo a dominar el arte de pedalear en una sola rueda. ¿Cómo logró equilibrarse en el monociclo ahora con un solo ojo? Rodrigo no lo tiene muy claro, pero cree que es el poder de la costumbre. Ahora, de hecho, es capaz de mantener el equilibrio mientras toca el acordeón. “Yo lo veo con un nuevo aire. Está haciendo ejercicio, con ganas de seguir adelante”, dice Cristian. Rodrigo coincide que el deporte le ayudó a lidiar con su proceso, pero no fue fácil: “me costó mucho retomar, tener la determinación, subí de peso y no estaba cómodo conmigo mismo”.
¿Cómo una persona se sitúa tan entera luego de perder la visión? Rodrigo cree que fue un proceso donde su biografía juega un rol clave: nació con una deformidad en la oreja -denominada microtia- que se traduce en que a su lado izquierdo tiene un pequeño órgano que carece de funcionalidad.
“Desde pequeño me hicieron bullying, me decían la taza por tener una oreja, entonces siento que formé una coraza desde niño. Ya viví una vida sabiendo lo que es tener algo menos, y ahora que me han quitado el ojo ya no me da pena, solo tengo rabia”, señala.
Rodrigo relata que fue un proceso largo darse cuenta que no era igual y que vivía con una discapacidad. “Si quería socializar, yo era el que tenía que estar dando vuelta la cabeza para poder escuchar a las personas, pero me dije ‘no: así no tiene que ser, la sociedad se tiene que adaptar a la gente con discapacidad’”. Y agrega: “yo ahora no tengo pudor para decir que tengo una discapacidad: ‘no escucho, ¿te puedes poner ahí? Y listo, se acabó el tema”.
Ahora, ha tenido que sumar a ese proceso el decirle a las personas que no ve con su ojo derecho. “O te veo o te escucho, porque no veo con el ojo derecho y no escucho con el oído izquierdo”, explica.
El proceso de perder la visión, sin embargo, no ha sido sencillo. “No quebré un vaso. Fueron muchos. Al principio pensaba que era torpe, pero no es que sea torpe, es que no lo vi; ahí me fui dando cuenta cómo me está afectando. Es raro explicarlo, trataba de no culparme o no sentirme mal por hacerlo, tratar de normalizar. Son las consecuencias de perder todo un campo de visión. Yo acá estoy moviendo la mano y no la veo, y aceptarlo es lo fuerte”.
El lento camino para recuperar un trauma
Miguel Campos es tecnólogo médico especializado en oftalmología y fue testigo de cómo la UTO del Hospital del Salvador vivió los días más caóticos de los que tenga recuerdo en sus 10 años trabajando allí. “Era una situación como de guerra, con pacientes que llegaban sangrando, llorando, con una carga emocional muy elevada”, recuerda a T13.cl.
A Miguel le tocó estar ahí todas esas tardes de movilizaciones, en que el personal administrativo era enviado a casa más temprano producto de las dificultades en el transporte producto de los daños en las estaciones del Metro. Es por esto que, recuerda, le tocaba ir a recibir a los pacientes a la puerta de la UTO, para realizar la primera evaluación de los daños, realizar curaciones y luego derivar a pabellón en los casos más graves. El primer diagnóstico, explica, es clave para predecir las probabilidades de recuperación a futuro.
Miguel reflexionaba sobre el poder de destrucción que tenían los perdigones. En ese entonces aún no sabía de su composición -que de acuerdo a un estudio que más adelante publicaría junto a otros académicos en la revista Eye, de Nature, resultó estar en un 80% conformada por elementos metálicos y solo un 20% por caucho- pero cada vez que analizaba a las víctimas veía pedazos de un material pesado, muy sólido, y que provocaba graves daños.
“Ya me imaginaba con solo verlo el poder de esa arma. Eventualmente, además de perder la visión, esos perdigones pueden pasar detrás del globo ocular, porque hay una pared delgada, chiquitita, que separa la órbita del globo ocular del cerebro”, detalla.
Casi como una manera de advertir a sus conocidos, pero esperando que se viralizara, el 23 de octubre Miguel subió un video a sus redes sociales donde llamaba a las personas a acudir con algún elemento de protección, idealmente una antiparra, para prevenir daños en la visión producto del disparo “indiscriminado” de perdigones. El video fue replicado por miles de personas en Instagram e incluso formó parte de la pauta de diversos medios, entre ellos T13.
El video, dice, logró su objetivo, en momentos donde “no había conciencia entre las personas de ocupar algún tipo de protección ocular”. Muchos de los pacientes que llegaron a la UTO, “eran personas que estaban protestando, niñas jóvenes, personas que tú no te imaginas en primera línea, encapuchados. Eran personas que estaban en las marchas protestando por mejores derechos no más. Ese video lo subí con una emoción de rabia, de impotencia”, cuenta.
Al 11 de noviembre el INDH contabilizaba 197 víctimas de heridas oculares, entre ellos el caso de Gustavo Gatica, estudiante de 21 años en la Academia de Humanismo Cristiano, quien perdió ambos globos oculares producto de un disparo de perdigones. En medio del impacto internacional por las lesiones oculares en el contexto de las manifestaciones, Carabineros anunció un cambio en su protocolo de uso de armas definidas como no letales, restringiéndolas a situaciones donde existiera un “real peligro” para los funcionarios.
Pero hubo más casos. Hasta el 7 de octubre de este año, la UTO -principal centro de traumas oculares del país- contabilizaba 343 personas atendidas en el servicio por algún tipo de daño ocular en el contexto de manifestaciones. De ellos, el 65% recuperó la visión en un 100%, mientras que 126 personas resultaron con daño visual permanente. La menor cifra respecto de los casos contabilizados por el INDH se debe a que este organismo contabiliza personas que decidieron atenderse de manera particular, sin pasar por la UTO, como es el caso de Gustavo Gatica.
De quienes han presentado estallido en el globo ocular, existen 47 personas a las que desde la UTO se les ha recetado una prótesis, de las cuales al menos 36 han sido entregadas hasta la semana pasada.
¿Por qué a casi un año de lo ocurrido no se han entregado todas las prótesis requeridas? Para el doctor José Luis Sanhueza, jefe del Servicio de Oftalmología y también encargado de la UTO, existen dos factores. El primero de ellos es el tiempo, pues se requiere de una serie de cirugías y reparaciones antes de instalar una prótesis, tal como ocurre, por ejemplo, cuando una persona ha perdido una pieza dental.
A esto se suma que el daño ocular es un proceso que no siempre ocurre de manera instantánea. En los casos de lesiones severas -explica- se puede producir un proceso de tisis, donde el ojo va perdiendo volumen lentamente hasta llegar a ser necesaria una reparación cosmética. Es por esto que no se puede descartar que con el tiempo la cifra de personas que requieran de una prótesis aumente.
Y se agrega un tercer factor: la prótesis es una medida opcional, donde la persona elige si quiere usarla o no, y en caso que sí lo decida, se le debe capacitar para mantener el dispositivo en buenas condiciones y que no le cause daño en el contacto con los párpados y la órbita ocular. “Nos ha pasado que hay pacientes que prefieren usar un parche”, detalla.
Sanhueza reconoce que la pandemia ha provocado retrasos en las atenciones, pues existe un “temor a acudir a la atención presencial desde los pacientes, y las dificultades para movilizarse” hacia la UTO. Pero además, admite que han debido enfrentar una reticencia de algunos usuarios de volver al lugar donde todo comenzó.
“Lo percibimos desde el primer día. Había una sensación de daño a partir del Estado muy grande en todos los pacientes que atendimos. Decían ‘cómo es posible que yo esté en esta condición por estar en una manifestación social’. Eso es un daño psicológico tremendo, porque el Estado que está ideado para el beneficio de los ciudadanos, provoca una alteración de este tipo”.
Sobre este punto, Miguel Campos señala: “Estamos reparando a gente que fue dañada por el Estado. En ese sentido hay harta carga emocional respecto de la dualidad que tienen los pacientes de ser atendidos en el mismo lugar que representa al Estado, un hospital público”.
Esta “personificación del Estado”, explica el doctor Sanhueza, ha sido un tema donde han tenido que explicar a los pacientes que “si bien somos funcionarios públicos, no tenemos ningún tipo de relación con lo que ocurre en las manifestaciones, ni siquiera con lo que ocurre en las otras estructuras públicas”.
Entre los usuarios existen críticas al programa. “Es insuficiente, porque tiene un psicólogo, pero un psicólogo para todos los traumas que hay no da abasto, imposible. Necesitamos más funcionarios para atender las necesidades de las víctimas. Los profesionales se han visto sobreexigidos”, dice Marta Valdés, vocera de la coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular. En su caso, sostiene que ha tenido numerosas dificultades para que su hijo Edgardo -de 17 años y de quien contaremos su historia más adelante en este reportaje- pueda acceder a los programas.
En relación a este punto, Sanhueza plantea que la salud mental “es un tema muy pendiente en general dentro de la oferta de atención pública”, pero que se han hecho esfuerzos para mejorar la oferta, entre ellos, la derivación de pacientes del PIRO a otras entidades. Esto, explica, les ha permitido que a la fecha sean 102 pacientes los que han recibido acompañamiento psicológico ya sea en Santiago u otras zonas.
Mariella Norambuena Cid, experta en trauma complejo y trastorno de estrés postraumático, quien dirige ICHTA, institución privada conformada por voluntarios y a quienes el PIRO deriva a pacientes con trauma ocular, para recibir psicoterapia y rehabilitación funcional en forma gratuita.
“Hay mucha rabia, hay mucha frustración, y con el tema de que prácticamente no hay responsables frente a estos delitos de lesa humanidad, entran en el sentimiento de abandono, se sienten desprotegidos”, dice la experta.
Para Miguel Campos, “el nombre de reparación ocular es muy grande, porque ¿qué reparamos? ¿Reparamos lo médico? Eso está perfecto, pero qué más reparamos. Todos los pacientes son distintos, todos tienen historias, antecedentes psicológicos, incluso psiquiátricos de los que el programa se tuvo que hacer cargo, porque se contrató a una psicóloga, pero es imposible que una sola psicóloga pueda hacerse cargo de todo eso”.
El tecnólogo médico plantea que si bien “le pusieron un nombre cototo” al programa en comparación a su actual desempeño, puede ser una oportunidad para reforzarlo y futuro pensar en un centro de atención de baja visión, tanto para las víctimas de trauma ocular producto de las protestas, como para personas que han resultado con daños oculares producto de accidentes.
“En Chile las personas pierden la visión y se acabó la atención oftalmológica porque no hay más. La rehabilitación e inserción de esas personas es nula, solo existe a nivel privado, pagada, pero el Estado no se ha hecho cargo de ese tipo de personas”, dice.
La nueva área área del gobierno que monitoreará reparación a víctimas de trauma ocular
En el gobierno están al tanto de los problemas que ha enfrentado el programa, y desde el pasado 10 de septiembre que existe una encargada para monitorear su avance. Se trata de la doctora Nelly Alvarado, quien asumió como jefa del Departamento de Derechos Humanos y Género del Minsal.
“Estamos trabajando conjuntamente con los profesionales del Programa de Reparación Integral, con el propósito de contribuir a una mejor calidad de vida de los afectados, por ejemplo, a través del mejoramiento de sus capacidades funcionales”, explica Alvarado a T13.cl, quien además detalló que se está haciendo un seguimiento del programa y “tomando contacto permanente” con los usuarios.
En cuanto a las postergaciones de atenciones producto de la pandemia, asegura que “a medida que fuimos conociendo más del virus y adaptando los mecanismos de atención, se fueron retomando progresivamente los tratamientos, primero de manera remota, y posteriormente, de manera presencial”.
El pasado 23 de septiembre, Nelly Alvarado junto al ministro de Salud, Enrique Paris, se reunieron con el director del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Sergio Micco, a quien entregaron una carpeta con las cifras del programa de reparación anunciado por el gobierno en noviembre pasado. "Es un derecho que debemos otorgarle a aquellas personas que han sufrido un atentado a sus derechos humanos, y que deben recibir una reparación", afirmó el titular del Minsal en esa oportunidad.
Pese a todo, desde la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular, sienten que existe un “abandono” y que el programa de reparación ocular implementado por el gobierno ha sido “insuficiente”, especialmente pensando en los casos de regiones que deben viajar a la capital para ser atendidos.
“Nunca ha habido un perdón de Carabineros, tampoco del gobierno. Es una indolencia absoluta, y nosotros lo sentimos como un no reconocimiento de las violaciones a los Derechos Humanos que han ocurrido”, dice Marta Valdés.
Hasta marzo de este año el INDH cifraban en 460 las víctimas de traumas oculares, de las cuales 163 terminaron en querellas (110 por lesiones de trauma ocular, 21 por estallido de globo ocular y 32 por pérdida de visión irreversible). Y a nivel global el organismo ha patrocinado 2.520 acciones judiciales, de las cuales el 92% está dirigida a funcionarios de Carabineros, y por las cuales se han formalizado a 72 personas.
Los cambios en el protocolo de Carabineros para enfrentar las manifestaciones
Con foros y debates a través de redes sociales la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular conmemorará el primer aniversario de las protestas del 18 de octubre.
A un año de las protestas, Marta Valdés espera que exista “verdad y justicia'', y que las víctimas de trauma ocular puedan acceder a una atención de salud de calidad. “La vida no va a ser la misma, pero por lo menos que sea más amigable llevar adelante esta mutilación para seguir viviendo”, dice.
Pero, como recalca, es preciso que “se tomen medidas por parte de Carabineros, para que no sigan disparando a los ojos”. “No queremos sumar más víctimas a esta coordinadora”, señala.
Carabineros se encuentra desplegando un plan preventivo de hechos de violencia en la antesala de la conmemoración del primer aniversario del 18 de octubre y el plebiscito que ocurrirá 7 días después.
Desde la institución han destacado que junto con el cambio en los protocolos del uso de escopetas antidisturbios que ahora limitan su uso para casos excepcionales, donde exista riesgo para la vida de funcionarios o personas. Además, se hizo un cambio en las municiones utilizadas en manifestaciones: Si hace un año las escopetas calibre 12 mm percutaban 12 perdigones de 8 mm cada uno, ahora disparan 3.
"Desde la dictación de este protocolo no ha habido uso de la escopeta, no hemos tenido denuncias del uso de la escopeta, y la hemos restringido para un uso defensivo frente al riesgo de vida del carabinero o terceras personas", aseguró el pasado 8 de octubre el general inspector de Carabineros, Diego Olate, ante la Comisión de Derechos Humanos del Senado.
Por otro lado, detalló el integrante del alto mando, más de 5 mil funcionarios han sido reentrenados en temáticas relacionadas con Derechos Humanos. "Como institución estamos mejor preparados y hemos realizado acciones para proteger a quien se desea manifestar en forma pacífica", aseguró Olate.
De todos modos, el general inspector recordó que "nadie estaba preparado para lo que ocurrió el 18 de octubre" y que "el accionar de carabineros fue en un contexto de extrema violencia", donde más de 500 cuarteles fueron atacados y 4.800 funcionarios resultaron lesionados. Cinco de ellos, aseguró, han perdido la visión en uno de sus ojos.
En cuanto a los procesos sancionatorios aseguró que se han realizado más de 1.200 procesos administrativos y 499 sumarios, que culminaron con 171 imputaciones por faltas administrativas, 136 anotaciones en hojas de vida y 16 funcionarios desvinculados por "faltas graves a los protocolos y normas".
¿Es suficiente un cambio de protocolos para asegurar la no repetición de lesiones oculares durante protestas?
Álvaro Rodríguez es oftalmólogo y académico de la Universidad de Chile y dirigió la investigación publicada por la revista Eye de Nature que concluyó que los casos de traumas oculares durante las protestas del estallido social no tienen precedentes en la literatura comparada desde 1970, superando incluso el conflicto palestino-israelí, que entre 1987 a 1993 registró 154 casos.
Del mismo modo el artículo científico analizó la composición de los perdigones, determinando que solo un 20% correspondía a caucho y el 80% restante se conformaba por elementos metálicos como sulfato de bario, plomo, silice.
Junto con la dureza de las municiones -comparable a una rueda de un skate- Rodríguez explica que la capacidad de daño de los proyectiles estaba determinada por la distancia con que se disparaban y por su “imprecisión” al momento de fijar un blanco.
“El problema de esos perdigones es que son imprecisos, porque si yo quiero apuntar a una persona que está a 30 metros, a medida que el proyectil se dispersa puede que llegue no solo a la parte donde estaba apuntando, sino que a la cabeza y al ojo. Por eso la ONU en su última guía, avalada por Amnistía Internacional, médicos, y otros organismos plantean que se debe evitar y prohibir el uso de perdigones múltiples por la imprecisión que tienen”, explica Rodríguez a este medio.
E incluso, advierte que el análisis realizado por los académicos de la Universidad de Chile arrojó que incluso “a 60 metros, con estos nuevos perdigones, igual existe un riesgo de generar un estallido ocular”.
“Y estamos hablando de un escenario donde los protocolos se cumplen, porque existen casos documentados de que los protocolos no se cumplieron y se disparó a distancias menores que las establecidas por el fabricante”, explica.
Por otro lado, pese al cambio en los protocolos y en el número de municiones disparadas en cada cartucho, la determinación de la distancia mínima para percutar el arma sigue a criterio de los propios efectivos de FF.EE, como confirmó la institución a este medio.
A la fecha de la publicación de este reportaje existen tres ex funcionarios de Carabineros que han sido formalizados por los disparos a Gustavo Gatica, Fabiola Campillai y al auxiliar médico Brandon González.
En tanto, el pasado 28 de septiembre la Corte de Apelaciones de Santiago rechazó 14 recursos de protección que buscaban prohibir el uso de municiones a todo evento por parte de las Fuerzas Especiales.
En dicho dictamen la undécima sala del tribunal de alzada argumentó que las manifestaciones ocurridas tras el 18-O “fueron de una violencia y entidad inusitada, que no fue posible de prever por parte de las autoridades administrativas y policiales”.
“El lamentable desenlace en actos violentos por parte de algunos ciudadanos no puede ser una justificación para impedir el uso del armamento propio de los organismos policiales”, manifestaron.
“Estamos pasando al olvido”
El viernes 18 de octubre parecía como si hubiera caído una bomba en Santiago, pensó Ronald Barrales mientras recorría la ciudad a bordo de su automóvil. Ese día había ido de excursión al cerro con sus amigos y en la tarde, cuando las evasiones masivas en el metro realizadas por estudiantes secundarios derivaron en lo que luego se denominaría el “estallido social”, tuvo que ir a buscar a familiares que producto de las protestas habían quedado sin locomoción.
Ronald, de 36 años, padre de dos hijos, y dueño de una pyme que fabrica productos de limpieza, nunca pensó que podía ocurrir algo como lo que veía frente a sus ojos.
Con el paso de los días Barrales comenzó a asistir a las marchas junto a familiares. Una de las cosas que lo movilizó fue la desigualdad y la falta de beneficios para acceder a la educación superior. Él mismo tuvo que dejar su carrera universitaria por falta de recursos y ahora tiene una deuda del Crédito con Aval del Estado. Hoy, su hijo que cursa cuarto medio, quiere ingresar a la universidad pero son parte de clase media que no es lo suficientemente rica para pagar sus estudios al contado ni de ingresos lo suficientemente bajos para poder acceder a la gratuidad.
El 11 de noviembre Ronald Barrales llegó al sector de Plaza Baquedano junto a familiares, entre ellos una tía que había llegado desde el extranjero y que quería ser parte de las manifestaciones. Ese día, recuerda, había menos gente de lo habitual en medio de un ambiente enrarecido por la agresión al estudiante Gustavo Gatica, quien tres días antes había quedado ciego de ambos ojos luego de recibir disparos por parte del coronel de carabineros Claudio Crespo, quien fue dado de baja de la institución y que desde el pasado 22 de agosto se encuentra en prisión preventiva acusado de actuar con dolo y en contra de los protocolos que regulan el uso de armas no letales.
Esa tarde en la que Ronald estaba en la también denominada “Plaza Dignidad”, pasadas las 6 de la tarde, personal de Fuerzas Especiales arremetió contra los manifestantes. Ronald comenzó a correr en medio de un aire que poco a poco se volvía irrespirable y la visibilidad se tornaba escasa, a tal punto que perdió de vista a sus tías.
Lo que pasó después son recuerdos a ratos difusos. Correr por el puente Pio Nono, socorrer a un joven que había recibido un perdigón, sentir que podría haber sido él, volver a correr, hablar con sus tías, caminar hasta la pizzería de Plaza Italia, ver un vehículo policial abrir la puerta trasera, divisar a un funcionario disparar.
“Siento el impacto, que se había roto el cristal de mi antiparras y caigo al suelo”, recuerda Ronald a T13.cl respecto del día en que su cuerpo ensangrentado quedó tendido en el suelo a la altura de Merced 058 luego de recibir cuatro impactos: uno en el pecho, otro en el abdomen, y dos en su rostro, uno en el ojo izquierdo y un cuarto que impactó su máscara antigases y que lo salvó de perder los dientes.
Ronald recuerda haberse ido a negro, y luego de haber corrido en dirección al Teatro el Puente, donde minutos antes había dejado a un joven que había recibido un disparo. Tras esto fue trasladado a la Clínica Santa María, donde le notificaron lo que sospechaba: había perdido la visión de su ojo izquierdo.
Tras esto fue derivado a la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador y fue uno de los primeros usuarios del Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO), del gobierno, en momentos donde ya se registraban 199 traumas oculares a nivel nacional. Ese día, el entonces ministro de Salud Jaime Mañalich, explicó que a través del PIRO se entregaría atención oftalmológica, psicológica, social y rehabilitación para las personas que habían vivido “un capítulo muy dramático”.
Ronald señala que aceptó todas las alternativas que se le ofrecieron, pero con la llegada de la pandemia del coronavirus todo se retrasó. “Existe un abandono a las víctimas de trauma ocular, estamos pasando al olvido”, señala.
A inicios de octubre Ronald empezó a notar cambios en su ojo, que comenzó a reaccionar de manera adversa a la prótesis que utiliza desde inicios de mayo para cubrir los daños que causó el perdigón en su globo ocular izquierdo. Tuvo que volver al pabellón, donde le realizaron un injerto dermograso para reforzar la estructura que soporta el implante. Ese día Ronald salió de la UTO con un parche en el ojo, sintiendo como si hubiese retrocedido en el tiempo.
La pérdida de su globo ocular no solo causó efectos en su apariencia sino que le provocaron dificultades económicas en un país donde los trabajadores independientes dependen de sus ahorros para enfrentar momentos difíciles. Fueron cuatro meses donde no pudo trabajar, y donde familiares le tuvieron que ayudar a fabricar sus productos de limpieza. En marzo decidió regresar: “no había otra alternativa, no podía quedarme en casa, descansando”. En paralelo a su regreso laboral, decidió proponerse desafíos, entre ellos volver a manejar y andar en bicicleta, para lo cual ha sido clave el trabajo con su terapeuta ocupacional. Pedalear, sin embargo, ha sido incluso más difícil que cuando aprendió en su infancia: “Sufrí una caída muy fuerte, quedé muy amoratado, porque no ves contrastes a distancia”.
Al igual que Rodrigo, Ronald ha quebrado muchos vasos. “Choco todos los días, a pesar de que ha pasado mucho tiempo”, dice.
A pocos días de cumplirse un año del día en que perdió la vista de su ojo izquierdo Ronald pide que exista justicia y reparación para las víctimas de traumas oculares durante las protestas: “Se nos mutiló una parte de nuestro cuerpo... Alguien tiene que hacerse responsable, y ese debe ser el Estado”.
“La vista es mi herramienta de trabajo”
Cuando vio las imágenes de las evasiones en el Metro de Santiago, Nicole Kramm presintió que lo que venía iba a ser histórico. Se encontraba en su primer año tras egresar de las carreras de fotografía y cine, con especialidad en documentales, y estaba próxima a realizar un viaje al extranjero. Pero decidió cancelarlo todo y dedicar días y horas a guardar registro de la efervescencia de las calles, lo que serviría de material para su tesis. Lo suyo es contar historias.
El rodaje comenzó el mismo 18 de octubre. Desde entonces guardó un registro cronológico de lo ocurrido en las calles de Santiago, el que terminó de manera abrupta luego que el 31 de diciembre recibiera un impacto que le hizo creer que su carrera como realizadora había quedado truncada.
Ese día Nicole se dirigía hacia el sector de Plaza Italia, donde se realizaban cenas solidarias para esperar la medianoche que marcaría el inicio de un nuevo año, una nueva década. La idea era entrevistar a algunos asistentes, grabar imágenes del ambiente, y luego ir a guardar los equipos y volver para celebrar. Pero eso nunca pasó.
Nicole recuerda que sintió inseguridad cuando vio a un piquete de carabineros que se encontraba en la plaza a los mártires de dicha institución, ubicada a dos cuadras de la estación Baquedano. Ella caminaba junto a un grupo de colegas que también se dirigían a grabar al sector. Iban con equipos y a lo lejos no se veían manifestaciones, barricadas, ni nada que le hiciera sentir que era necesario ocupar sus implementos de seguridad, los que a diario llevaba para proteger su visión: una antiparra y un full face, como se denomina a una máscara que cubre todo el rostro y permite respirar en un ambiente de manifestaciones y gases lacrimógenos. Fue ahí que su vida cambió por completo.
“Siento un dolor tan profundo, un dolor inexplicable. Me caí al piso, sentí que la cabeza me iba a explotar; sentía un dolor muy fuerte, estaba en el piso, incapaz de reaccionar”, recuerda. Casi como un mantra Nicole repetía: “que no sea en el ojo”.
Nicole ingresó con una crisis de pánico al puesto de médicos voluntarios desplegados en el GAM. Sentía que no podía respirar y que su ojo izquierdo tenía unas piedrecillas que le impedían ver con claridad lo que sucedía. El resultado: un daño en la mácula, que es la parte de la retina encargada de percibir el detalle de las cosas que vemos, y que influye en cosas tan cotidianas como diferenciar a una persona de otra y en aspectos tan cruciales para un fotógrafo como identificar si la imagen que busca registrar está correctamente expuesta y enfocada. Aunque no perdió su globo ocular, su ojo carece de toda funcionalidad.
“La vista es lo más importante en mi vida, es mi herramienta de trabajo y lo que más cuidé. Siempre usaba antiparra, full face, y que de repente te impacten el rostro cuando vas caminando es algo difícil de asimilar”, señala Nicole, quien no oculta su preocupación por su futuro, donde el quedar ciega de su otro ojo es un miedo que le aterroriza a diario y que durante semanas le generó resistencia a salir a la calle.
“Cuando veía a los carabineros me ponía nerviosa, tiritaba, me sudaban las manos”, cuenta a este medio. La terapia psicológica fue clave para recuperar la confianza y volver a posicionarse con la seguridad que tenía antes. En tanto, con la ayuda de una terapeuta ocupacional se encuentra trabajando para dimensionar espacios y detalles ahora con un solo ojo.
En medio de este proceso Nicole comenzó a incubar un nuevo proyecto, que surgió a partir de la necesidad de compartir el dolor con personas que, al igual que ella, habían perdido la visión producto de disparos de perdigones o bombas lacrimógenas en el contexto de las protestas del estallido social. VTO es una serie fotográfica que documenta los rostros de víctimas de trauma ocular desde un espacio íntimo. “No era llegar y hacer la foto, era contenernos, compartir esa pena, ese dolor, y fue super valioso para recuperarme y entender que habían más personas que no lo merecían”, señala.
Diego Lastra sintió “una conexión bacán, una complicidad de dos personas que estábamos pasando lo mismo” la tarde del 22 enero de este año, cuando Nicole Kramm llegó a su casa. Era la primera vez que Nicole salía del hogar de sus padres, el espacio donde se había recluido en medio del dolor de perder su visión, su herramienta de trabajo.
Ese día se prestaron contención y terminaron “riendo de lo malo”, recuerda Nicole. Diego, en tanto, relata que el encuentro fue importante para ambos, porque “las experiencias de ella me ayudaron a entender experiencias mías y viceversa”.
“Yo estaba saliendo a todas partes, con mil visitas diarias, y esto me permitió cerrarme un poco más, poner límites, no exponerme tanto, y a ella para volver a salir, a retomar sus proyectos”, cuenta.
Fue al final de esa visita que Nicole le preguntó a Diego si lo podía retratar. Lo hizo con un lente de 50mm, un objetivo que obliga a acercarte, a entrar en el espacio personal.
Diego y Nicole no solo comparten el haber sido víctimas de trauma ocular, sino que ambos fueron agredidos la noche de año nuevo.
Esa noche Lastra, de 27 años, cenó junto a un grupo de amigos, con quienes caminaron rumbo a Plaza Italia, donde querían conmemorar de manera simbólica el fin de un año clave para el movimiento social, del cual Diego se siente parte desde la revolución pingüina; el movimiento que remeció la agenda de los primeros meses de la ex presidenta Michelle Bachelet en La Moneda. Pero en el lugar, dice, se encontraron con algo bastante distinto a lo que esperaban. “Había un carrete gigante, casi igual a todos los años, pero no había manifestación”, recuerda. Aunque entraron en el ambiente y compartieron unas cervezas, a eso de las 1:15 de la madrugada caminaron hacia la intersección de las calles Ramón Corvalán con Carabineros de Chile, donde la “primera línea” se enfrentaba a funcionarios de Fuerzas Especiales y a un carro lanza aguas. Como era de costumbre, por seguridad, se pusieron antiparras y mascarilla antigases.
Diego relata que si bien habían enfrentamientos, “no pensé que iba a haber represión, más allá de que nos tiraran agua”. Todo cambió momentos después, luego que llegara un retén de carabineros del cual salieron tres efectivos de FF.EE, quienes empezaron a disparar bombas lacrimógenas y a apuntar con un foco de luz de gran potencia.
“De repente me apuntan con el foco y me encandilan. No veo nada durante un momento y siento un sonido que es difícil de expresar, porque nadie puede describir el sonido de tu cráneo partiéndose”, recuerda a T13.cl. Diego sintió que el mundo se daba vuelta en 180 grados. Cayó al suelo, sin entender muy bien lo que pasaba. Un pitido retumbaba al interior de su cabeza, mientras que un dolor inexplicable se apoderaba de su rostro.
Como si el panorama no pudiera empeorar más, un gas lacrimógeno comenzó a impregnar su nariz, haciéndolo toser y llorar. “Fue ahí que me di cuenta que me había llegado una bomba lacrimógena en la cara”, cuenta.
Diego fue derivado a la Posta Central, donde le notificaron que tenía tres fracturas en el rostro, una rotura de párpado, además de un trauma ocular obstructivo. Él sabía perfectamente de lo que se trataba, pues cursaba su último año de internado de medicina.
Lo que vino después es una historia conocida: Diego fue derivado a la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador, donde le confirmaron que había perdido la visión de su ojo izquierdo y que tendría que someterse a una serie de cirugías para recuperar su estructura ósea y que ésta le permitiera sostener una prótesis.
El Colegio Médico realizó una manifestación fuera de la UTO y el caso de Diego generó interés mediático. "Quiero dirigirme a usted señor Presidente. Quiero pedirle que por favor, basta. Estoy acá porque no quiero que haya más madres sufriendo por sus hijos mutilados. Señor Presidente, cambie el sistema de Carabineros, renueve la institución, por favor, se lo suplico", afirmó su madre, María José Tapia.
El caso del estudiante de Medicina que había perdido la visión de uno de sus ojos generó reacciones en el gobierno. “Lamento enormemente que después de un período bastante largo en que no tuvimos traumas oculares, durante estos días de fin de año hayamos vuelto a tener algunos casos que están siendo atendidos de acuerdo a la política de reparación que ha instalado el ministerio de Salud", afirmó el entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich.
La mayor preocupación de Diego, en ese entonces, era perder el internado que realizaba en el Hospital de Rancagua. Tras algunas gestiones de la decana de su universidad, le permitieron retomar cuando estuviese listo. Pero Diego no quería perder más tiempo y regresó en febrero, cuando su rostro todavía estaba hinchado por las cirugías, su única dieta posible eran papillas y su ojo lloraba sangre producto de la rotura de su lagrimal. “Estuve meses llorando, aunque no quisiera llorar”, dice.
Con un parche en el rostro Diego retornó a su internado, donde terminó reencantado con la pediatría, la área que menos le interesaba. Los niños, dice, se lo tomaron mucho mejor que los adultos, en una consulta donde sus pacientes no se podían resistir a preguntarle si era un doctor pirata. Él, con una sonrisa, les decía que sí.
Ahora Diego se encuentra pensando en su futuro: ginecología o anestesiología están entre sus opciones de especialización. Según le han explicado, de todas las áreas, la única que no podría cursar producto de lo que vivió es la oftalmología, que requiere de una visión binocular. Mientras tanto, dice, la terapia ocupacional ha sido clave para poder recuperar la destreza al realizar cosas tan necesarias en la vida de un médico como una sutura.
Al igual que Rodrigo Lagarini, Diego siente que -si fuera por él- no usaría una prótesis. “Quiero que mi herida sea un recordatorio de lo que estamos viviendo. No quiero que pase piola”, dice.
“Cuando supe que le habían disparado a mi hijo fue como que me arrancaran algo del corazón”
Una llamada por teléfono reactivó los peores miedos de Marta Valdés la tarde del 28 de octubre. Al otro lado le comunicaban que a Coke, su hijo menor de 17 años, le habían disparado una bomba lacrimógena en el rostro. “Fue como si me hubieran arrancado algo del corazón, no sé cómo explicarlo, era un dolor profundo, indescriptible, pensé que me lo habían matado”, recuerda a este medio.
En esa llamada Marta revivió el dolor de una historia familiar marcada por la desaparición en dictadura de su tío Manuel Recabarren Rojas y sus hijos Manuel Guillermo y Luis Emilio, además de su nuera Nalvia Mena, quien se encontraba embarazada de tres meses. Un caso emblemático de la dictadura y por el cual fueron condenados 19 ex agentes de la DINA en medio de la lucha incansable de su tía política Ana González.
Hace un año Edgardo -a quien todos llaman Coke- estaba en tercero medio y eran sus primeras marchas. Ese día había quedado de juntarse con una de sus hermanas en el sector de Los Héroes, pero ella se atrasó. El hijo de Marta decidió unirse a la manifestación, la que a poco a andar comenzó a ser dispersada por personal de Fuerzas Especiales.
Cuando la cosa se calmó un poco, Coke se sentó a descansar cerca de un monumento en el bandejón de la Alameda, y aprovechó de escribirle a su hermana para saber cuánto le faltaba. De repente, una bomba lacrimógena impactó el lado izquierdo de su rostro, provocando daños irreparables en su retina.
Marta recuerda que cuando vio por primera vez a su hijo no lo reconoció. “Estaba con la cabeza gacha, enajenado, no quería que lo tocara, que me acercara, y yo solo quería abrazarlo. Era como que me hubieran cambiado a mi hijo”, relata.
En medio de la angustia de lo vivido en la sala de espera de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador (UTO), Marta se dio cuenta que existían muchas dudas y que lo que le ocurría a su hijo estaba lejos de ser un caso aislado. Fue así que alzó la voz y propuso crear una red de contacto, que luego se transformaría en la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular, que a la fecha cuenta con más de 100 integrantes de diversas zonas del país, y donde Marta es vocera.
Lo que vino después fueron meses complejos, donde Coke cambió su carácter y ya no era ese hijo cariñoso. “Volvió con mucha rabia, muy distante, dolido, y de a poco hemos ido recuperando a ese Coke”.
El acceso a ayuda psicológica, dice, ha sido difícil producto de la pandemia, por lo que hace unos meses decidió enviar a su hijo a Melipilla, a un campo donde viven familiares. “Eso le hizo bien para desconectarse”, cuenta. Sin embargo, a casi un año de lo ocurrido, Coke se mantiene con pesadillas y aún le cuesta canalizar la rabia, por lo que están viendo la posibilidad de que retome la terapia.
A esto se suma las dificultades económicas que ha enfrentado Marta luego de perder su trabajo. De hecho, la falta de recursos la llevaron a postergar la compra de unos lentes que le recetaron a su hijo para poder compensar la baja visión que tiene en su ojo izquierdo, lo que lo ha expuesto a accidentes. “Pero así y todo ha sido afortunado porque hay compañeros que perdieron su globo ocular y utilizan prótesis”, expresa.
A pesar de lo adverso, Coke se ha ido adaptando a su nueva realidad. Actualmente se encuentra cursando cuarto medio y compatibiliza su tiempo entre clases online para el colegio y el preuniversitario. Está decidido a ingresar a la universidad y lo que vivió hace un año, dice Marta, no será un impedimento.