Francisco Covarrubias cuenta que cuando dejó la Facultad de Artes Liberales de la UAI -donde fue decano por nueve años- para asumir como rector de esa misma universidad el pasado 1 de abril, le regalaron libros.

Los 120 profesores de dicha facultad, reunidos en grupos de cinco, le obsequiaron textos que pensaron le harían sentido a un lector voraz. Fueron 24 en total. Entre ellos, "Antes que anochezca", de Reinado Arenas, que es justamente el que está leyendo en estos días.

“Tiene una escritura muy envolvente y además habla de Cuba y el comunismo, tema que siempre me ha interesado. Ahí están plasmadas las atrocidades del régimen”, explica, sentado en la oficina que ocupa hace dos meses, en lo alto de Peñalolén. De fondo, por un parlante junto a su computador, suena música clásica. 
 

Covarrubias (49, ingeniero comercial, Magíster en Ciencias Políticas en la UC y Master of Art en Economía en la Universidad de Navarra) está desde hace 14 años en la UAI. Cuando se supo a inicios de febrero la sorpresiva renuncia del anterior rector, Harald Beyer, su nombre empezó a sonar de inmediato.

Entre las razones que se daban, había dos principales: que había hecho florecer la facultad considerada el alma de la universidad, y su buena relación con la junta directiva del plantel. Como sea, él dice que el nombramiento lo sorprendió. No era algo que estuviera planificado en su ruta. 
 

“La gente no lo cree, pero me tomó de sorpresa y tampoco es que me haya estado preparando para el cargo. Ser decano te permite mucha libertad, diriges una facultad y convives con un montón de cosas que me gustan, desde tuitear hasta participar activamente del debate público. Por lo tanto, nunca veía la rectoría como el camino al cual quería llegar: significa gran cantidad de trabajo administrativo y muchas cosas menos glamorosas de lo que la gente se imagina”, explica.

“Cuando me lo plantearon, obviamente lo tomé con mucho entusiasmo. Implica dejar de hacer cosas, pero tampoco es que me estoy sacrificando, sino al revés: es un desafío muy grande, me entusiasma y si pensaron que yo era la persona, encantado de aceptar y empujar el carro hacia adelante”.
 

- ¿Pidió consejos para armarse como rector?, ¿a Harald Beyer, por ejemplo?

- Soy amigo de Beyer y soy amigo también de Andrés Benítez (rector UAI entre 2000 y 2018). Conversé con ambos, obviamente. Los dos fueron mis jefes aquí. Son el antónimo en sus virtudes y en sus defectos, pero ambos contribuyeron decididamente a la universidad. 
 

- Beyer o Benítez: ¿cuál estilo de rector es más cercano al suyo?

- Yo no tengo un estilo predefinido, pero podría rescatar lo mejor de esos dos mundos. La mística que le imprimió Andrés, la osadía, tomar riesgos. Pero al mismo tiempo, el espesor académico que le imprimió Harald. Rescatar lo mejor de cada uno es lo que voy a tratar de hacer.
 

- ¿Pero cuál será su sello propio?

- Los estilos se ven al final del camino, así como Edipo Rey al final de su vida dice si fue feliz o no. En cinco años más, cuando termine el periodo, se podría decir mi estilo. Ahora, yo tengo ciertas características propias: me gusta avanzar rápido, entusiasmar a la gente, recolectar buenas ideas, llevarlas a cabo. Siempre asumiendo que estos son proyectos colectivos, que requieren una conversación política, en el sentido propio de la palabra, y no despótica.

- ¿La junta directiva le dio algún mandato específico?

- Continuidad en lo que hemos hecho. Esta es una universidad joven que ha sido muy osada, que ha llegado muy lejos, que abrió este campus en Peñalolén de 200 hectáreas, que en Viña abrió otro, que tuvo una sede en Miami, que impuso un modelo de artes liberales. La idea de la junta directiva es que sigamos respondiendo a esa historia corta que nos ha permitido avanzar rápido, haciendo cosas distintas.
 

- ¿Le pidieron énfasis en algunos temas?

- No. Yo les presenté un documento con las ideas centrales que tenía, y sobre eso hubo un gran voto de confianza. Estamos frente a un cambio de época donde no sabemos cómo van a ser las profesiones ni la universidad en el futuro. Por eso, una de las cosas centrales es tener capacidad de cambiar rápido, de estar muy alerta, de ser vanguardistas, flexibles. Pero al mismo tiempo tener presente que la universidad mantiene una cosa que, en el fondo, es la reminiscencia de la Academia de Platón: juntar jóvenes con capacidades y prepararlos para devolverlos después a la polis para que puedan hacer de Atenas, en ese caso, una mejor Atenas. Esa es la esencia, esa es la base.

- Se comenta que usted es muy cercano a Pedro Ibáñez, presidente de la junta directiva.

- En Twitter hay gente que me quiere, supongo, y otros que no. Han dicho que cualquiera llega a rector estando casado con la hija de Pedro Ibáñez. Quiero decir que eso es falso, no estoy casado con su hija. Yo tengo gran admiración por lo que ha hecho Pedro Ibáñez, que ha dedicado parte importante de su vida a esto. Pero no soy cercano en el sentido de una amistad. En estos 14 años que he trabajado con él he tenido un gran apoyo, es una persona muy abierta y al mismo tiempo muy libre.

El columnista

Antes de convertirse en rector, Francisco Covarrubias era un columnista activo y multiplataforma: estaba en Tolerancia Cero, en Tele 13 Radio y en El Mercurio. Sólo se quedó con este último, donde escribe con frecuencia quincenal.

“Me quedé con eso, porque es más compatible: una columna en el diario te permite pensarla un poco más, filtrar un poco más. Lo otro (TV y radio) es espontáneo y es más riesgo; además de que te fuerza a un horario determinado”, explica. 
 

- ¿Tuvo que conversarlo con la junta directiva?

- No. Fue decisión mía. 


- Firma esas columnas con nombre, sin cargo. Pero las escribe siendo rector de la UAI. ¿Esa situación le quita libertad, le impone un cuidado mayor?

- Mira, es muy poco habitual en el mundo que los rectores sean columnistas. Carlos Peña es una anomalía en el mundo. ¿Le genera costos a la universidad? Como es difícil distinguir al rector de la persona, de alguna manera puede afectar. 

- ¿Y en su caso?

- Yo quiero mantener mi libertad y mi independencia, y que la gente distinga que cuando escribo una columna lo hago en calidad de persona y no de rector. Pero contestando a tu pregunta, sí requiere un cierto cuidado. Yo pretendo seguir siendo el columnista que siempre he sido. Prefiero dejar de ser columnista a empezar a escribir columnas descafeinadas y deslavadas; me sentiría incómodo así.

Covarrubias defiende la libertad para escribir sus columnas, pegando a quien corresponda. Sin importar de qué orilla política se trate. Siempre con una dosis de provocación.

“Muchos me encasillan en una posición política, pero siempre me ha gustado ser libre para criticar. Yo me definiría como un liberal de centro. Entiendo que mucha gente puede decir ‘éste es un facho’, pero yo me defino como te decía. He buscado ser un columnista no militante, razón por la cual en el gobierno de Piñera yo sé que en algún momento dijeron ‘oye, ¿con qué columnista contamos?’, y alguien dijo ‘con Covarrubias no, porque ese tira para cualquier lado’”, señala.

“Obviamente tengo mayor afinidad con el gobierno de Piñera que con el de Boric, pero no estoy en la militancia; ésa fue la razón por la cual en el último plebiscito constitucional voté nulo, y lo mismo hice entre Kast y Boric”.

- En diciembre, molesto con una columna suya, el Presidente Boric lo llamó “columnista menor”. ¿Qué sintió?

- Lo peor para un columnista es que nadie hable de él, como pasa mucho. Esa es una primera cosa. Lo segundo es que lo sentí injusto, porque lo que yo estaba diciendo (en su columna titulada Día Horribilis) es que una remodelación menor de una plaza en Renca no ameritaba que los matinales estuvieran en directo, como pretendía el Presidente. Ahora, uno pone recursos literarios y yo ironicé hablando de “un balancín y tres petunias”. Eso le molestó. Yo lo encontré injusto, pero tampoco hice de eso un gran tema. Son gajes del oficio de columnista.
 

- ¿Cero rencor?

- Cero.

La diversidad

El rector Covarrubias sabe que tiene desafíos importantes. Ineludibles, como la relación de la enseñanza universitaria con la Inteligencia Artificial. O delicados, como la salud mental de los estudiantes, que se ha discutido con más fuerza luego del caso de Catalina Cayazaya -alumna de la Universidad de los Andes que en abril se suicidó por maltratos recibidos durante una pasantía- y que alerta respecto al límite entre la exigencia y el daño. Pero hay más temas.
 

- Para la UAI, además de excelencia académica e investigación, es importante la diversidad. ¿Cómo piensa reforzarla?

- La diversidad no sólo es algo que valoro, sino que es algo por lo cual me interesa estar acá y no en otro lado. Uno de los aspectos centrales de diversidad que tiene esta universidad es que tiene un cuerpo de profesores completamente plural y donde la tolerancia de ese espíritu central del liberalismo forma parte muy clara de ella. Acá no hay temas vetados como en otras universidades, acá convive gente de izquierda, de derecha, liberales, conservadores.
 

- ¿Y respecto de los estudiantes?

- También queremos presentarles -y es parte del programa de artes liberales- esa diversidad, enfrentarlos a distintos autores. En la medida que leo a Rousseau y me choca lo que dice de las mujeres, es una forma de generar un pensamiento amplio. Leamos a Smith y leamos a Marx, enfrentémonos a eso.

"Ahora, si me preguntas de la diversidad socioeconómica -señala-, también nos interesa. No entramos en la gratuidad porque nunca la consideramos una buena fórmula, pero eso no implica que no se considere esa diversidad. Por eso hoy la universidad tiene apoyos para estudiantes que no pueden pagarla. Y mi interés muy central es poder ampliar esos apoyos. Esa diversidad de poder verse enfrentados a posiciones distintas, a historias distintas, es muy formativa y es muy central. Dicho de otra forma, no queremos ser una universidad zorrona".
 

- Hay carreras donde esa tarea parece más difícil, ¿no?

- Sí. Hay carreras que tienen un sesgo socioeconómico y una de ellas es ingeniería comercial, que yo mismo estudié. La composición social de los estudiantes de esta carrera en esta universidad y en otras es parecida. Lo que pasa es que aquí son tantos, que marca mucho un estereotipo. Pero nosotros no queremos ingenieros comerciales zorrones. ¿Qué significa que no sean zorrones? que tengan una preocupación pública y, al mismo tiempo, una formación amplia. El programa de artes liberales es lo contrario a lo que entendemos con la caricatura zorrona. Leer a Platón, a Marx, a Smith. Leer literatura, discutir de filosofía, de ética, apreciar obras de arte, es lo más distinto a estar preocupado, digamos, de la piscola y del asado. Queremos formar estudiantes sofisticados, con plasticidad intelectual, con discernimiento ético. Yo sé que esa caricatura existe y tenemos que hacernos cargo de ella, pero me gustaría sacudirnos lo más posible de aquello.

- Otro tema que le importa es una universidad activa en el debate público, conectada con el medio. ¿Hay planes para incentivarlo?

- Ocurre muchas veces que hay profesores muy metidos en sus papers y nosotros tenemos que lograr que, manteniéndose en ello, tengan una visión del debate público. Hace unos años había un profesor experto en pensiones y cuando salió la reforma de pensiones yo fui altiro a su oficina a preguntarle qué opinaba: me dijo “no tengo idea, no he leído el diario hace seis meses, porque estoy haciendo un paper sobre las pensiones escandinavas”. Eso es lo que no puede pasar, tenemos que equilibrar ese punto. Sin embargo, creo que la universidad ha tenido una participación bastante activa en el debate público. 
 

- Pero le gustaría que fuera más…

- Estamos en un plan de potenciamiento muy fuerte de la Escuela de Gobierno, a cargo de María José Naudon, quien ha trabajado muy de la mano conmigo. Queremos potenciar ese espacio como un gran articulador, un gran impulsor de esa participación. 
 

Boric, la oposición, los empresarios
- Que un columnista ponga en pausa el oficio, no significa que deje de mirar críticamente al país. ¿Cómo ve al Gobierno y al Presidente?
- El Gobierno fue elegido en un momento muy particular, que fue esta catarsis/borrachera que ocurrió en el país con el estallido y el post estallido. Pero la gente cambió rápidamente. Voltaire decía: “Conozco al pueblo, cambia en un día”. Y acá cambió completamente. Los mismos que estaban en la Plaza Dignidad hoy están pidiendo mano dura.
Entonces tenemos un Gobierno que es como si tú estuvieras en un teatro y pidieras que vengan a tocar rock, pero cuando llegan los rockeros les pides que toquen Brahms o Mozart. El Gobierno está tocando una música que no sabe ni le gusta tocar. Lo hacen por pragmatismo, porque es lo que quiere la gente. Pero no es lo que los define, ni a lo que dedicaron la vida.

“Por ejemplo Boric hablando de crecimiento y de seguridad, cuando nunca habló de eso -agrega-. Como siguiendo el dicho español: ‘donde dijo digo, ahora dice Diego’. Muchos de los planteamientos que hicieron, ahora se dan cuenta que son imposibles de hacer. En todo caso, creo que Boric es una persona honesta e inteligente y es un liderazgo que no va a morir acá”.

- ¿A qué se refiere?
- Él podría, como lo muestra Vargas Llosa en "La guerra del fin del mundo", haberse enclaustrado en la montaña, siguiendo sus principios y tratando de considerar enemigos a todos. Pero él trató de abrirse. El punto es el liderazgo hacia el futuro. La pregunta es: si a la vuelta del viento hacia el otro lado va a volver a ser el antiguo Boric o si aprendió la lección y puede liderar una cierta izquierda que hoy en Latinoamérica no está existiendo. Boric tiene esa oportunidad, pero la pregunta es dónde se quiere instalar. Hay muchos Boric dentro de él, ¿cuál ganará esa batalla?

- ¿Cómo evalúa a la oposición?
- Hay dos grandes grupos. Uno es lo que fue el mundo Chile Vamos antiguo, que está en un cierto buen pie, porque hay un liderazgo muy potente en Evelyn Matthei y se ha reforzado en el centro con Amarillos y Demócratas. Pero por otra parte tenemos la oposición del mundo republicano. Veo ahí peligro de autoritarismo, fanatismo y todos los ismos juntos.

- Que puede abollar al primer grupo, ¿no?
- Absolutamente. Tiene una cosa identitaria también ese mundo. Entonces el gran desafío para Evelyn Matthei, probable próxima Presidenta de Chile, es cómo convive con ellos.

- El empresariado ha tenido distancias y acercamientos con el Presidente. ¿Cómo ha sido su desempeño?
- Mi libertad de columnista me ha significado pelearme con todos los gremios empresariales, porque siempre he considerado que los empresarios debieran abstraerse del debate público. Tuvimos un presidente de la CPC que opinaba con quién debía validarse la Democracia Cristiana, ¿qué tiene que meterse ahí? En eso me remonto a Smith que dice “desconfiemos siempre de la propuesta del mundo empresarial”, siendo él un adalid de la importancia del empresariado. Los empresarios son fundamentales, pero tienen que ser agnósticos, asexuados y descafeinados. Pueden levantar ámbitos que son propios de su mundo, pero no son actores del debate público permanente, del debate político partidista.

- ¿Ve a un empresariado metiéndose en ese territorio?
- Parcialmente. Hemos visto algunos casos en que sí, y otros que no. Pero veo una pulsión de algunos dirigentes empresariales por ser actores políticos, y no me parece que sea lo adecuado.

Publicidad