Todo comenzó en un mercado de pescados y mariscos en la ciudad de Wuhan China. El 31 de diciembre de 2019 la OMS fue notificada de un brote respiratorio agudo en un grupo de 41 personas. Una de ellas había fallecido. 

El mercado se cerró, pero siguieron apareciendo casos. El 7 de enero el virus fue aislado, al descartarse que se tratara de gripe aviar, síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS).

El resto es historia conocida: conocimos que su nombre era Sars-COv-2 o COVID-19. O simplemente coronavirus. Y que los signos y síntomas clínicos notificados eran principalmente fiebre y, en algunos casos, disnea e infiltrados neumónicos invasivos en ambos pulmones observables en las radiografías de tórax. 

También supimos que el turismo jugaría un rol clave en su propagación.  El 13 de enero se confirma el primer caso en Tailandia -el primero fuera de China- y tres días después llega a Japón. Y que al 12 de enero de 2020 la OMS no recomendaba acciones específicas para las personas que realizaran viajes. Sin embargo, se les aconsejaba acudir a un centro de salud en caso de presentar síntomas respiratorios durante o después del viaje. A la luz de los hechos, nada de esto fue suficiente. 

A la fecha se registran más de 22 millones de casos y 777 mil fallecidos en todo el mundo. La mascarilla se ha vuelto parte de nuestra indumentaria y acudir a eventos masivos parece algo de otra vida. 

A casi ocho meses de la llegada de la pandemia del coronavirus, esta es la primera parte de una revisión de lo que sabíamos del virus y todo lo que ha cambiado. 

¿Cómo nos contagiamos de coronavirus?

Esta ha sido una de las principales interrogantes que ha ocupado el trabajo de expertos en todo el mundo. Y es que aún no se logra resolver con completa certeza qué se necesita para que una persona se infecte y otra no estando en las mismas condiciones. 

Sin embargo, hay factores que incidirían en la mayor probabilidad de contagio. Uno de ellos, romper el distanciamiento físico o social.

Aunque en primer momento se recomendaba mantener un metro de separación, en la actualidad se aconsejan al menos 1,8 metros. 

¿Por qué es necesaria la distancia?

Porque cuando hablamos o respiramos producimos partículas respiratorias de diversos tamaños que viajan por el aire y que tienen el potencial de infectar a quienes están cerca. Especialmente, si acercamos nuestras bocas, narices y ojo (muestra de ello es que los mayores índices de contagio dentro de un hogar se dan entre las parejas, más que, por ejemplo, padre a hijo). 

Aunque la evidencia apunta a que las partículas tienden a caer a la superficie rápidamente, pueden mantenerse en el aire y viajar a través de las corrientes generadas en espacios cerrados producto del aire acondicionado y/o la mala ventilación.

En relación a esto, se comenzó a hablar de contacto estrecho. En la actualidad, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU (CDC) define una exposición prolongada como aquella de 15 minutos o más de contacto sin protección (mascarilla) con otra persona que se encuentra a menos de 1,8 metros. Esto, sin embargo, requeriría menos tiempo en caso que una de las personas estornudara o tuviera un contacto íntimo.

¿Hay lugares donde sea más probable contagiarse? Sí

Compartir espacio en iglesias, gimnasios, conciertos, bodas o cumpleaños serían los eventos más riesgosos para adquirir el virus, por mayor confinamiento y emisión de partículas (imagínate cantar el cumpleaños feliz con cinco o más personas alrededor de una torta y que el festejado sople con fuerza para apagar las velas, justo frente a tu rostro). 

Son estos lugares donde una persona con coronavirus se puede transformar en un "supertransmisor", de acuerdo a un estudio liderado por la epidemióloga estadounidense Lea Hammer. O sea, una persona infectada que, debido a su presencia en un determinado recinto, aumentará su capacidad de transmitir la pandemia de forma exponencial, señala un artículo de The Wall Street Journal que aborda la nueva evidencia sobre la pandemia. 

En tanto, un estudio de la revista Emerging Infectious Diseases citado en el mismo medio analizó un total de 61 clusters o brotes de contagios en Japón entre el 15 de enero y el 4 de abril. ¿La principal semejanza? Se trataba de personas que habían estado en lugares de esparcimiento, donde se respira de manera frecuente y cercana, tales como karaokes, pubs, bares y gimnasios.  

Aunque salir de casa sería, en general, seguro -considerando que las particular virales se diluirían rápidamente- un estudio de Virginia Tech señala que todo esto no aplicaría cuando las personas se encuentran cerca, y rompen la distancia social.  De hecho, la posibilidad de contagio dentro del hogar varía entre un 4.6% a un 19.3%, de acuerdo a varios estudios. Sin embargo, la probabilidad de contagio es mucho más alto entre las parejas (27.8%) que respecto de otros miembros de la familia, donde se sitúa en un 17.3%.

Si bien el virus no se transmite tan fácil como el sarampión o la tuberculosis, basta con que se den las condiciones propicias -ruptura del distanciamiento, falta de protección o espacios cerrados o mal ventilados- para que la probabilidad de contagio aumente de manera exponencial.

Las mascarillas: de reservadas al personal médico a uso común

Fue en medio del avance del coronavirus en China que las autoridades declararon el uso obligatorio de mascarillas. Como efecto de esta medida comenzó en todo un mundo una mayor demanda de estos insumos. 

Chile no fue la excepción y a inicios de febrero las principales cadenas de farmacias reportaron falta de stock. "No hay mascarillas" era el cartel que más se repetía en las sucursales. En ese entonces, el gobierno hizo un llamado a no comprar mascarillas, las que estaban destinadas al personal médico.

Hasta ese entonces se creía que era suficiente con el lavado de manos, cubrir la boca con el codo al estornudar y evitar contacto con personas con enfermedades respiratorias.

Esta era una gráfica del Minsal donde la mascarilla no figuraba en las medidas de prevención. Sin embargo, todo cambiaría después de algunas semanas.

Ya en marzo -tras la confirmación de los primeros casos en el país- se instruía el uso de mascarilla para personas con síntomas o para quienes estuvieran a cargo del cuidado de contagiados. 

Y el 14 de marzo se comenzó a exigir su uso en el metro y en abril se actualizó el protocolo sanitario para exigir su uso en espacios públicos, como los supermercados. E incluso el Minsal publicó un instructivo para fabricar mascarillas caseras con una polera. 

¿Qué tan eficaces son las mascarillas caseras? Es una pregunta que ha inspirado diversos estudios. En lo que hay consenso es que si bien hay telas que son más eficaces que otras, peor sería no usar nada. 

Un estudio de científicos estadounidenses publicado a fines de abril concluyó que las mascarillas caseras tendrían mejor rendimiento cuando están hechas de múltiples capas de telas mezcladas entre sí, como algodón-seda, algodón-franela o algodón-gasa.

¿Por qué? Según los investigadores, esta superposición de telas genera un efecto combinado de filtración mecánica y electrostática, lo que provoca un mayor potencial para proteger a las personas de las partículas de aerosol del tamaño del coronavirus y también contra los gérmenes.

A inicios de junio la OMS publicó un instructivo que ahonda en este tema, destacando la efectividad de mezclar telas como el TNT (la de la mayoría de las bolsas de género de supermercado), el poliéster y el algodón. Y se instó a los gobiernos a fomentar el uso de la mascarilla en lugares públicos. Con todo, el organismo fue enfático en que la mascarilla debía ser parte de una estrategia conjunta, y que no reemplazaba la efectividad del distanciamiento social y el lavado frecuente y correcto de manos. 

Una conclusión que fue reforzada por un estudio de investigadores australianos publicado en la revista Thorax, el que señala que las mascarillas quirúrgicas de tres capas hechas de material no tejido reducen considerablemente las partículas dispersadas al momento de hablar, toser o bostezar, consigna el WSJ. que las mascarillas caseras deben contar con al menos tres capas, de telas distintas. 

Otro estudio de la universidad de Duke publicado la semana pasada en la revista Science Advances midió la eficacia de las mascarillas, prestando especial atención a las fórmulas low-cost o caseras.

De acuerdo a los investigadores, luego de la mascarilla N95 (que es la que utilizan el personal de salud) le sigue la mascarilla quirúrgica de tres capas y la mascarilla hecha de una combinación de algodón y polipropileno.

Y una mascarilla de dos capas de algodón será más eficaz que una que tenga solo una capa, o una mascarilla tejida. Con todo, cualquiera de estas opciones será más segura que una bandana o no utilizar ninguna protección, aseguran en el estudio, que contó la cantidad de partículas emitidas cuando una persona habla utilizando alguna de estas barreras. 

El estudio, además contrastó la efectividad de la mascarilla clásica (que cubre nariz y boca) respecto de las bandanas que cubren rostro y cuello. El resultado: estas últimas transportan más partículas resultando incluso menos protectoras que no usar ninguna barrera. 

En cuanto a los escudos faciales, la CDC es categórica en que estas no deben reemplazar la mascarilla, sino que servir de complemento, especialmente para la protección de los ojos. 

En relación a este tema, el director de la CDC de EE.UU publicó una columna a mediados de julio en la revista de la American Medical Association, en la que aborda cómo el uso de mascarillas ayuda a reducir las transmisiones, en especial considerando la "amplia evidencia" de transmisión del virus por parte de casos asintomáticos (la transmisión por parte de pacientes asintomáticos será abordada en detalle en la segunda parte de esta cobertura)

Incluso, asegura que la pandemia podría ser puesta bajo control en los próximos dos meses "si todos comenzáramos a usar mascarilla, aquí y ahora". 

Para el jefe de la urgencia de la Clínica UC San Carlos de Apoquindo, Felipe Maluenda, las mascarillas "llegaron para quedarse, por lo menos un buen tiempo".

"Es importante saber que si uno va a estar en lugares donde va a haber quiebre de la distancia social o vamos a estar bien al límite, lo ideal es tener la mascarilla no solo para no contagiarnos nosotros sino que para el caso de que estuviéramos contagiosos no exponer a riesgo", explica. 

El urgenciólogo agrega que el uso de mascarilla "es una medida segura y que no tiene ningún riesgo para el usuario, y ya no hay quiere de stock. Pero es importante destacar que no solo la mascarilla es importante: la manipulación de la misma, el uso de alcohol gel, lavado de manos, la distancia social también son vitales".

En tanto, el internista y experto en salud  pública Juan Carlos Said dice que no se deben sacar "conclusiones demasiado definitivas", dado que se trata de estudios recientes.

"La evidencia actual dice que el uso masivo de mascarillas tendría un impacto pequeño pero significativo en reducir los contagios y que este beneficio existiría incluso si usas mascarillas artesanales, pero te diría que falta evidencia de eso, ya que podría ser que más adelante tengamos mas antecedentes y sepamos que ciertas mascarillas de cierto tipo sirven más que otras", señala.

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