En el centro de Regina, en la provincia canadiense de Saskatchewan, las temperaturas pueden alcanzar los 40 grados bajo cero.
Es un clima extremo en todos los sentidos: en el verano, las condiciones de sequía pueden persistir durante meses.
Y sin embargo, en muchos lugares aquí se producen dulces y bebidas en base a una fruta que soporta duras condiciones.
"Es una variedad de fruta que nos caracteriza en Saskatchewan. La cultivan en todas partes por aquí", me dice una mujer que me atiende en un café.
Les llaman cerezas de la pradera y son originarias de climas templados, pero se han adaptado al tiempo variable de esta provincia de Canadá.
Crecen en unos arbustos cortos y robustos, sus flores ornamentales y hojas brillantes producen una fruta de color rojo oscuro que madura desde finales de julio hasta principios de agosto.
Son más amargas que las cerezas tradicionales y se pueden comer directamente del árbol, sin ser procesadas.
Las cerezas de la pradera
¿Por qué son tan populares aquí? Una razón se le puede atribuir a las comunidades de inmigrantes de la región que comúnmente los incorporaron a sus dietas, explica Bob Bors, un experto en botánica de la Universidad de Saskatchewan.
"Las personas a quienes más les gustan son a las que vienen de Europa del Este y se establecieron aquí. Están encantados de tener una guinda local", comenta.
Bors lidera el Programa de Frutas de la universidad, que se ha dedicado durante los últimos 90 años a cultivar una variedad de plantas resistentes a los climas fríos.
Si bien su trabajo se centra principalmente en cultivos que pueden comercializarse, la universidad también se ha dedicado en las últimas dos décadas a comercializar estas frutas agrias y picantes para ayudar a distinguirlas de otras variedades.
"Mucha gente no entiende lo que es una cereza amarga. En mis primeros años promoviéndolo aquí, tuve que llevar nuestras cerezas a los lugares antes de que intentaran cultivarlas porque no creían que fuera posible", comenta.
Sin embargo, en los últimos años, estas cerezas se han vuelto casi omnipresentes en los menús de toda la provincia debido a su alto contenido de azúcar, poderosos antioxidantes y durabilidad.
A diferencia de otras variedades, estas cerezas mantienen su intenso sabor y color incluso cuando se cocinan a altas temperaturas.
Los lugareños se regodean con sus propiedades medicinales, que se dice que ayudan a tratar dolencias como la inflamación.
Los chefs y panaderos regionales los incluyen en todo, desde galletas hasta pasteles y helados, mientras que los huertos y restaurantes combinan su jugo con el vino, la cerveza e incluso el whisky.
Hoy en día, una aglomeración de nuevos granjeros comerciales puede cultivar en abundancia las guindas enanas, pero es la legendaria historia de cómo llegaron aquí lo que las ha convertido en un mito local.
La llegada
A partir de finales de los 60, los profesores y técnicos de planta de la universidad comenzaron a cultivar plantas de guindas enanas a partir de las plántulas que habían recolectado en el Jardín Botánico de Siberia en Rusia.
Aunque estas plantas lucharon por sobrevivir todo un invierno en Saskatchewan, el programa, dirigido en ese momento por Stewart Nelson, no las cruzó con otras variedades resistentes, asumiendo que nunca sobrevivirían al frío extremo en esta parte del mundo.
Pero un empleado del gobierno federal local llamado Les Kerr había estado trabajando en privado desde la década de 1940 para mejorar la calidad de las guindas.
Como productor solitario, estaba haciendo un trabajo que nadie más pensó que se podía hacer.
Horticultor de toda la vida, Kerr había desarrollado un gran interés en la siembra de nuevas frutas, especialmente aquellas que necesitaban mejoras para sobrevivir al clima frío.
Experimentó (con diversos grados de éxito) con una multitud de plantas, como manzanas, avellanas y melocotones e, incluso, incursionó en la hibridación de perros y coyotes, un proyecto que no llegó muy lejos.
"Probablemente lo hizo por curiosidad. Tal vez esa es la clave de la mente humana y solo lo hizo porque tenía curiosidad", añade Bors.
A pesar de que los intentos iniciales de Kerr probaron ser inútiles, continuó cruzando sus selecciones más resistentes con otras variedades, incluidas algunas que se cree adquirió en Siberia.
"Sus primeras cruces no resultaron en una calidad que fuera tan buena. Pero hizo ese primer paso muy importante ", explica Sawatzky.
Durante varias generaciones, sus plantas mejoraron su calidad comercial.
Mientras tanto, solo un puñado de sus amigos más cercanos conocía sus proyectos de mejoramiento de frutas, pero eventualmente Kerr no tuvo más remedio que compartir su éxito.
La nueva fruta
En 1983, cuando estaba a punto de morir, invitó a varias personas al hospital donde se encontraba para proporcionarles detalles de dónde podían encontrar su trabajo.
Kerr prácticamente no había registrado nada y solo él sabía dónde se habían dispersado y ocultado varios cientos de plantas entre dos granjas en la provincia.
"Pudo haber tenido alguno en otros lugares, pero nunca supimos", comenta Sawatzky, que ayudó a localizar los árboles.
Antes de este descubrimiento, la universidad ya no continuaba su propio programa de mejoramiento de cerezas.
Pero con el legado de Kerr, junto con una donación financiera adicional para la investigación, los estudiantes pudieron continuar donde el investigador lo dejó.
Y son esas las plantas que no solo viven hasta el día de hoy, sino que continúan inspirando a nuevos productores, algunos de los cuales han construido empresas enteras a su alrededor.