La Pequeña Habana, en Miami, es uno de los barrios más conocidos de Estados Unidos. Pero es también uno de los más amenazados.
Este distrito urbano, considerado el corazón cubano en el sur de Florida, recibe cada año cientos de miles de turistas, que se mezclan con viejitos anticastristas jugando dominó e inmigrantes recientes de América Central paseándose por su emblemática Calle Ocho.
Pero según el National Trust for Historic Preservation (El Fondo Nacional para la Preservación Histórica), la principal entidad de conservación urbanística de Estados Unidos, la Pequeña Habana es uno de los once sitios históricos más amenazados del país.
Paradójicamente, su éxito es el que lo puede llevar a su desaparición. Pues muchos pudientes quieren vivir ahí, por lo que enfrenta una avalancha de desarrollo inmobiliario que arrasaría, literalmente, hasta con el nombre del barrio.
Según dicen los medios locales, algunos promotores inmobiliarios sueñan con cambiarle el nombre de Pequeña Habana por el de Brickell Occidental, haciendo referencia a un importante centro financiero contiguo caracterizado por enormes y lujosos edificios de apartamentos.
Apenas una avenida, la autopista interestatal 95, supera a un barrio del otro.
Y algunos temen que Brickell, con sus viviendas de lujo, se trague entero a la Pequeña Habana, más aún si el gobierno local aprueba un cambio en las restricciones urbanísticas de la zona, para permitir edificios de más altura.
Pero muchos activistas del barrio aseguran que no permitirán que ocurra.
Lo de moda
Marta Zayas, una maestra de escuela de ancestro cubano, es la fundadora de "Los Amigos de la Pequeña Habana" y la asociación de vecinos de la Pequeña Habana.
"El barrio siempre ha sido popular con los turistas, pero esta industria convivía sin muchos problemas con los habitantes locales", le dice Zayas a BBC Mundo.
Pero ahora hay jugadores más grandes detrás de un barrio situado a poca distancia del centro financiero de la ciudad.
"Ahora quieren transformar a la Pequeña Habana en algo que realmente no es. Eso destruiría lo que a la gente le gusta del barrio: su autenticidad", asegura.
"Es un barrio de verdad, un barrio vibrante. Ahora quieren volverlo algo de moda".
La activista teme que los habitantes del barrio, varias generaciones de inmigrantes cubanos y de otros países, generalmente de bajos ingresos, sean desplazados por la construcción de nuevos edificios, en caso de que estas construcciones sean permitidas.
Y Zayas asegura que sería un muy mal negocio para Miami. "La marca de autenticidad y el atractivo turístico de esta zona se pierde si se vuelve un vecindario de edificios iguales a los que se ven en cualquier otra parte del país".
Y en efecto, como le dirá cualquier habitante de Miami, muchos de los que hoy hacen el peregrinaje a la Pequeña Habana a tomar un "cafecito" con sándwich cubano podrían dudarlo si todo lo que encuentran es un "Starbucks" igual al que se pueda encontrar enChicago o en Yakarta.
Un fenómeno nacional
La situación de la Pequeña Habana se replica en muchos otros barrios emblemáticos del país.
En la misma Miami, la Pequeña Haití, otro barrio étnico de inmigrantes del empobrecido país caribeño, está siendo transformado por la llegada de restaurantes caros y boutiques de moda, que se dan casi en simultáneo con el éxodo de haitianos que ya no pueden pagar el costo de vivir en su barrio.
Los barrios de inmigrantes son una de las atracciones más distintivas de las grandes ciudades estadounidenses.
Desde el barrio chino de San Francisco hasta "La Pequeña Rusia" de Nueva York, siempre han sido sitios que ofrecen, por supuesto, refugio, empleo y vivienda barata a los inmigrantes de esas etnias.
Pero también contribuyen a la variedad cultural de esas metrópolis, ofreciendo a sus residentes una experiencia exótica de comida, música y gente foránea.
Por décadas, era una situación que parecía estable. Los estadounidenses de clase media preferían irse a vivir a los barrios retirados del centro. Y dejaban el corazón de las ciudades a los grupos inmigrantes que llegaban a colonizar esas zonas baratas y bien ubicadas.
Pero en la última década la situación ha cambiado. Tanto los jóvenes "millenials", profesionales solteros de altos ingresos, como los pensionados acomodados que ya no viven con sus hijos, han regresado al centro de sus ciudades, atraídos precisamente por esa oferta cultural.
Por lo que el mercado ha respondido construyendo edificios de lujo con ese grupo de gente en mente.
Con una situación adicional en ciudades como Miami o Nueva York, que atraen también a miles de inversionistas extranjeros, todos detrás de comprar una residencia en una torre cercana al centro de la ciudad.
Lo que ha puesto contra la pared a los barrios étnicos de extranjeros que ahora frecuentemente tienen que irse a vivir a barrios dormitorio mucho más lejanos del centro.
¿Proceso inevitable?
¿Es inevitable la desaparición de la Pequeña Habana?
El gobierno de la ciudad de Miami ha dicho que busca maneras de conciliar las necesidades del desarrollo con la protección de la herencia cultural de la ciudad, y con los intereses de los habitantes más pobres de la zona.
También es cierto, argumentan otros, que las ciudades están en constante evolución.
El cambio es su condición natural. Recuerdan que antes que la Pequeña Habana fuera la Pequeña Habana, a mediados del siglo 20, ese barrio era conocido por ser el hogar de la comunidad judía de Miami.
Nadie sabe cuál será el siguiente paso en la transformación de esta comunidad. Por el momento, siguen llegando los autobuses llenos de turistas a escuchar un son, fumarse un puro o tomarse un mojito en este reducto de cubanía en medio de la urbe estadounidense.