El papa Francisco se dirigió el lunes a las afueras de Ulán Bator para inaugurar un hogar y clínica para personas en indigencia, en el último día de su viaje a Mongolia.
La visita a la "Casa de Misericordia", que también acogerá a sobrevivientes de violencia doméstica y sus hijos en una zona pobre de la capital, refleja la inclinación del pontífice argentino de 86 años por acercarse a los pobladores de las periferias.
También marca el fin de los dos días del Papa Francisco en el céntrico país asiático, dominados por sus esfuerzos por tender la mano a China.
Tras una misa el domingo, el religioso se dirigió directamente a los católicos en China, algunos de los cuales estaban entre el público, para pedirles "que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos", buscando aliviar tensiones con Pekín.
Grupos de católicos chinos viajaron a Mongolia, cuya constitución garantiza la libertad religiosa, para ver de cerca al papa, y muchos dijeron a las autoridades que iban por "turismo".
Francisco envió un "caluroso saludo al noble pueblo chino".
Fue el segundo aparente gesto al Partido Comunista Chino en dos días, luego de que el sábado dijo a un grupo de misioneros que los gobiernos no tienen "nada que temer" de la Iglesia católica.
Peregrinos de China para ver al Papa Francisco
El gobierno chino, oficialmente ateo, desconfía de la Iglesia católica en su territorio y ejerce un control estricto sobre todas las instituciones religiosas reconocidas.
Una mujer china de la ciudad noroccidental de Xi'an, quien participó en la misa, contó a la AFP las dificultades que enfrentó en el peregrinaje, en el que dos organizadores del viaje fueron detenidos en China.
"Déjeme decirle, siento tanta vergüenza de llevar la bandera nacional" de China, expresó. "Pero necesito llevarla y que el papa sepa lo difícil que es para nosotros".
Otra mujer de la provincia china de Hebei dijo a la AFP que se siente "tan bendecida y feliz de poder estar aquí y ver al papa Francisco".
"Tener nuestra propia religión no significa que estemos contra nuestro país", sostuvo
La Santa Sede y Pekín renovaron el año pasado un polémico acuerdo de 2018 que permite a las dos partes incidir en la escogencia de obispos en China.
Críticos han señalado que se trata de una concesión peligrosa a cambio de la presencia de la iglesia en el país.
Mongolia, un exsatélite soviético que se democratizó en 1992, es de mayoría budista y su comunidad católica es diminuta, de solo 1.400 personas entre una población de 3,3 millones.
Cuenta con 25 sacerdotes católicos, solo dos de los cuales son mongoles, y 33 monjas.
Mongolia ha buscado mantener la neutralidad entre sus vecinos expansionistas, Rusia y China, de los que depende para importar energía y exportar carbón, mientras busca acercarse a terceros países, como Estados Unidos y Corea del Sur.