No vale la pena especular sobre si el transitorio cese del fuego acordado en una llamada telefónica entre Barack Obama y Vladimir Putin llegará a ser implementado. Pero, si así es, se deberá en gran medida a John Kerry.
El Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, tiene mucho que mostrar aún en la recta final de lo que podría ser su último puesto importante en una larga carrera política en Washington. En el último año, Kerry ha sido fundamental para concluir con éxito tres importantes operaciones de política exterior del Gobierno de Obama: la histórica restauración de las relaciones diplomáticas con Cuba, el histórico acuerdo con Irán en torno al programa nuclear de Teherán y el acuerdo internacional sobre el cambio climático en París.
Obviamente, ninguna de estas misiones habría sido posible no sólo sin el apoyo de la Casa Blanca, sino sobre todo sin la Casa Blanca deseando explícitamente que se lleven a cabo. Pero querer conseguir estos acuerdos es muy diferente a conseguirlos en realidad. Y el exsenador y casi-presidente John Kerry puede reclamar con absoluta credibilidad los aplausos por haber sellado estos históricos pactos con los que por décadas fueron antagonistas irreconciliables de Washington, Irán y Cuba. Kerry, junto con Obama, jugó también un rol decisivo para llevar a China y otras naciones a la mesa de negociaciones en París.
No a la opción militar
Si se observa el desempeño de Kerry desde que asumió el cargo de jefe de la diplomacia estadounidense −de manos de Hillary Clinton, en 2013−, parece que, para él, la negociación es más que una parte crucial de su profesión: una pasión.
El mejor ejemplo de esta disposición es, sin duda, su empeño en la solución del intratable proceso de paz entre Israel y los palestinos. Kerry, después de tomar posesión y contra el consejo de la mayoría de los expertos, abordó inmediatamente el tema, enfrascándose en una frenética diplomacia itinerante en la región. Su esfuerzo fracasó, justo como todos habían predicho.
Así que, como lo demuestra ese fracaso de la negociación de paz entre Israel y Palestina, la inclinación de Kerry a no aceptar un “no” como respuesta, a no renunciar, no siempre da frutos. Pero Kerry ha sido la mejor opción para un Gobierno que ha elegido –para bien o para mal− que no está dispuesto a usar la fuerza militar masiva para resolver conflictos internacionales. La bien documentada aversión de Obama contra las intervenciones militares en Siria, Libia y otros lugares, ha disminuido −e incluso devaluado− una moneda de cambio importante en la negociación de conflictos con adversarios que no tienen tales escrúpulos.
Negociación sin fin
En este marco, Kerry, por su parte, ha estado incesantemente tratando de hacer todo lo diplomáticamente posible para conseguir un giro en la situación siria. Apenas la semana pasada en Múnich, en una sesión nocturna con su contraparte ruso y el enviado de la ONU, Staffan de Mistura, dio forma a un plan para el cese de las hostilidades en Siria. Y es precisamente ese plan, que aún no ha sido implementado, el que se supone que fue resucitado ahora por una llamada telefónica entre Obama y Putin.
A pesar de los varios temas clave sin resolver, Kerry, siempre optimista, elogió las “disposiciones finales” para el fin de las hostilidades en Siria e instó “a todas las partes a aceptar y cumplir plenamente sus términos”. Así que, no importa si este acuerdo llega a entrar en vigor o no el próximo 27 de febrero, algo está claro desde ya: nadie puede decir que Kerry no trató lo suficiente.