Los diez líderes de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático se reúnen por primera vez en Estados Unidos. Su anfitrión, Barack Obama, enfrentará duras críticas si obvia temas de derechos humanos, opina Miodrag Soric.

La cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) no dominará los titulares. Sin embargo, su relevancia es innegable: el presidente Obama se reúne, en el sur de California, con diez jefes de Estado y de Gobierno asiáticos. A puertas cerradas se discute, por ejemplo, quién controla la navegación comercial en el Mar de China Meridional.

Más de la mitad de los buques comerciales que circulan en todo el mundo cruzan sus aguas, entre ellos, más de 100.000 buques cisterna y cargueros al año. Manzana de la discordia, el Mar de China Meridional Bajo su fondo marino se hallan, además, enormes reservas de petróleo y gas. China reclama su soberanía y actúa en consecuencia. Se rearma, construye hechos.

Al resto de los Estados del litoral les queda observar impotentes las maniobras chinas, o aliarse con Estados Unidos. Es fundamentalmente por eso que los líderes de la ASEAN aceptaron la invitación de Obama a California. Se trata de intereses, de intentar contener las pretensiones chinas. Estados Unidos deja claro que se compromete de forma permanente con una región que está creciendo con fuerza económicamente. El comercio de la ASEAN con Estados Unidos se incrementó en un 55 por ciento desde 2009, y esa tendencia sigue en pie. Pese a la relevancia económica de la región, al presidente Obama no le convendría abrir las puertas de la Casa Blanca a casi ninguno de sus invitados.

Ni al dictador de Camboya, Hun Sen, que gobierna su país con mano dura hace tres décadas. Ni al general tailandés Prayuth Chan-ocha, que derrocó al Gobierno electo democráticamente mediante un golpe de Estado en 2014. Ni al primer ministro malayo, Najib Razak, que persigue a sus opositores. Ni al vicepresidente de Myanmar, Nyan Tun, cómplice de los crímenes cometidos por la dictadura militar en las últimas décadas.

Aún así, Obama coquetea con estos viles ancianos. No en la Casa Blanca, pero sí en Sunnylands, en el sur de California. Allí recibió también al presidente de China, Xi Jinping, en 2013. Ya hay expertos que sospechan una refinada política simbólica estadounidense en estos gestos, según la cual, Obama consideraría las relaciones de su país con los miembros de la ASEAN tan importantes como las que mantiene con China. Los que conocen el juego diplomático deben tenerlo claro: a Obama le encanta jugar golf.

Y justo al lado de la sede de la cumbre hay un magnífico campo de golf, que seguramente el mandatario ha disfrutado a sus anchas antes de la reunión. Derechos humanos al margen Entre otras cosas, eso le ayudará a pensar sobre un tema que, si acaso, se tratará al margen de esta cumbre: el respeto a los derechos humanos, sistemáticamente pisoteados en los Estados de la ASEAN. De ahí que activistas estadounidenses de derechos humanos estén exigiendo un claro compromiso en este sentido a su presidente, a quien han puesto con ello en un apuro. Si Obama no aborda el tema en Sunnyland, tendrá que aceptar reproches por aplicar un doble rasero, exigiendo el respeto a los derechos humanos sobre todo en aquellos países que se cuentan entre sus adversarios políticos −Rusia, Venezuela o Irán−, y dejando el tema fuera de la agenda cuando conviene. Pero quizás el Premio Nobel de la Paz Barack Obama sorprenda a sus invitados, poniendo un precio al apoyo estadounidense: respetar los derechos humanos. 

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