La Conferencia de los Balcanes que se celebró en Viena, donde por cierto no participaron ni Grecia como país de entrada ni Alemania como país de llegada de refugiados, mostró sobre todo una cosa: La Unión Europea ha fracasado en la crisis de los refugiados. Todos los Estados miembros defienden sus intereses y quieren hacer desistir a refugiados e inmigrantes. No existe una “Solución Europea”, como propuso la canciller alemana Angela Merkel en la última cumbre. Y tampoco existirá en la próxima cumbre en la que también participará Turquía. Sería necesario un milagro para que Turquía cierre sus fronteras con Grecia y acepte acoger a todos los refugiados en sus fronteras.

Fin de los puntos en común

Los Estados de la ruta de los Balcanes y Austria no quieren esperar a los dictados que provengan de un cambio político en Berlín. Prefieren actuar. La frontera entre Macedonia y Grecia está únicamente abierta para refugiados de guerra de Siria e Irak. El resto son rechazados. Los Estados de los Balcanes se consideran a sí mismos como zonas de tránsito para los sirios. Y Austria envía a todos a Alemania, salvo a un cupo de 80 solicitantes de asilo para cada día. Siguiendo esta lógica, Austria exige que Alemania ponga un límite para que en las fronteras de los Balcanes también se sepa cuántos pueden pasar.

Entretanto, el gobierno alemán sigue haciendo tiempo y espera. ¿Pero a qué espera? No se puede esperar a la solidaridad europea respecto a la redistribución de los refugiados de Grecia y Turquía. Eso ya quedó claro en varias cumbres. Ahora se trata de que los Estados de la Unión protejan sus propias fronteras. La mayor carga es, sobre todo, para Grecia, país azotado por la crisis y gobernado por radicales de izquierda y derecha que nunca podrá solucionar el problema de los miles de inmigrantes que siguen llegando. La coalición entre Austria y los Balcanes y el resto de la UE se enfrentan a un colapso absoluto de Grecia y una catástrofe para refugiados y migrantes.

Hacer desistir a los inmigrantes

De fondo hay un frío cálculo al que ya apuntó la ministra del Interior austriaca Johanna Mikl-Leitner. Grecia no quiere ni puede parar el flujo de refugiados. Por eso terminará siendo excluida del reglamento fronterizo de la UE. Las nuevas fronteras europeas serán entre Grecia y Macedonia o entre Grecia y Bulgaria. Johanna Mikl-Leitner cree que se necesitan esas duras imágenes de emigrantes perdidos en Grecia para hacerles desistir. Después de un par de semanas, no vendrán ni norteafricanos, ni afganos, ni siquiera iraquís o sirios porque sabrán que ya no pueden llegar al norte de Europa. Es una estrategia simple y al mismo tiempo cínica planteada en Viena.

Por su parte, Grecia amenaza con vetar la entrada de Serbia y Montenegro a la UE, actitud que no fomenta precisamente la mejora de la situación política y aísla aún más a Atenas. La situación es dramática y ahora las víctimas son los inmigrantes y refugiados que acampan en las calles griegas. Están en una trampa, puesto que tampoco se les permitiría volver a Turquía.

Llegarán de cualquier modo

¿Qué pasará? Si la ruta de los Balcanes se cierra, este flujo migratorio buscará otros caminos. ¿De Grecia a Albania y posteriormente a Italia? ¿A través de Libia o Egipto hacia Italia? ¿O por Turquía y Bulgaria? “Definitivamente, cerrar la fronteras no es la solución”, advirtió el director de la Agencia de Protección de las Fronteras Europeas Frontex, a la vez que se mostró convencido de que este año llegarán más de un millón de refugiados pese a los bloqueos en las fronteras y los cupos migratorios.

En Viena, los ministros reunidos decidieron acotar drásticamente la migración, aunque Grecia tenga que ser la víctima. Si no, Europa se rompería, opina Sebastian Kurz, ministro austriaco de Exteriores. Pero el problema es que Europa ya está rota, porque en la política migratoria rige la divisa: todos contra todos.

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