Frágiles embarcaciones desbordadas de gente, náufragos desesperados, cadáveres de niños depositados por la corriente en las playas...
Cuando parece que el mundo está a punto de olvidarlos, impactantes imágenesregresan para recordarnos la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo.
Pero, aunque el éxodo continúa,poco parece quedar ya de la ola de solidaridad alguna vez generada por visiones e historias como la del pequeño Alan.
Ahmed ben Tahar Galai, sin embargo, está dispuesto a seguir dando batalla.
Y a eso va al Hay Festival de Querétaro, que se celebra en México esta semana.
Aunque el vicepresidente de la Liga Tunecina de Derechos Humanos -una de las cuatro organizaciones del Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez reconocidas el año pasado con el Nobel de la paz- asegura que no va a darle lecciones a nadie.
Al Cuarteto se le acredita haber evitado que Túnez se precipitara en el mismo abismo que Libia ,Yemen o Siria luego de lo que se conoció como "la primavera árabe", y para Galai su trabajo es un buen ejemplo de la importancia del diálogo y el consenso.
"Pero no me gusta usar la palabra lecciones. Se puede sensibilizar sobre una experiencia, pero no se pueden exportar lecciones", le dice a BBC Mundo en vísperas del festival.
Lo que no significa que el activista tunecino se muerda la lengua al abordar el tema de los migrantes.
-Usted va al Hay Querétaro para hablar de migración en general y de la crisis de los migrantes de Medio Oriente que tratan de entrar a la Unión Europea. ¿Qué tiene que decirle a los latinoamericanos sobre el tema?
Hay mucho que decir sobre el tema, porque hay que sensibilizar a todo el mundo sobre este problema, que es muy actual, muy urgente y muy dramático: por causa de lo que pasa en el mundo -de las guerras, las privaciones y la pobreza- hay mucha gente que se está viendo obligada a abandonar sus países. Y la mayoría lo hace por vías anormales, como inmigrantes clandestinos, lo que implica mucho drama y mucho sufrimiento.
Por eso, una de las cosas que voy a decir es que ese es un problema que hay que abordar desde una óptica de derechos humanos, no desde la seguridad o desde el rechazo. Porque incluso si uno rechaza a esas pobres gentes, que están muriendo en las costas o están siendo colocados en centros de detención, eso no resuelve los problemas, solamente los agrava.
Y también voy a denunciar la política de hipocresía de ciertos países, especialmente de la Unión Europea: hay muchos tunecinos, libio, sirios, mucha gente que tiene que emigrar contra su voluntad y están encontrando las puertas de Europa cerradas, muriendo a las puertas de Europa. Y, para mientras, la UE tiene un acuerdo con Turquía que es un verdadero regateo de los derechos humanos.
En resumen voy a insistir sobe la necesidad de un enfoque humanitario y no de seguridad, de políticas más humanas y más transparentes por parte de países que en realidad tienen la posibilidad de atender a esos migrantes. Porque si uno compara el costo social e incluso financiero, el número de migrantes a Europa no es un número extraordinario que no sería difícil de manejar.
Nosotros en Túnez, después de la revolución, cuando estábamos en una situación muy difícil, recibimos más de un millón de migrantes y refugiados subsaharianos que huían de la guerra en Libia. La misma población les abrió las puertas a pesar de los problemas económicos. Así que lo que hace falta (en Europa) es voluntad política, un enfoque basado en los derechos humanos.
-¿Y qué cree que explica la actitud europea?
Europa está muy condicionada por sus intereses económicos. Es fundamentalmente por causa de la economía, aunque también por el tema de la seguridad.
Es verdad que los estados tienen también la necesidad, y el derecho, de pensar en la seguridad de su población, especialmente ahora con el aumento del terrorismo y los actos violentos en todo el mundo. Y nosotros no estamos en contra de eso: por supuesto que los estados deben protegerse de ese mal, de ese terrible fantasma que ataca no se sabe cuándo y no se sabe dónde.
Europa, sin embargo, tiene una agencia de seguridad militar y policial para proteger las fronteras de Europa -Frontex- que agrava las cosas, que está armada pero no resuelve el problema, porque a pesar de las barreras la gente igual tiene que abandonar sus países.
Además Europa podría repartirse a esa gente, a repartir el esfuerzo y el costo entre sus miembros, y buscar soluciones con otros países, en lugar de obligar a estados como Túnez, por ejemplo, o antes Libia, en la época de Gadafi, a jugar a los policías y a hacer su propio trabajo militar, mientras ella se presenta como un adalid de los derechos humanos.
Como yo digo en mis conferencias y seminarios en Europa, incluso delante de dirigentes europeos, cuando miles de personas que van en busca del edén europeo mueren a las puertas de ese edén, y ellos lloran por esas muertes, las suyas no son sino lágrimas de cocodrilo, de hipocresía social, hipocresía política.
Hay que acabar con esa hipocresía.
-¿Y en qué consiste exactamente esa hipocresía?
¿Qué es la hipocresía? Hipocresía es mostrarse como uno no es de verdad, es actuar de una forma y decir lo contrario. Y la Unión Europea es la gran proponente de los derechos humanos: ahí está la Corte Europea de Derechos Humanos, la Convención Europea de los Derechos Humanos, los grandes textos europeos, los filósofos de la ilustración, Rousseau, Montesquieu, Hobbes... Europa tiene una gran historia en materia de derechos humanos y una gran cultura humanista y de derechos humanos que es verdadera y a la que uno se apega, pues se trata de valores universales.
Ahora, Europa se presenta como humanitaria, pero no lo es en los hechos, pues la política que aplica actualmente en el caso de la migración -con el pretexto de su seguridad interna, de su tranquilidad interna- va contra los mismo principios de Europa. Y por eso que yo digo que se trata de un discurso hipócrita.
Hay, por ejemplo, declaraciones documentadas como las de un comisario europeo que dijo "Vamos a cerrar las puertas de Europa a los refugiados, a los migrantes". Y yo digo: no. No pueden cerrar las puertas, porque incluso si las cierran la gente las va a saltar, y eso sólo va a causar más muertos. Es mejor adaptar la política hacia una política social, pensar en cómo administrar ese flujo.
Además la migración le ha aportado muchas cosas positivas a Europa y al mundo. El ser humano ha migrado siempre, es un movimiento inevitable, el hombre es un gran migrante que desde que esta sobre tierra migra en la búsqueda de otras culturas, de otras gentes y de otros horizontes: de trabajo, de ocio, de placer...
Entonces convirtamos eso en una oportunidad para crecer, para el enriquecimiento mutuo y no construyamos muros, construyamos puentes y pasarelas que permitan a nuestros jóvenes partir y conocer al mundo.
Además, yo creo que eso, la educación la interculturalidad, es lo único que puede ayudarnos a superar los peores males a los que estamos enfrentados hoy, y en particular el terrorismo, porque es algo que parte de la falta de confianza en el otro, de la intolerancia. Y la intolerancia parte de esa política que mete a toda la gente en la misma casilla restringida.
Ahora, no estoy ofreciendo excusas para los terroristas, al contrario, creo que hay que combatirlos todos juntos. Pero creo que una política intercultural, educativa, abierta, integrada y humanista es lo que nos puede salvar y salvar al hombre del marasmo en el que estamos.
-Pero ¿comprende usted la ansiedad que existe en las capitales europeas por causa de este tema? ¿La sensación de que esta ola migratoria está fortaleciendo a la extrema derecha y puede explicar fenómenos como el Brexit?
Es verdad que es un dilema bastante importante, y que Europa hoy necesita urgentemente luchar contra el terrorismo y encontrar soluciones. Pero las verdaderas soluciones no son inmediatas: las verdaderas soluciones son a largo plazo y tampoco pueden ser unilaterales.
Para empezar, hay que detener todo lo que suena a guerra. Y estoy consciente de que lo digo puede sonar idealista, porque desgraciadamente estamos atrapados en una dinámica infernal de violencia, guerra y sangre. Pero creo que hay que pensar y reflexionar sobre varios ejes: cómo detener las fuentes de la guerra, cómo detener las fuentes del armamento...
Y también hay que pensar en cómo enfrentar la crisis económica, reconocer que actualmente hay muchos intercambios desiguales entre los países. Es por eso es que hay migrantes económicos que, por ejemplo, en el caso de Túnez, abandonan el país en los barcos de la muerte para morir en la ruta a Lampedusa, en las costas italianas.
Sobre ese tema hay posibles soluciones concertadas entre el norte y el sur, sobre como permitir a los países del sur de salir de sus crisis, conseguir un desarrollo. Porque la pobreza se explica también por el pasado, que también explica la actual prosperidad europea. La pobreza actual no sólo se explica por las malas políticas actuales. La colonización francesa en Túnez, en Argelia, la colonización italiana en Libia, por ejemplo, también ayudaron a que el mundo desarrollado sea más desarrollado, y a que los países pobres sean pobres.
Y ahí está también el caso de Irak, que es un buen ejemplo de cómo una política internacional impulsada por las grandes potencias -una política a corto plazo, una política basada sobre intereses económicos como el petróleo- convirtió a esa cuna de la civilización que era Irak y Mesopotamia en un infierno de violencia.
Tony Blair admitió recientemente que eso había sido un error, aunque para mí es realmente un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad. Y yo no digo que el terrorismo venga exclusivamente de ahí, pero ciertamente un vínculo entre ese crimen, ese "error" de la política internacional de EE.UU. y sus aliados, con lo que está pasando hoy en el mundo.
-Pero más allá de las causas y responsabilidades originales, hay mucha gente que siente que actores como el auto denominado Estado Islámico no son actores racionales, que con ellos no se puede negociar. ¿Qué le diría esa gente?
Efectivamente, no son racionales. Y lo primero sería hacer patente toda mi solidaridad para las víctimas de su violencia, sean quien sean, estén donde estén. Todos todos seres humanos y tenemos derechos a vivir en paz. Pero también les diría: pónganse en el lugar de…
Es verdad que es difícil argumentar en este contexto de miedo, violencia, sufrimiento y muerte, pero les diría que la política de encerramiento solo va a agravar la situación. Y les diría que es verdad que las políticas internas deben privilegiar la paz interna, pero que no pueden perder de vista la paz internacional.
Las políticas belicosas no son las que van a salvar el mundo. Hay que pensar de forma global, darse cuenta de que todos estamos en el mismo barco, que si hay un problema aquí se va a reflejar también en otras partes. Y no hay que pensar solo en la propia pequeña comodidad, que es por supuesto legítima, ni pensar que el encerramiento es la solución.
También les diría que si la gente emigra no es porque quieren quitarle comodidad a los europeos, sino porque la situación los obliga. Y que los mismo europeos también migraron: acuérdense de los momentos de guerra y sufrimiento después de las guerras mundiales, que esperemos no regresen nunca, cuando hubo un gran movimiento migratorio de europeos. No fueron las puertas cerradas las que trajeron la solución, sino el Plan Marshall, la apertura misma de las fronteras europeas.
Y les diría que si construyen muros solamente van a agravar el sufrimiento de otros, y eso, lamentablemente, va a tener repercusiones también para ellos. Hay que pensar de forma global, de forma universal; ponerse en los pies de la gente que sufre y no darles más excusas a la gente que viene a hacer daño, que además son la minoría, individuos vinculados a una dinámica particular.
No hay que castigar a toda la población musulmana, o árabe, o africana o del mundo en desarrollo y hacerlos a todos responsables de ese tipo de acto. Nosotros somos los primeros a condenarlos y en hacer patente nuestra solidaridad, pero también condenamos la política de encerramiento que no hace sino agravar la situación a escala mundial.
-¿Pero qué pueden hacer los latinoamericanos, que tal vez se sienten alejados de esos debates y por lo tanto de la posibilidad de ser parte de la solución?
En realidad no están tan alejados, todos somos partes de la aldea global. Nosotros conocemos y leemos a Borges, a Fuentes, a García Márquez, conocemos a Zapata y ellos conocen a nuestros autores. Y hay una fibra que nos une que es la del humanismo, la humanidad.
Todos somos seres humanos. Y yo siempre digo que los seres humanos somos como los huevos de Pascua: sin importar los colores diferentes de su cáscara -que serían las diferentes culturas- si uno quiebra un huevo de Pascua por dentro siempre va a encontrar la misma yema de huevo, que es el ser humano en su indivisibilidad.
Nuestros hermanos y camaradas latinoamericanos, ya seas de México, Chile, Perú o Guatemala, en realidad no están tan lejos. Es verdad que no tenemos lazos económicos o diplomáticos particularmente estrechos, pero tenemos vínculos humanos, vínculos universales.
-¿Pueden hacer más allá de sentirse solidarios?
Los gobiernos pueden presionar diplomáticamente o impulsar políticas que sirvan de ejemplo a otros países. Y la población misma, a través de las organizaciones humanitarias y de la sociedad civil, también puede tomar posiciones y fortalecer la solidaridad internacional. Incluso un pequeño comunicado de apoyo puede resultar muy útil.
Nosotros, por ejemplo, siempre nos mostramos solidarios con las víctimas de violencia política, con las victimas de la represión a la libertad de expresión. Eso hace bien y demuestra que los seres humanos somos más fuerte que el oscurantismo, que el encerramiento.
Pero, además, no hay que olvidar que allá también hay migrantes, que el problema que existe entre Europa y África es el mismo problema que existe entre México y Estados Unidos. Es verdad que a veces se manifiesta de forma diferente, pero el sufrimiento del mexicano que migra clandestinamente a EE.UU. y enfrenta los problemas de la política migratoria de EE.UU., en esencia es el mismo problema que enfrentan los libios, los somalíes, los congoleses que van a Europa y tienen que lidiar con su política migratoria.
Estamos unidos por ese sufrimiento, deberíamos unirnos en la solidaridad.
-¿Y es usted optimista, ve el futuro con optimismo?
No puedo sino ser optimista, como corresponde a un activista de los derechos humanos. Para ser revolucionario, luchar a favor de la reforma y de la justicia hay que ser optimista, hay que creer en el futuro. Porque si uno no cree en el futuro no tiene sentido luchar.
Se pueden encontrar soluciones. Ese es el mensaje que hay que darle al mundo entero. Cómo dice un poema árabe, si no hubiera esperanza, ninguna mujer criaría a sus hijos. Entonces, soy optimista, aunque tal vez debería decir mejor que soy "optisimista", una hermosa metáfora que mezcla los términos optimismo y pesimismo, que tomo prestada del escritor palestino Emile Habibi.