La fiesta callejera que hace vibrar a Brasil ya comenzó en las grandes ciudades del país, pero el alcalde del pequeño municipio de Paulínia nada quiere saber de samba, desfiles y disfraces este año.
"Decidí no realizar el carnaval", explica el alcalde José Pavan Júnior a BBC Mundo.
Esta localidad de unos 100.000 habitantes en el interior de São Paulo alberga la principal refinería de la empresa petrolera estatal Petrobras, una de las mayores de toda América Latina.
Pero Petrobras ahora está en crisis por un mega-escándalo de sobornos y un desplome del precio internacional del petróleo.
Y la alcaldía de Paulínia dejó de percibir US$37 millones anuales sólo en impuestos a empresas que prestaban servicios a la gigante petrolera.
Pavan Júnior asegura que con la caída de la recaudación hay otras prioridades antes que el carnaval, que solía atraer visitantes de pueblos vecinos y costaría a la ciudad cerca de medio millón de dólares.
"Estoy muy triste por tener que dejar de hacer un evento así: Brasil entero hace esta fiesta, es parte de nuestra cultura", reflexiona. "Pero si hago un carnaval voy a gastar el dinero que invierto en la reforma de cinco escuelas".
Paulínia está lejos de ser un caso único.
En un país que atraviesa su peor recesión en décadas, que se tragó cerca de 1,5 millones de empleos formales el año pasado, decenas de ciudades han renunciado a financiar el jolgorio este febrero.
Varias lo hicieron también por dificultades financieras. Otras dijeron que preferían concentrarse en combatir al mosquito que causado epidemias de dengue y zika. Y otras como Petrópolis, en el estado Río de Janeiro, citaron daños ocasionados por fuertes lluvias.
Tal vez sin quererlo, todas ellas dejaron abierta una pregunta: ¿se necesita realmente dinero público para palpitar con el carnaval?
"Riesgo"
Algunos critican la decisión que tomó al menos medio centenar de alcaldías, desde el noreste hasta el sureste de Brasil, de dejar de auspiciar el carnaval como suele hacerse en este país.
"Carece de una visión histórica sobre la importancia que tiene el carnaval para la cultura y la economía de Brasil", dice Luiz Antonio Simas, un historiador especializado en carnaval en Río de Janeiro.
A su juicio, la fiesta también contribuye a generar actividad, por ejemplo mediante producción y venta de disfraces u otros productos, comercio ambulante y empleo de personas.
Simas señala que en la historia de Brasil hubo otros intentos de suprimir el carnaval, por ejemplo a fines del siglo XIX cuando el gobierno del militar Floriano Peixoto argumentó que el verano era más propicio a epidemias y trató de pasar la fiesta al invierno.
"Ocurrió que la población subvirtió esa idea y hubo un carnaval en febrero", relata. Y dice que algo similar puede suceder ahora en lugares donde la celebración fue cancelada oficialmente y los vecinos quizá salgan a la calle a realizarla por su cuenta.
De hecho, en la propia Paulínia han comenzado a desfilar comparsas pese a carecer de financiamiento municipal, informó la alcaldía.
Algo similar ocurre en Cássia, una ciudad de unos 18 mil habitantes en el estado de Minas Gerais donde la alcaldía eliminó los gastos en este carnaval, que el año pasado fueron de unos US$ 38 mil según el alcalde.
El carnaval "termina dando algún retorno, pero la inversión es inmediata y en este momento en la alcaldía estamos sin caja para hacer la fiesta", sostiene el alcalde Rémulo Carvalho Pinto.
Cuenta que también ha tenido que despedir funcionarios y ajustar horarios en la alcaldía, ubicada en una región agropecuaria. Cássia albergó la primera usina de biodiésel de Brasil.
"Aquí en la región no hay carnaval en ningún lugar: donde había fue cancelado. Entonces el pueblo está entendiendo. Vivimos un momento de crisis y no hay cómo hacer fiesta".
Pero Moises Farah, un productor local de eventos, decidió organizar de todos modos una celebración en un club de Cássia, invitando a comparsas del pueblo y artistas de la región.
"Estoy pagando la fiesta por cuenta propia", asegura Farah. "La alcaldía está quebrada y no ayuda en nada".
Calcula que invertirá cerca de US$75 mil e ignora si podrá recuperarlos con la venta de entradas.
"Es el riesgo que corremos", señala. "Soy apasionado por el carnaval y no puedo dejar esta cultura morir".