AFP
Frente a la polémica por el burkini en Francia, mujeres musulmanas que adoptan la prenda de baño que cubre el cuerpo dudan entre la incomprensión por el absurdo debate y la furia por ser de nuevo estigmatizadas, y dicen que lo usan como "mujeres libres".
Wendy, de 22 años, es estudiante en Derecho en Lille (norte). Musulmana convertida, lleva el velo desde hace tres años. El verano pasado se confeccionó un burkini con unas mallas, una falda de tenis y una camiseta. Este verano compró su primer burkini en un sitio internet especializado.
"Luzco el velo normal, no oculto mi rostro", dice la estudiante.
"No veo porqué debo ponerme un bikini cuando estoy en vacaciones, no es coherente", dice a la AFP la joven por vía telefónica desde Chipre, donde pasa sus vacaciones.
Para Wendy, el burkini es simplemente "práctico". "No estoy a favor de ir al agua vestida, dañaría mi ropa", dice riendo.
"Quiero bañarme tranquilamente", agrega, y denuncia una polémica "ridícula" en torno al burkini.
Tras los atentados yihadistas que electrizaron el debate sobre el islam en Francia, una nueva controversia apareció alrededor de esta prenda que cubre el cuerpo desde el cabello hasta los tobillos.
Varios municipios de la costa mediterránea decretaron en agosto la prohibición de llevar burkini en las playas.
Y el Consejo de Estado francés, la más alta jurisdicción administrativa del país, examinará el jueves una demanda interpuesta por la Liga de derechos humanos (LDH) contra esos controvertidos decretos anti-burkini, según un comunicado publicado el martes.
Último recurso en materia de justicia administrativa, el Consejo de Estado deberá sentar jurisprudencia.
En Francia, que cuenta con 5 millones de musulmanes, los burkinis (contracción de burka y bikini) son poco usados, pero una minoría de mujeres acuden a las playas veladas y cubiertas.
"Líos por nada"
Lamia, compañera de estudios de Wendy, creció en Dunkerque (norte), cerca del mar. Recuerda a su madre en larga falda negra en la playa, cuando ella era pequeña.
"Sus ropas permanecían mojadas, y además se les pegaba la arena". Para Lamia, "el burkini facilita la vida de las musulmanas que siempre se bañaron vestidas".
Este año Lamia se fue de vacaciones a Niza y a Cannes (sur), donde se bañó en burkini días antes de los decretos de prohibición.
"Era casi la única que lo llevaba, vi tal vez dos o tres. A nadie le importaba", asegura y agrega que las reacciones e limitaban a una mirada de "sorpresa".
Como Wendy, Lamia está furiosa contra una controversia según ella "oportunista" que "creará líos por nada".
Lamia considera "absurdo" ver en el burkini un signo de radicalización.
Para "los fundamentalistas, los extremistas, la playa es para los infieles. Ellas no van a ir a bañarse rodeadas de mujeres con los senos al aire en Cannes", subraya.
Las que portan el burkini son "mujeres libres de sus decisiones" que solo "desean disfrutar de las vacaciones", añade.
Pero considera que el nombre de esta prenda debería ser modificado, pues "tiene una connotación peyorativa a causa de la burka", la prenda que cubre totalmente el cuerpo de la mujer, desde los pies hasta la cabeza, con una estrecha rejilla para los ojos.
Tatiana, vendedora en un almacén de moda islámico en París, desaprueba también el nombre de esta prenda, de la que vende varios modelos coloridos desde hace unos años.
Entre sus clientas dice tener "muchas mamás que quieren jugar en el agua con los niños". "Se vende regularmente, sobre todo antes de las vacaciones".
Más allá del burkini, Tatiana y su colega Sukayna cuentan que, en la calle, las agresiones verbales sobre sus prendas aumentan.
"Nosotros no criticamos la forma en que los otros se visten. Es triste, nos decimos que éste no es nuestro sitio", se lamenta Tatiana.