Diciembre es el mes de la Navidad, festividad que asociamos al amor, la paz, la familia, entre otras cosas. Pero no siempre fue así.
En diciembre de 1914, en pleno invierno europeo, el mundo se encontraba inmerso en uno de los conflictos más devastadores de la historia: la Primera Guerra Mundial.
Sólo habían transcurrido unos meses desde su inicio, en agosto, luego del asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo, el 28 de junio de ese mismo año, y Europa se encontraba sumida en una guerra global.
Los soldados combatían en el Frente Occidental, un escenario cuyas trincheras abarcaban desde el Mar del Norte hasta la frontera con Suiza, pasando por territorios belgas y franceses devastados por el conflicto.
En ese contexto, cuando la Navidad de 1914, en lugar de ser una jornada de paz y amor parecía ser uno de los días de mayor sufrimiento para los soldados de ambos bandos, la noche del 24 al 25 de diciembre en algunos puntos del Frente Occidental ocurrió algo maravilloso, un verdadero milagro de Navidad que sigue conmoviendo hasta el día de hoy.
Según testimonios que recoge National Geographic, los soldados alemanes instalaron árboles de Navidad iluminados con velas en los bordes de sus trincheras, decorándolos como si fuera el árbol de su casa. También cantaron villancicos.
Los británicos, desde el lado contrario, si bien se mostraron sorprendidos y desconfiados en un principio, respondieron con sus propios cánticos navideños.
Esos hombres que se habían enfrentado a muerte durante meses, ahora se comunicaban con amistosos cánticos en tierra de nadie.
Ese diciembre de 1914, soldados alemanes y británicos dejaron a un lado sus armas y se reunieron para cantar villancicos, intercambiar regalos y compartir un momento de fraternidad. Incluso jugaron un partido de fútbol, uno de los momentos más emblemáticos y legendarios de aquella tregua.
El historiador Stanley Weintraub, citado en National Geographic, explica que la tregua surgió desde la tropa, de manera espontánea y sin órdenes oficiales. Algunos soldados alemanes se aventuraron a salir de sus trincheras con las manos en alto, gritando: “¡No disparen, nosotros no dispararemos!”. Los británicos hicieron lo mismo. Lo que había sido un campo de batalla mortal se transformó, por unas horas, en un espacio de camaradería y paz.
Tras dejar atrás el temor a una emboscada, comenzaron a saludarse, intercambiando cigarrillos, tabaco, chocolate y botellas de licor que habían recibido en paquetes navideños enviados desde sus países de origen.
Lamentablemente, la tregua no fue universal. En otras partes del frente los combates continuaron sin descanso.