El mar, picado y violento, revienta con furia contra el barrio de La Perla. Aunque muchos dicen que es el barrio, con su fama de bravo y caliente, el que se estrella contra el mar aledaño y no al contrario.

Esta mañana, sin embargo, hay paz y silencio.

Esta mañana, el barrio de casitas de colores que cuelga de las murallas del viejo San Juan de Puerto Rico duerme la resaca de la derrota: Miguel Cotto, uno de los más grandes boxeadores que ha dado la isla, perdió la noche anterior, por decisión unánime, frente al mexicano Saúl "Canelo" Álvarez

Así que por las calles de La Perla solo se ven gatos que corren tras gallinas y algunos vecinos que sobrevivieron a la trasnochada y que reposan como estatuas sobre las aceras.

"A nosotros nos llevan siempre en la mala, pero nosotros solos contra el mundo", cuenta Daniel, mientras corta una china (naranja) para hacer jugo.

Es cierto: La Perla es sinónimo de bajo. De estigma. De traficantes de drogas y sicarios."No vayas allá abajo que es peligroso", me advirtió alguien cuando me acercaba a las escaleras que conducen a la zona.

Por décadas, este barrio marginal de San Juan ha sido considerado uno de los más peligroso del Caribe.

Y no es un título gratuito: antes de 2011, el Departamento Antidrogas de EE.UU. (DEA) estimaba que el negocio de la heroína dentro La Perla alcanzaba los US$11 millones anuales.

Además la tasa de homicidios era siete veces mayor que la de toda la isla, que oscilaba entre los 19 muertos por cada 100.00 habitantes.

Pero en los últimos años ha intentado quitarse de encima esa imagen siniestra.

Y a pesar de algunos minutos de buena fama, como en el video de la agrupación Calle 13 filmado en sus calles, la cosa no parece haber cambiado aun teniendo en cuenta que por estas esquinas hace seis años que no matan a nadie.

"Yo te sugiero que llames a alguien de la zona antes de ir. Por allá solo se puede ir en compañía", me dijeron en el aeropuerto.

"¿A La Perla? Y tú que te vas a meter ahí", me advierte un colega periodista.

La escritora puertorriqueña Ana Teresa Toro define el panorama de una forma más sutil: "La Perla te rompe los dientes, pero te endulza la garganta".

Por ahora, con el jugo de chinas de Daniel, lo segundo lo está consiguiendo.

Seguridad y murallas

La cancha de basquetbol de La Perla tiene dos fronteras: una es con la hermosa muralla de granito y piedra que protege el Viejo San Juan y que fue levantada por los españoles 450 años atrás.

La otra es el mar, que se puede ver detrás de una de las canastas. En el centro del campo está Ángel Marcano Rivera, el presidente de la Junta de Residentes.

"Esto tuvo un tiempo que estuvo malo. Yo me acuerdo que veía a los pelados meterse heroína en la calle. De hecho muchos de mis amigos o están muertos o están en la cárcel", relata.

Eran los tiempos en que a los embates feroces del mar en la época de lluvias, La Perla respondía con cadáveres.

En 2011, en una redada de la policía local y la DEA (Puerto Rico es un Estado Libre Asociado de EE.UU.), se detuvieron a 70 personas de una vez por delitos relacionados con el tráfico y el consumo de drogas.

Pero son días de antaño y Marcano me confirma el dato. Hace seis años que en La Perla no matan a nadie, mientras que Puerto Rico vive una de sus peores épocas de violencia.

La isla es el séptimo país con mayor tasa de homicidios en el continente, según el último informe global de Naciones Unidas en la materia: 26 por cada 100.000 habitantes.

"Parece que la inseguridad que se vivía aquí se hubiera pasado la muralla y al revés, la tranquilidad que se vivía allá ahora la vivimos nosotros", cuenta el líder vecinal mientras avanza por la calle San Miguel.

El peso del estigma

Pero los locales no han logrado desligarse del estigma: la gente continúa pensando que La Perla es un barrio infestado de malandros y que para caminar por acá hay que hacerlo con guardaespaldas.

"El otro día fui a pedir a la Alcaldía de San Juan los recortes de prensa donde se hacían reportes negativos del barrio y me dieron como diez carpetas. Después pedí los que hacía reportes positivos, no llenaban una", me dicen.

Uno de los archivos de esa carpeta es el video que todavía ronda You Tube, aunque data del siglo pasado: un grupo de hombres conversa en una esquina y otro se acerca y descarga en la cabeza de uno de ellos todo el tambor de su revólver.

"Asesinato en La Perla", se titula el video de una conocida cadena de noticias puertorriqueña.

"Por eso nuestro principal empeño es cambiar la imagen". Y enseña con orgullo las fachadas frescas de las casas recién pintadas, las palmeras adornadas con franjas multicolores. Las aceras cargadas de mojones en hileras amarillas, rosas y naranjas.

"Suena raro, pero algunas veces me gusta que la gente piense que somos malos. ¿Por qué? Porque cuando vienen y nos conocen, van y dicen 'Ah, no eran tan malos como yo pensaba'", dice Marcano.

Mientras por algunas ventanas viejas y abandonadas se asoman los primeros rostros de este día de amanecer postergado, La Perla es cercada por un pelotón de motociclistas.

Con estruendo, van montados en sus bestias de alto cilindraje y buscan una esquina donde parar a tomar una cerveza.

Entre ellos está Wilfredo Soto, más conocido como Ravioli, quien no teme meter su toro motorizado de US$15.000 en las calles de la Perla.

"Eso es un mito, La Perla es como cualquier barrio de Puerto Rico. Es como ir a Encantada, que es un barrio de caché de San Juan. El ánimo lo pones tú", dice.

El Bowl

"La Perla tiene una amargura de alas rotas que nunca se mereció", cantaba sobre este barrio Ismael Rivera, el Sonero Mayor, una de las voces de la salsa más reconocidas de Puerto Rico.

Y es que este rincón boricua ha sido cantado a través de muchas voces y letras: Rivera, Héctor Lavoe y su hijo predilecto, Tito Curet Alonso, considerado uno de los más grandes compositores de la música tropical caribeña.

Una de esas voces, y tal vez la más reciente, es la de Calle 13. El último fenómeno beligerante de la música latinoamericana es originario de los barrios del Viejo San Juan.

"A Residente (René Pérez) le dimos la primera oportunidad de subirse a una tarima aquí en La Perla, por eso es que quiere tanto a la comunidad", cuenta Ángel.

Y fue en el Bowl, un rincón icónico del barrio, donde Residente y Visitante, los dos hermanos que lideran la banda, grabaron el video de la canción que le dedicaron al barrio.

El Bowl es una enorme piscina vacía de concreto pintada con grafitis de tiburones feroces donde llegan los skaters a practicar su deporte favorito. A pocos metros, el mar. Y la brisa que te arranca del suelo.

La crisis y el éxodo

Allí, cuentan mientras me señalan las casas vacías de los alrededores, se nota que La Perla sufre el mismo dolor que aqueja a Puerto Rico por estos días: el desempleo y el éxodo masivo consecuencia de la fuerte crisis económica que tiene en jaque a la isla.

De acuerdo a las cifras de migración, en los últimos diez meses 83.844 puertorriqueños, sobre los poco más de 3,5 millones de habitantes totales de la isla, salieron hacia Estados Unidos, un número que no se registraba desde la década de 1950.

"Ahora son 250 familias las que viven en La Perla. Pero éramos un poco más de 1.000 que llenaban las calles del barrio".

Además de sus colores, La Perla es también un arrume de casas abandonadas.

"Están a punto de empezar una panadería comunitaria para que los turistas vengan y consuman productos en y de La Perla, y la idea es poder utilizar uno de esos espacios", revela Carla Minet, periodista puertorriqueña que ha hecho trabajos de investigación en La Perla.

Por ahora, la comuna apoyan proyectos individuales como el de Daniel y sus chinas, o un puesto de venta de bacalaítos, un especie de masa de pan frita mezclada con trozos de pescado.

Y esperan que la crisis grande, que afecta a la economía de la isla toda y tiene al gobierno al borde del colapso por una deuda de US $73.000 millones, pase pronto y sin cobrarle al barrio mucho de lo que empezaron a construir.

"Yo solo espero que, cuando vuelvas la próxima, no solo te digan que ya no es peligroso, sino que bajen contigo para acá para La Perla", concluye Marcano durante el atardecer, mientras nos devoramos un buen par de bacalaítos con jugo de chinas y de fondo suena el mar y un son.

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