Por AFP
Con racionalidad de matemático y contención nipona, a Alberto Fujimori no le tembló la mano para acabar con las guerrillas. Pero esa celebrada "victoria" también lo llevó a la cárcel por violaciones de los derechos humanos.
Indultado en la víspera de Navidad por el presidente Pedro Pablo Kuczynski alegando razones humanitarias, Fujimori, de 79 años, vuelve a marcar la pauta política en Perú tras pasar más de una década preso por crímenes contra la humanidad, por las matanzas de Barrios Altos (15 muertos, incluido un niño de 8 años) y de la universidad La Cantuta (10 muertos).
Fujimori salió en silla de ruedas la noche del jueves levantando su mano derecha para saludar a algunos partidarios congregados frente a la Clínica Centenario Peruano Japonesa, donde estuvo internado durante 12 días, y se marchó en un vehículo todoterreno negro acompañado por su hijo menor, el legislador Kenki Fujimori.
Desde su lecho de convaleciente en la clínica, donde fue tratado por una arritmia cardíaca, Fujimori pidió "perdón" y se comprometió a apoyar la "reconciliación" propuesta por Kuczynski.
Así colocó a sus seguidores en la disyuntiva de optar por una de las vías antagónicas que proponen sus hijos: la dura postura frente al gobierno de Keiko, líder del partido fujimorista Fuerza Popular, o la conciliación que promueve Kenji, la estrella en ascenso.
Kenji trabajó infatigablemente por el indulto, a diferencia de Keiko, quien no se esforzó porque no quería ver a su padre libre por temor a que le dispute el liderazgo político, según los analistas.
"No tenía marco legal"
Alberto Kenya Fujimori Fujimori, conocido como "El Chino", tuvo una fulgurante carrera política. En noviembre de 2000, en medio de una creciente oposición al cabo de 10 años de gobierno, se marchó a Japón, la tierra de sus ancestros, y renunció por fax a la presidencia de Perú.
Había detentado un poder casi absoluto tras dar un "autogolpe" el 5 de abril de 1992, disolviendo el Congreso e interviniendo el poder judicial, apoyado en las fuerzas armadas en base a una estrategia de su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, eminencia gris del régimen.
Con cuatro condenas judiciales por crímenes contra la humanidad y corrupción, la mayor de ellas a 25 años de cárcel, y con su salud debilitada, pasó los últimos 12 años preso hasta que fue indultado.
Hasta hoy, para algunos peruanos es un "héroe" y para otros un "villano".
"El gobierno de Fujimori fue el punto más bajo en toda la historia de Perú por la conducta del acusado y por hacer tabla rasa de cualquier tipo de reglas e institucionalidad y normatividad", opinó el sociólogo Eduardo Toche cuando el expresidente fue condenado.
"Para él no existía ningún marco legal, el marco legal era el de su voluntad y la de sus amigos, nada más", dijo a la AFP.
Fujimori cultivó un estilo autoritario que iba de la mano con su perfil de hombre frío y desconfiado, poco comunicativo y calculador, que gobernaba con un criterio de cofradía secreta, rodeado de un pequeño círculo de colaboradores.
Así sucedió cuando perpetró el autogolpe, operación que sólo conocían Montesinos y los máximos jefes militares, con absoluto desconocimiento de sus ministros.
"Primero se actúa, luego se informa", solía decir en torno a sus principales decisiones.
Esa forma de gobernar sin contrapeso de otros poderes del Estado, con control sobre los medios de comunicación -principalmente de las grandes cadenas de televisión cuyos directivos fueron sobornados- abrió las puertas a la corrupción.
Su esposa, Susana Higuchi, se divorció de él en 1994 y lo acusó de haberla torturado, dañando su salud mental.
Liberó a rehenes de embajada japonesa
Fujimori aplicó un modelo económico neoliberal que le valió el apoyo de las clases dirigentes, empresarios y de organismos financieros internacionales, lo que permitió a Perú superar la crisis en la que había caído en el primer mandato de Alan García (1985-1990).
Sus seguidores destacan que también derrotó a la guerrilla maoísta Sendero Luminoso y al guevarista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), pero organismos de derechos humanos denunciaron matanzas de civiles inocentes en la lucha antisubversiva.
Uno de los episodios que le dio más rédito político fue el desenlace de la toma de rehenes en la residencia del embajador de Japón por la guerrilla del MRTA en noviembre de 1996.
Tras cuatro meses de toma guerrillera, 71 de los 72 rehenes fueron liberados (uno murió). Los 14 rebeldes fueron abatidos en un operativo militar que recibió elogios de muchos gobiernos y cuestionamientos de grupos de derechos humanos, que denunciaron que los guerrilleros fueron ejecutados.
La estrella de Fujimori se pulverizó el 2000 cuando arrastrado por un escándalo de corrupción y las revelaciones del espionaje dirigido por Montesinos, renunció a la presidencia vía fax desde Tokio, adonde hizo escala tras una cumbre de la APEC en Brunei.
Llegó sorpresivamente a fines de 2005 a Chile, que lo extraditó a Perú, donde fue juzgado y condenado.