por Stuart WILLIAMS

AFP

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan viaja el martes a San Petersburgo con el objetivo de romper el hielo oficialmente con su homólogo ruso, Vladimir Putin, después de reprochar a los "amigos" occidentales la falta de apoyo tras la intentona golpista del 15 de julio.

La visita llega después de una reconciliación facilitada por las "disculpas" pedidas por Erdogan -"perdón" según Moscú- por la destrucción en noviembre por cazas turcos de un avión de combate ruso cerca de la frontera con Siria.

El suceso dio pie a un duro intercambio de florilegios entre ambos países. De ahí que sorprendiera luego la rapidez con la que acepto Moscú la mano tendida de Ankara.

Erdogan se alegró de la reacción de Rusia tras el golpe fallido del 15 de julio. Putin fue uno de los primeros dirigentes extranjeros en llamarle para condenar el golpe sin mostrar estados de ánimo como los dirigentes europeos por la represión que siguió.

“La reacción rusa contrasta mucho con las de los aliados occidentales de Turquía", estimó Jeffrey Mankoff, del Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington.

Las relaciones entre Turquía y Rusia -países que se disputan una influencia en las regiones estratégicas del mar Negro y Cercano Oriente- nunca fueron fáciles.

No obstante, antes de la crisis de la destrucción del avión ruso, los dos países lograron “compartimentar” los litigios en temas como Siria o Ucrania para concentrarse en la cooperación estratégica como el gasoducto TurkStream a Europa, la construcción de una central nuclear rusa en Turquía o el objetivo de 100.000 millones de dólares (90.000 millones de euros) de comercio bilateral.

Incertidumbres 

La alianza Putin-Erdogan se ha construido sobre la base de una amistad viril entre dos dirigentes combativos, sexagenarios ambos, que han restaurado el honor de sus respectivos países tras la crisis económicas y han mostrado pocos miramientos con los derechos humanos.

Erdogan expresó con meridiana claridad su sentimiento de abandono por Estados Unidos y la Unión Europea, lo que abre posibilidades a las relaciones turco-rusas.

"Aunque estas relaciones tienen sus propias incertidumbres, el deterioro de las relaciones con las potencias occidentales podría acelerar un acercamiento", dijo un analista del European Council on Foreign Relations.

Turquía quiere reparar los daños causados por las sanciones rusas a los sectores de la agricultura, la construcción y el turismo.

Según estadísticas rusas, los intercambios comerciales han bajado un 43% a 6.100 millones de dólares (5.500 millones de euros) entre enero y mayo del presente año.

El turismo se ha visto muy afectado por la deserción de los rusos, equivalente a un 93% interanual en junio.

Si el turismo vuelve a carburar, podrían cobrar actualidad de nuevo el proyecto de gasoducto TurkStream, que debía llevar 31.500 millones de metros cúbicos anuales a Turquía pasando por el mar Negro, y la central nuclear de Akkuyu.

Para el consejero de política exterior de Putin, Yuri Ushkalov, que Erdogan se desplace a Rusia con tanta rapidez después de la tentativa golpista muestra la importancia que Ankara confiere a sus relaciones con Moscú.

 'Ocasión de oro' 

Pero después de una crisis tan aguda, serán necesarios tiempo y esfuerzos antes de que las relaciones entre ambos hombre fuertes recobren la normalidad.

Los analistas señalan que Moscú está en posición de fuerza ante Turquía, que sigue importando de Rusia la mitad de su gas.

Rusia, el aliado más poderoso del presidente sirio Bashar Al Asad, el enemigo de Erdogan, ha modificado la correlación de fuerzas al intervenir militarmente desde el pasado mes de septiembre, para consternación de Turquía.

"La única persona que teme Erdogan es Vladimir Putin", asegura Steven Cook, del Council on Foreign Relations.

Para Mankoff, las tensiones entre Turquía y Occidente han creado "una ocasión de oro de atraer a Ankara hacia Rusia".

"Vamos a ver una relación más estable pero más pragmática, no construida a partir de una relación personal o ideológica, sino en base a intereses prácticos comunes", estima Alexander Baunov, del Centro Carnegie de Moscú.

Publicidad