Barbuda es una isla pequeña, de 160 kilómetros cuadrados, ubicada al sudeste de Puerto Rico, y donde vivían 1.800 personas. El arrollador paso del huracán Irma cambió las cosas. Gran parte de las edificaciones están en el piso y de sus habitantes ya no queda nadie.

Absolutamente, nadie.

“El daño es total, un desastre natural”, dice Ronald Sanders, el embajador estadounidense en Antigua y Barbuda.

“Por primera vez en 300 años, no hay una sola persona viviendo en la isla. La civilización que existía en este lugar se ha extinguido”, agregó.

El diplomático asegura que Irma fue “la tormenta más feroz, cruel y despiadada” que pasado por la isla desde que se tenga conocimiento.

La mayoría de la población se ha trasladado al vecino archipiélago de Antigua, donde se les ha instalado en refugios, pequeños departamentos gubernamentales y en hogares de ancianos.

Sanders asegura que le gente quiere volver, porque ahí están sus raíces y también sus posesiones.

Sin embargo, no sabe cuándo se producirá ese regreso a esta zona de paradisíacas playas dedicada casi por entero al turismo.

“La situación es inaceptable y costosa, pero va continuar así por un tiempo porque Barbuda no se va a reconstruir de un día para otro, además cuando sea levantada deberá cumplir con innumerables estándares de prevención de huracanes. Ahora no hay electricidad allá, tampoco agua potable, no hay una estructura en la que la gente pueda sobrevivir. Tenemos una inmensa tarea por delante”, subraya.

Y para eso, además, necesitan dinero que no tienen.

Unos 200 millones de dólares, estima el embajador estadounidense.

Algunos ya comienzan a movilizarse en búsqueda de recursos. Entre ellos, el actor Robert de Niro, cuyo hotel en Barbuda fue devastado por Irma.

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