"¿¡Cementerio qué!?", me suele decir la gente -incluyendo a bogotanos de todas las edades- cuando le cuento que en Bogotá existe un Cementerio Británico.
"¿Y dónde está?", es la pregunta inmediata; no menos inmediata que la reacción de sorpresa cuando les digo que está al lado, pegado, al Cementerio Central de Bogotá, a media hora de caminata del centro de la ciudad.
"Al pertenecer a pequeñas comunidades minoritarias y al contar con restricciones de acceso por su carácter de tierras sagradas para cada culto (...) han permanecido prácticamente desconocidos para la gran mayoría de los bogotanos", dice la "Guía de los cementerios Británico, Alemán y Hebreo", editada por la Alcaldía de Bogotá en 2006.
La portada de uno de los únicos dos libros que hablan sobre el Cementerio Británico que hay en la Biblioteca Nacional.
En la Biblioteca Nacional de Colombia ése fue uno de los únicos dos libros que encontré que hablaran sobre el tema.
El otro es de 1931 y se llama sencillamente "Cementerios de Bogotá".
Texto que hace referencia a la entrega de las tierras a la comunidad británica
Su autor, Enrique Ortega Ricaurte, cuenta que en 1825 la municipalidad deBogotá ofreció al coronel Patrick Campbell, representante de su majestad en Colombia, un terreno para que fueran enterrados los súbditos británicos, como muestra de gratitud por los servicios prestados por británicos que combatieron del lado de (Simón) Bolívar en la guerra de independencia", dice el escrito.
Bayonetas y fusiles convertidos en rejas
Reja hecha con fusiles y bayonetas, como indica el texto de la placa.
La guía editada por la Alcaldía de Bogotá explica: "El vínculo que existía entre las dos naciones durante el proceso de independencia era sólido, pues desde el comienzo la Corona británica había mostrado interés por la liberación y la autonomía de las colonias".
Según cuenta ese trabajo, en 1817 Londres envió hacia América decenas de navíos con 5.000 soldados voluntarios; en 1819 algunos de estos hombres participaron de la liberación del actual territorio colombiano.
Para fabricar la reja de hierro que divide en dos el terreno del cementerio se usaron los fusiles y bayonetas que empuñaron aquellos militares, como consta en una placa que se encuentra en el lugar.
Mudanzas
El primer terreno para la necrópolis, cedido en 1825 por el entonces vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander, se encontraba en las afueras de la ciudad, en el norte.
En 1827 el camposanto se mudó a un lugar más cercano y dos años más tarde se le otorgó un espacio adyacente al que sería el cementerio central de Bogotá.
En 1835, con dinero de residentes británicos en la capital colombiana y alguna asistencia de Londres, se erigió la pared que lo delimita. Como dice Ortega Ricaurte: "Separado de la vía pública por un amplio y hermoso huerto, que cultiva un guardián".
DÍA DEL RECUERDO
Las fuerzas militares de Colombia prestan una banda musical para el evento.
El cementerio es también escenario, cada 11 de noviembre, de un evento clave en el calendario conmemorativo británico: el Día del Recuerdo (Remembrance Day).
En él, en todas las naciones que pertenecen a la Mancomunidad Británica (Commonwealth) se recuerda a los caídos en las guerras, los sacrificios sufridos durante los conflictos bélicos, especialmente la Primera Guerra Mundial.
El coronel Jon Wright, agregado de Defensa de la Embajada Británica en Colombia tiene a su cargo la organización del evento desde hace un año y medio, cuando llegó al país.
"Colombia siempre está representada por un alto oficial y las fuerzas militares colombianas siempre nos prestan una banda musical", explica.
Antes de llegar al país, hace poco más de un año y medio, Wright no sabía de la existencia cementerio.
"Creo que es algo inusual que se le ceda un trozo de tierra a la comunidad británica", dice.
La tumba más antigua de la que se tiene registro es la de William Duffin, quien murió el 4 de junio de 1830.
Fue mucho antes de que comenzara a funcionar efectivamente el Cementerio Central, en el que el primer entierro tuvo lugar seis años después.
Ingreso restringido
El área destinada a las sepulturas tiene el tamaño aproximado de un campo de fútbol, al igual que la zona del huerto, jardín y arboleda.
Sigue habiendo un guardián, que vive en una casa en el frente del predio y que no deja entrar a cualquiera así como así.
Hoy en día sólo miembros de la comunidad británica en Colombia pueden ser enterrados en este camposanto.
Es por seguridad, me dice Peter Simon, quien está al frente de la corporación que se encarga de la administración del camposanto, que es patrimonio histórico.
"Hemos tenido muchos robos de tumbas, de los mármoles", asegura.
Aunque en origen fue cedido para enterrar a soldados británicos, el cementerio sigue dando último lugar de reposo a miembros de esa comunidad en la actualidad: la más reciente sepultura es de 2015.
En Bogotá, dice Simon, hay unas 300 familias de origen británico con derecho a acceder a una parcela en la necrópolis en la que también están enterrados sus padres, que llegaron desde Reino Unido en 1934 y 1943.
"Puerto para el cielo"
Aunque hoy en día sólo se entierran en el cementerio a miembros de la comunidad británica, en el pasado protestantes de otros orígenes también fueron sepultados allí, ya que no había lugar para ellos en camposantos católicos; el cementerio también acogió a fieles de la iglesia ortodoxa y judíos.
La tumba de Bluma Gutt de Possin.
En cualquier caso, el cementerio británico se constituyó en espacio para dar último cobijo a quienes aún viviendo en Colombia hallaban sus raíces allende los mares.
En un fragmento de una placa de la necrópolis, escrita en inglés, se lee: "Lejos están de su hogar, su patrio suelo; mas cualquier punto es puerto para el cielo" (la traducción es del poeta bogotano Rafael Pombo, según dice en su libro Ortega Ricaurte).
La casa del guardián está rodeada por un bello jardín y zona arbolada.
Casi sin visitantes, con su verde jardín arbolado, el lugar es una suerte de archivo en mármol de la histórica relación entre Colombia y Reino Unido (y otras naciones y cultos) y un inesperado remanso de tranquilidad en una zona ajetreada de la capital colombiana.
Un lugar que casi nadie conoce, ni siquiera la mayoría de los bogotanos.