Es bien sabido que el estrés psicológico y el miedo son malos para la salud y que afectan el sistema inmunológico, haciéndonos más vulnerables frente a las enfermedades. Sin embargo, hasta ahora se desconocía el funcionamiento exacto de ese mecanismo.

En un estudio con ratones, Wolfram Poller, cardiólogo e investigador en la clínica Charité de Berlín y en la Escuela de Medicina Icahn, en el Monte Sinaí, en Nueva York, demostró, junto con un equipo de investigadores, que ciertas regiones en el cerebro son responsables del desplazamiento de los llamados leucocitos en el cuerpo. Y, con ello, determinan cuán vulnerables somos a contraer una infección viral.

El estrés realmente enferma

"Para mí, lo más emocionante fue ver el impacto masivo que unos cientos de neuronas en el hipotálamo tienen sobre millones de leucocitos en todo el cuerpo", dice Poller.

Estas neuronas desencadenaron complejas interacciones entre tres glándulas hormonales: el hipotálamo, la hipófisis y la corteza de la glándula adrenal. El llamado eje del estrés controla muchas reacciones al estrés en nuestro cuerpo.

En el marco de su estudio con ratones, Poller y sus colegas expusieron a una parte de los animales a reiteradas situaciones de estrés. Los roedores fueron encerrados en cilindros oscuros, metidos en diferentes jaulas o expuestos a olores desagradables.

En estos animales, los investigadores observaron que ciertos leucocitos se retiraban, es decir que ya no cumplían su cometido. En consecuencia, los ratones estresados eran especialmente vulnerables a contraer SARS-CoV-2 o influenza. Los animales no solo se enfermaban más rápido, sino que también morían con mayor frecuencia.  

 

Leucocitos, granulocitos y linfocitos

Los leucocitos también son conocidos como glóbulos blancos en la sangre. Se producen en la médula ósea y cumplen diferentes funciones en el sistema inmunológico.

Los granulocitos forman parte de los leucocitos y son responsables de la defensa inmunológica no específica, por ejemplo, combaten las bacterias y los parásitos que pudieran entrar al cuerpo a través de una herida.

Los linfocitos, que también son un tipo de leucocito, en cambio, sí tienen una respuesta inmunológica específica. Las células T y B, subtipos de los linfocitos, atacan de forma precisa a determinados antígenos, es decir proteínas de un agente patógeno. En el caso del virus SARS-CoV-2, por ejemplo, las proteínas de la espícula.

El estrés envía a los leucocitos a la médula ósea

Poller y su equipo observaron que, en situaciones de estrés estos leucocitos, que normalmente, se encuentran en órganos linfáticos como el bazo, la glándula endocrina timo o los nudos linfáticos, se retiraban. En el caso de los ratones estresados, se regresaban a la médula ósea.

Poller no puede decir con seguridad si este mecanismo funciona de la misma manera en los humanos, pero se muestra ligeramente optimista: "Los humanos también tienen el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal". De ahí que los investigadores crean que el miedo y el estrés también afecten el sistema inmunológico, haciéndolo más vulnerable frente a las enfermedades virales. 

¿El estrés reduce el efecto de la vacuna?

Wolfram Poller planea un segundo estudio, esta vez, con humanos. Sin embargo, no pretende someterlos a situaciones de miedo y estrés, sino, al contrario, aplicar medidas que reduzcan el estrés considerablemente.

Después, quiere vacunarlos contra el COVID-19. Si los linfocitos encargados de atacar a los agentes patógenos de SARS-CoV-2 se retiran en situaciones de estrés, Poller cree que algo parecido podría pasar con una vacuna.

Como consecuencia del estrés, la generación de anticuerpos contra el agente patógeno podría verse afectada, y aumentaría el peligro de volver a contagiarse.

 

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