Roman Vasiliovich Gorilyk, un controlador senior de la planta nuclear de Chernobyl, regresó el pasado 31 de mayo a su natal Ucrania, luego de dos años en un campo de detención en Rusia.

Fue uno de los 74 prisioneros intercambiados, convirtiéndose en un símbolo de la brutalidad del régimen de Vladimir Putin, a juzgar por las imágenes difundidas que muestran a un hombre demacrado y con los huesos a la vista tras dos años en condiciones inhumanas en la cautividad rusa.

Su detención se produjo en marzo de 2022, sólo días después de la invasión rusa, mientras cumplía con su deber en Chernobyl. Sin ser parte de ningún combate, fue aprehendido y llevado a través de Bielorrusia, según informó el programa ucraniano “I Want to Live” (“Quiero Vivir”), que asegura que ni Gorilyk ni los otros prisioneros recibieron visitas de observadores del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), un incumplimiento flagrante del derecho internacional.

“El estado de Roman y otros prisioneros de guerra ucranianos es horroroso y trae a la memoria las páginas más oscuras de la historia humana, los campos de concentración nazis”, denunció “I Want to Live” en X.

“No permitir que los observadores vean a los prisioneros de guerra, en violación de los Convenios de Ginebra, es una política deliberada y dirigida de las autoridades rusas”, agregó el proyecto.

Gorilyk, con otros 169 guardias nacionales, fue capturado durante el avance ruso en marzo de 2022. “I Want to Live” sostiene que Rusia utiliza a estos rehenes como moneda de cambio para intercambiarlos por militares rusos tomados prisioneros en combate.

A pesar de su liberación, 89 personas siguen en centros de detención rusos. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH) ha constatado condiciones de maltrato y abuso en estas instalaciones.

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